10:00 pm.

6 3 1
                                    

  El local estaba oscuro y no se podía distinguir con claridad. Entre las sombras, siluetas de personas se movían, acurrucaban o se mecían sentadas.
  Los ojos de Cristopher lentamente se empezaron a acostumbrar a la penumbra, y pudo descubrir que, por asares del destino, se encontraba en una ferretería: adentro, todo estaba envuelto en la oscuridad, pero se podían distinguir distintos aparatos y maquinarias que, pacientemente, adornaban las paredes en espera de un comprador; el suelo, se sentía frío y resbaladizo, parecía que se trataba de cerámica; afuera, se podían distinguir los sonidos y el alboroto que hacían todas las personas en su escape; mientras el ruido del techo de zinc, producido por la lluvia granizada, se intensificaba a viva voz.
— ¡deje entrar a más personas! —gritó una voz entre las tinieblas.
—No puedo —dijo el locatario—, hay algo extraño en la lluvia que nunca antes había visto. Hasta que no sepamos qué es… esta cortina se queda cerrada.
— ¡vamos hombre! —reclamó una tercera voz, esta vez de mujer.
— ¡ya lo dije! ¡Esta cortina se queda cerrada!
De pronto, afuera comenzó un nuevo ruido. Parecía que se trataba del sonido de una sirena de bomberos, pero en un tono mucho más agudo y chillante. Después de un momento, todos pudieron distinguir el origen; se trataba del grito desesperado de una mujer.
Todos dentro de la ferretería enmudecieron, como en estado de shock, sin poder dar crédito a lo que sucedía.
—¡¡Dios mío!! ¡¿Qué es eso?! —gritó alguien desde afuera a todo pulmón.
— ¡ayuda,  quítenmelo! —aulló otra voz que pasaba corriendo por fuera de la puerta metálica, su grito aterrado formó un efecto Doppler: primero, intensidad mediana en la distancia, desde la derecha; luego, muy fuerte al acercarse a la cortina; finalmente, el grito se fue apagando a medida que se alejaba, por la izquierda.
Afuera el ambiente se volvió caóticamente aterrador. Los gritos de pánico y horror se escuchaban por doquier. Se podía escuchar como las personas corrían, de un lado a otro, huyendo de algún atacante aterrador.
En el techo se escucharon fuertes estruendos, como si junto con la lluvia cayeran piedras grandes, o algún otro objeto contundente.
Los gritos de afuera se entre-mesclaban con alaridos, y estridentes y horrorizados gritos agónicos de algunas personas, que no habían logrado entrar en ningún lugar a resguardarse.
Lentamente, luego de unos cinco o diez minutos de siniestro horror innombrable: Los gritos de pánico empezaron a ser sustituidos por débiles, desesperados y cansados gritos de horrible agonía.
— ¿por qué está pasando esto? —Preguntó una mujer que estaba sentada en el suelo, temblaba en posición fetal meciéndose atrás y adelante— yo sólo vine a comprar mi maquillaje… y ahora no sé qué está pasando.
Nadie de los presentes en la ferretería se dignó a dar un posible respuesta, simplemente guardaron un tenso y funerario silencio.
No pasó mucho tiempo antes de que los sonidos de la masacre en la calle se callasen. Los gritos desaparecieron y quedaron sustituidos por un mórbido, tenso y siniestro silencio, que auguraba que los de afuera habían sufrido un destino horrendo.
Los presentes habían enmudecido, parecía que un diabólico miedo no los dejase decir ni una sola palabra. Todos quedaron como paralizados, temblando y con un temor latente que, incluso a algunos, no los dejaba respirar correctamente. Respiraban entrecortadamente, como si tuvieran miedo de que, incluso el ruido de su respiración, pudiera escucharse desde afuera.
