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— ¿qué pasó? —dijo Fanny. Mientras movía los dedos a través de la pantalla intentando recuperar el video.
—No es el celular… —dijo Cristopher, desviando la mirada y observando a los demás peatones en la calle.
  Al parecer, todos habían perdido de pronto la señal en sus celulares: una señora, confundida, que caminaba cerca de ellos, reiniciaba su celular pensando que así retomaría la señal; un señor obeso, le daba pequeños golpecitos por el lado con la esperanza de que eso le devolviera el internet.
—Ningún celular tiene internet —concluyó Cristopher—, debe ser un problema con los satélites.
—pero… ¿qué era esa cosa que cayó de la luna? —preguntó Fanny confundida.
—no lo sé… pero…
Un remezón en el suelo lo interrumpió de súbito, y sujetó a su hija del brazo para impedir que cayera del asiento. Los autos, que estaban estacionados en la calle, encendieron sus alarmas y quedaron meciéndose en su lugar, y una sonajera de sirenas y bocinas inundó la ciudad. Los postes del tendido eléctrico, quedaron haciendo un vaivén inquietante y, junto a ellos, los cables se movían aleatoriamente; los autos que estaban en movimiento, pararon en el momento ante la fuerza del sismo; las personas que iban caminando, se detuvieron asustadas; una mujer cayó al piso de frente, pero nadie lo notó.
Todos quedaron esperando, en incertidumbre, sin saber si iba a volver a temblar o si pararía…
Luego de unos segundos, de tensa y temerosa calma, comenzó a temblar: la tierra se movía, en un vaivén iracundo, como si fuera presa de una furia sin igual. Las personas que estaban en la calle parecieron caminar a penas, como borrachas, y se aferraron a lo que fuera que tuvieran al lado para sostenerse en pie. Los autos, los postes y las rejas de las casas y puestos de venta se tambaleaban de un lugar a otro, como anunciando que algo siniestro se acercaba.
Cristopher abrazó a su hija intentando que no entrara en pánico. Ésta, asustada,  se aferró a él con ambos brazos. De pronto un remezón, más fuerte que los demás, pareció levantarlos y los dejó sentados en el piso.
— ¡calma, ya va a pasar! —gritó Cristopher intentando mantener un semblante de tranquilidad, más por su hija que por si mismo.
Pasaron unos instantes —que parecieron eternos— y finalmente la tierra pareció calmarse. La intensidad del terremoto disminuyó al fin, y todos en la calle parecieron confundidos.
—Debe haber sido un grado siete por lo menos —dijo un hombre en la acera del frente, interrumpiendo el silencio sepulcral que se había provocado.
Cristopher tomó a su pequeña entre sus brazos, la abrazó fuertemente y caminó hacia el medio de la calle. Ella se aferró fuertemente a él, con brazos y piernas, y enterró su cara contra su pecho en un intento de evitar la realidad.
—que sismo tan extraño —dijo un hombre, que se acababa de bajar de su auto—, creo recordar que había temblado el año pasado; entonces, no debería temblar  tan fuerte.
El ambiente de incertidumbre y sorpresa había pasado y ahora los transeúntes, aun nerviosos, intentaban aplacar el miedo con risas y suspiros de alivio; sin embargo, en el corazón de Cristopher un mal presentimiento empezaba a crecer.
« ¿Era coincidencia de que se produjera un terremoto justo después de la extraña noticia del eclipse?» se preguntaba en el fondo de su cerebro, intentando decirse a sí mismo que era sólo una casualidad fortuita.
— ¡miren, allá en el cielo! —grito una mujer mientras apuntaba levantando el brazo para señalar un lugar cercano a la puesta de sol.
Todos miraron atentamente intentando identificar lo que la mujer señalaba: el sol ya se había ocultado, el cielo estaba en un tono rojizo, las nubes se entremezclaban con los tonos amarillentos dando una sensación de que el cielo ardía y, en el atardecer, se lograba ver una solitaria estrella.
— ¿ese es… venus? —dijo un hombre inclinando la cabeza hacia su lado derecho, como sumido en una duda…
De pronto… la estrella o planeta se movió ligeramente a izquierda, luego a derecha; luego, hizo un amplio movimiento circular, esta vez totalmente notorio; después, se separó en tres estrellas más pequeñas formando un triángulo que comenzó a hacerse más y más grande.
—Dicen que aparecen cuando hay una catástrofe por venir… —murmuró un hombre entre el silencio, el cual era tan grande que su murmullo se escuchó claramente.
— ¿qué es eso papá? —preguntó Fanny que había despegado la cabeza de su pecho, y ahora contemplaba el extraño objeto haciendo sus inteligibles señales.
—No lo sé hija —respondió él, aun atónito y temeroso por lo que sucedía—, pero será mejor que nos vayamos de aquí.
Cristopher, rápida y nerviosamente, empezó a caminar entre quienes contemplaban, asombrados y curiosos, el acontecimiento. Avanzó resueltamente y cruzó la calle al tiempo que esquivaba un par de mujeres que, con la cabeza en alto y la mirada fija en el cielo, ni siquiera notaron su presencia.
—Las cosas —dijo Fanny en un tono un tanto alarmado. Señalando las bolsas que aún seguían en el paradero.
—No importa, debemos buscar un lugar seguro.
Su mal presentimiento ahora se transformaba en certeza. Para todos los demás estas eran dos coincidencias: el temblor y el OVNI; pero, para Cristopher eran tres: el eclipse (acompañado de ese extraño suceso), el temblor y el OVNI. En su cabeza tuvo la temerosa sensación de que estaba en lo correcto al querer salir de ahí, y buscar refugio. Y no iba a abandonar esa idea.