—es… ¡es el fin de los tiempos! —dijo una voz que provenía desde el grupo. Y su dueño, un hombre un tanto regordete, con una pronunciada calva en el centro de la cabeza y cabellos crespos y gruesos por el borde junto a las orejas, avanzó entre el grupo como si la situación se tratase de un show macabro— lo digo en serio… ¡es el fin de los tiempos! —Continuó— la palabra del libro sagrado lo deja muy claro… ¡terremotos vendrán, los cielos se oscurecerán… y un cuarto de la vida en la tierra perecerá! ¡Lo dice el libro santo!
El hombre sacó un pequeño libro de mano del bolsillo de sus jeans, movió rápidamente sus hojas buscando una página dentro del escrito. De su otro bolsillo sacó su celular, ahora casi inútil debido a que no tenía señal, y alumbró para poder empezar a leer.
—apocalipsis, capitulo cuatro —comenzó—: “después de estas cosas vi, y, ¡miren!, una puerta abierta en el cielo, y la primera voz que oí era como de una trompeta, que hablaba conmigo y decía: sube acá y te mostraré las cosas que van a suceder”.
—la verdad… —interrumpió otra persona que se fue levantando lentamente: era un tipo delgado, con el cabello liso y largo, y con las ojeras debajo de los ojos muy marcadas— no creo que sea eso lo que está sucediendo, pues yo no vi ninguna puerta en el cielo. Creo que lo mejor, en este caso, sería que mantuviéramos la calma y no dejarnos llevar por el pánico.
—” ¡el que tenga oído, que oiga… —contraatacó el religioso— lo que el espíritu le dice a las congregaciones!”.
— ¡no tan rápido pastor! —dijo el racional, dejando en claro que no sería una discusión fácil para ninguno de los dos.
Un hombre pequeño y delgado, con sombrero y gafas redondas, se levantó y se puso del lado del religioso; otro hombre, un poco más fornido y con una enorme nariz, se levantó y se puso del lado del racional; luego una mujer, de cabello corto y rasgos muy finos, se fue del lado del religioso; luego un hombre, un tanto gordo, con un ojo muy abierto y otro muy cerrado y caso calvo, se puso de pie y fue a situar junto al tipo racional. Entonces las demás personas se fueron levantando y formando al lado de la persona que —creían— tenía la razón. Hasta que al final se había formado un circulo alrededor de ambos hombres.
Los únicos que quedaron fuera de los dos grupos fueron: un chico vestido con estilo punk, con el pelo que formaba un mohicano y teñido de color verde; y la mujer traumatizada que antes y decía cosas a cerca del maquillaje, al parecer, aún seguía en el mismo estado, pues casi no le prestaba atención a su entorno.
La discusión tomó impulso y los ánimos se empezaron a volver hostiles: unos, decían que el apocalipsis había llegado; otros, decían que podía ser un ataque extraterrestre o algo similar. Las teorías iban y venían al antojo del grupo que la proponía.
— ¡oigan! Si van a discutir algo háganlo en silencio —impuso el dueño de la tienda—, no queremos llamar la atención de nada de lo que esté allá afuera— dijo mientras le daba la espalda al grupo, ponía amabas manos sobre la cortina metálica y apoyaba la oreja para escuchar lo que pasaba fuera.
La discusión prosiguió, esta vez en forma de susurros, y los hombres y mujeres formados en el grupo iban alternando sus experiencias en la calle de forma desordenada: uno, decía que la estrella que había aparecido había formado la imagen de una puerta en el cielo; otra, decía que de las nubes habían salido los sonidos que, según ella, simbolizaban las trompetas; otro, decía que todo lo que había sucedido era un ataque, pero no sabía de quién o qué.
Luego de un momento, quedó un grupo de cuatro personas que se pusieron del lado del racional, y cinco se pusieron del lado del religioso.
Cristopher, que no quería formar parte de la discusión, dejó a Fanny en el suelo y esta, asustada, se pegó al instante a su pierna. Él la abrazó, con sus manos le acarició la espalda y la cabeza, y luego terminó con otro abrazo apretado.