De pronto… una nube, negra y condensada, apareció sobre el horizonte, avanzó rápidamente cubriendo una parte del cielo. Los espectadores apenas habían prestado atención —por estar contemplando la estrella misteriosa— pues parecían hipnotizados por los movimientos del objeto volador no identificado. Las luces se volvieron a juntar. La única luz resultante incrementó su brillo para luego empezar a opacarse lentamente en el cielo… hasta desaparecer.
—escuché que esas lucen aparecen para anunciar desgracias —dijo con una voz de temor otro espectador asustado.
— ¡miren, la nube! —gritó otro…
La nube había avanzado cubriendo ahora un cuarto del cielo. De pronto, la penumbra empezaba a hacerse notar y, rápidamente, la oscuridad empezaba a estar presente. El cielo tomaba un color negro y las nubes, a lo lejos, daban señales de que una tormenta llegaría.
De pronto… un ruido tremendo se escuchó en el ambiente. Parecía ser una mezcla de metales retorciéndose y chirreando, combinado con el sonido de una monótona sirena atonal. Todos miraron confundidos hasta darse cuenta de que aquel sonido aterrador parecía venir de la nube: unos, se taparon los oídos y entraron en pánico; otros, movían la cabeza, de lado a lado en forma de negación, sin dar crédito a lo que estaba sucediendo; Cristopher, abrazó a su pequeña y sintió como su corazón comenzaba a agitarse.
—Es la trompeta del apocalipsis —dijo uno de los presentes— lo vi en un video una vez.
Algunos miraron a los lados intentando identificar al que había dicho aquellas palabras; pero, entre la tremenda multitud era imposible saberlo a ciencia cierta.
El sonido se extendió por toda la ciudad tres veces más, haciendo que muchos en la calle comiencen a correr asustados. Cristopher miró al paradero —y tuvo la seguridad de que estaba en lo correcto— se dio la vuelta y siguió caminando por la calle, intentando encontrar un lugar seguro. En el lugar se había desatado el pánico. Las personas, huían aterrorizadas ante el cumulo de sucesos extraños que pasaban simultáneamente: un hombre en pánico, lloraba y gritaba que debía ir a ver a su madre; una mujer, se subió a su auto y, al ver que el taco no avanzaba, descarriló el auto y comenzó a manejar por la vereda, a toda prisa, para terminar chocando contra una barandilla de metal; desde los autos, sonaban las bocinas y los improperios para intentar lograr que la hilera avance más rápido; las personas a pie, corrían apresurados, en distintas direcciones, buscando un refugio.
— ¡es el fin! —gritó un hombre a todo pulmón. Con los ojos abiertos al extremo, dando la impresión de que la locura lo había dominado; luego, abrió los brazos, como formando la imagen de una cruz,  y salió corriendo por la vereda de la esquina.
Un viento frío y repentino inundó el ambiente, y las nubes empezaron a escupir gruesos goterones de lluvia. La ciudad se llenó de un ruido terrible, como los que se producen cuando hay una lluvia torrencial. Los techos de zinc provocaban una sonajera inmensa, parecida a la que se produce cuando cae el granizo. El viento atacó con una nueva ventisca húmeda, y Cristopher se dio la media vuelta para proteger a su pequeña de las primeras gotas de agua helada.
— ¡por Dios! —Gritó alguien aterrado a lo lejos— ¡hay algo en la lluvia!
— ¡¿qué es eso papá?! —preguntó Fanny aterrada.
—no lo sé, y no planeo que nos quedemos a averiguarlo.
Cristopher corrió por la calle, esquivando a las personas que —aterradas— corrían en distintas direcciones. Cruzó a la vereda de enfrente y, totalmente horrorizado, vio como un hombre, en pánico total, conducía un Suzuki por entre los autos hasta chocar violentamente con una camioneta. El auto quedó inmóvil, con el parachoques destrozado y la bocina quedó sonando, como un reflejo de que el hombre había quedado inconsciente.
Siguió corriendo en la misma dirección, le dolían los brazos y la espalda por el movimiento repentino. La calle era un completo caos: un hombre, intentaba cargar a una mujer, al parecer su esposa, porque se había desmayado; una mujer con vestido, que venía corriendo de frente, se movía con dificultad debido que traía zapatos con tacones… se tropezó, tambaleó y cayó de bruces, una vez en el suelo, se quitó los zapatos con rapidez y siguió corriendo descalza; los almacenes cerraban sus cortinas, uno tras otro, para evitar robos y desmanes inducidos por el miedo.
Cristopher llegó a la mitad de la cuadra. La espalda, los brazos y las piernas le dolían demasiado para seguir corriendo. Al detenerse de pronto un par de personas le dieron empujones por la espalda, como intentando esquivarlo. Miró hacia ambos lados, intentando encontrar un lugar donde refugiarse, y vio al fin un local con la persiana metálica aun arriba. Corrió lo más rápido que pudo. Un hombre sujetaba la cortina con una mano dejando entrar a las personas de la calle. Entraron una mujer y un hombre y cuando el hombre se disponía a cerrar… lo vio.
— ¡corre, rápido! —le grito el hombre agitado. Al tiempo que hacía un gesto con el brazo, como invitándolo a entrar.
Cristopher corrió lo más rápido que pudo entrando al lugar y, justo detrás de él, la cortina metálica se cerró dejando todo en penumbras.

la trompeta del apocalipsis Donde viven las historias. Descúbrelo ahora