—todo estará bien, pequeña —le dijo—, aquí estaremos a salvo.
La pequeña se tranquilizó un poco y lo tomó de la mano. Caminaron juntos hacia el dueño, quien seguía con la oreja pegada en la cortina, y comenzaron una charla.
—Gracias por no cerrar la puerta —dijo Cristopher, luego le tapó los oídos a Fanny con ambas manos y siguió—, si no fuera por ti aún estaríamos ahí afuera y quien sabe qué nos habría pasado —él no quería que la pequeña se enterase de que habían estado a punto de morir;  aunque posiblemente ella ya lo sabía.
—Sí, de nada —dijo el dueño, quien seguía intentando escuchar lo que pasaba afuera—, nunca le daría la espalda a un padre con su pequeña.
— ¿puede oír algo?
—escucho algo así como patas ligeras… que se desplazan por el pavimento, como si una mujer con tacones y seis patas caminara apurada por la acera.
—hola, me llamo Sofía— dijo una mujer que se les había acercado. Parecía ser la mujer traumada. Al parecer ya se había calmado—, no quisiera estar con los que están discutiendo así que por eso me acerqué a ustedes…
—Entiendo —le dijo Cristopher—, es fácil perder la cabeza en una situación así.
En realidad, él habría perdido la cabeza hace mucho si no estuviera ahí con su hijita. Debía mantener la compostura para ella, para darle una sensación de calma —por muy falsa que fuera— y hacerla sentir un poco más segura.
—quiero ir al baño —dijo Fanny con voz un tanto suplicante.
—Yo puedo llevarla —se ofreció Sofía, que intuía que ellos dos debían conversar cosas muy serias y no aptas para la niña.
—ok… —aceptó Cristopher.
La mujer tomó a la niña de la mano, iluminó el piso con su celular y salieron por un lado de la sala, evitando al tumulto de los que discutían. La luz alumbraba intermitente al piso y a las puertas, mientras buscaban el baño.
De pronto una voz se alzó por sobre las demás del grupo de discutidores…
— ¡Bueno!… si no creen que sea el juicio de dios —propuso el religioso—, salgan. ¡Los reto a que salgan!
—Y si usted está tan seguro de todo lo que dice, y de que ha sido una persona justa… —replicó el racional— ¿por qué no sale usted?
La discusión continuó entre los hombres y mujeres que se aglomeraban en medio de la habitación. Cristopher decidió ignorarlos y hablar con el dueño.
— ¿qué crees que sea lo que está pasando?
—No lo sé —respondió el dueño—, nunca había visto algo así. Ni siquiera sé qué es lo que hay ahí afuera…
De pronto lo interrumpió un ruido extremadamente fuerte que venía del otro lado de la cortina metálica, el escándalo fue tan fuerte que incluso quienes discutían guardaron silencio. La cortina se movió adelante y atrás de forma violenta, haciendo que el dueño saltase hacia atrás del susto, y luego sonidos rítmicos se empezaron a escuchar en la puerta. Parecía que unas patas, duras y fuertes, de algún tipo de animal chocaban con la puerta. Luego, el sonido subió a través de la pared hecha de zinc, produciendo un fuerte y rítmico golpeteo, hasta llegar al techo. Donde comenzó a dar vueltas, en uno y otro sentido, como buscando algo.
— ¿qué diablos es eso? —preguntó el dueño.
Todos guardaron silencio.
—se escucha como si fuera algo del tamaño de un perro o más grande —dijo alguien entre la gente, pero no se pudo distinguir quien.
Todos se quedaron confundidos, mirando estupefactos al techo, intentando descifrar el extraño y aterrador misterio del sonido. Pues, no había animal conocido en el mundo, de un tamaño tan grande, que pudiera subir una pared vertical de zinc con esa facilidad.

la trompeta del apocalipsis Donde viven las historias. Descúbrelo ahora