CAPÍTULO 24

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La rata.

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.” 

El silencio se había apoderado del mísero pueblo, junto con eso la oscuridad otra vez caminaba las calles del poblado, casi al instante, las personas dejaron de hablarse unas con otras, la pequeña vibra positiva que existía había dejado de ser.

Había ausencia de niños en la secundaria, la mayoría de los padres hablaban sobre un puesto pacto satánico que Aurora había hecho con la costa, que involucraría a los niños del poblado de San Jacinto. ALgunos de los profesores dejaron de asistir, incluyendo a Roberta. La tristeza comenzaba a reinar nuevamente en ese lugar que por un momento pudo haber sido alegre nuevamente.

El comité de arte que se había reunido, planificaba hacer una obra en honor a la pequeña Aurora, solo por devolverles por un instante ese entusiasmo de transmitir alegría al prójimo. Pero no encontraban un acuerdo, pues las peleas y difamaciones entre ellos habían comenzado a entrar en debate, nuevamente se comenzaban a odiar.

El mural que Aurora le había regalado al panadero había casi desaparecido, solo se lograba visualizar casi en transparencia. Los panes en la panaderia comenzaban a tornarse un poco rancios, la calidad había bajado inmensamente, pues el señor Paúl entró en una tristeza acompañada de una depresión sin igual. Noches de llantos más desesperación habían invadido su alma, casi sin dormir en su solitaria cama, pasaba las noches con café, pero el alcohol comenzó a aparecer en esos momentos de desespero. --soy culpable-- se repetía innumerables veces a si mismo, pues no dejaba de pensar que sí tal vez no se hubiese dormido la pequeña niña aún estaría presente con cada uno de ellos.

La panaderia había vuelto a tener esa sensación de vibras negativas, como cuando la esposa del señor Paúl había fallecido, esporádicamente podía notarse abierta al público, pero ya nadie entraba allí, solo por la mala calidad del pan que ahora se presentaba.

El señor Paúl comenzó a caminar las calles, a buscar a Aurora por todos esos lugares que había buscado antes, aún sabiendo que la pequeña niña había muerto, el caminaba sin cesar cada rincón del pueblo, solo para castigarse por no haber hecho un mejor trabajo ayudando a quien pudo ser la nueva luz de San Jacinto.

El señor Paúl camino hasta la cima del risco que daba entrada a la costa, se sentó en una roca que permanecía allí, se posicionó en ese lugar que daba un buen vistazo al paisaje, y se imaginaba que Aurorita saldría subiendo con su gran sonrisa de dentro de la costa del silencio. Aún así, el llanto seguía siendo parte de su rostro, grandes lágrimas bajaban por sus mejillas, y suspiros enormes de desesperación hacían parte de sus acciones luego de pensar barbaridades y locuras.

A las cercanías de la costa, siendo ya de tarde, se lograban visualizar un grupo de delfines saltando y jugando entre ellos, situación que al panadero le pareció poco común en ese lugar. El señor Paúl con curiosidad se posicionó de pie, para observar a los animales en la costa cutre. Pará su sorpresa la costa había comenzado a limpiarce, las Arenas negras comenzaban a desaparecer y grandes pedazos de una arena amarilla casi como el oro se habían apoderado de grandes tramos de la playa --imposible-- dijo el panadero en su llanto. --realmente algo extraño sucede aqui-- volvió a tirar palabras al viento.

Con paca valentía solo se dedicaba a observar desde la lejanía, sin ánimos de bajar. Miraba el horizonte, observó el lugar cutre con sus aguas casi negras, mejorar físicamente. Recordó la pintura que Aurora había hecho, pintura que en realismo lucia magnífica, pero que de igual manera demostraba el paisaje horrendo que la costa del silencio presentaba.

--no puedo ni imaginar como será la vida de Saul sin ti-- dijo el panadero mirado la roca vertical, como si Aurora estaba presente en ella.
--mi vida está siendo un caos total, siento que pude haber logrado algo positivo, pero no nos dimos cuenta que sucedía en tu alma realmente--
El Señor Paúl comenzó a llorar nuevamente.
--si tan solo...-- sus puños se cerraron con fuerza.
--si tan solo...-- cayó de rodillas lastimandose estas mismas con los pliegues puntiagudos del risco.
--¡AURORA!-- el panadero gritó

Un llanto muy desesperante se apoderó de él, el desespero comenzó a volverlo loco, este gritaba y apretaba sus orejas mirando la costa con sus ojos extremadamente abierto, una mirada de pánico y culpabilidad por lo sucedido, --no, no, no-- decía sin cesar mientras miraba los delfines saltar. --el alma de Aurorita no les pertenece-- le gritaba a los delfines.

Casi caía la noche y el panadero comenzó a alejarse de la costa, caminando con desespero cada calle del pueblo, el pánico se había apoderado de su ser, sentía como la consciencia lo atacaba, como si fueran animas perturbando su vida, este caminaba alocadamente imaginandose barbaridades.

Al llegar a su panaderia observó el mural que a duras pena se notaba, este veía a Aurora pintadolo, como si el espíritu de la niña estuviera presente, pero era su imaginación que comenzaba a jugarle bromas de mal gusto. El señor Paúl abrió la panaderia con desespero, sus manos temblaban, las llaves casi no entraban en la puerta, pero logró abrir con toda su paranoia, recordó una botella de brandi que guardaba en el almacén. Las ratas habían destrozado cada uno de los ingredientes que él guardaba en su almacén, incluso habían casi acabado los panes que guardaba en la repisa.

El brandi comenzó a bajar con rapidez, este permanecía sentado mirando al suelo y moviendo su pierna derecha con gran rapidez, cada 20 segundos un trago de alcohol quemaba su garganta, el se rascaba el cuello lastimandose a si mismo --todo es tragedia en este pueblo-- le decía a la rata que comía del pan que el había hecho.

El pandero en su locura comenzó a reírse, como un esquizofrenico en su mayor punto, --nada de esto puede ser real-- le decía a la rata mientras continuaba en su risa.

La botella de brandi cayó al suelo y los vidrios se regaron por todo el piso, este miraba el licor correrse, lo hacía mientras seguía en su risa paranoica.

El señor paúl se lanzó en el suelo a recoger cada uno de los bridos esparcidos por el suelo, y con uno de estos vidrios comenzó a romper su delantal de la panaderia que llevaba consigo casi todo el tiempo, haciendo tiras casi perfectas. Como un buen tejedor comenzó a entrelazar cada una de las tiras que había cortado con el filo del vidrio que había elegido para hacer esa acción. Parado encima de la silla en la que estaba sentado, la dejó caer con su pie derecho, y de esa manera el señor Paúl comenzó a entrar en desesperación con las asfixia, arrepentido de lo cometido comenzó a tratar de liberarse con sus manos, pero sólo se hacía daño, rasguñando su cuello hasta sangrar, los minutos se hicieron eternos, pero el último respiro salió de su cuerpo terminando con la auto-tortura que el señor Paúl se había propinado, de esa manera terminó con su vida.

Y ahí yacía el cuerpo guindado, en la cutre panaderia del señor Paúl, morado casi como Aurora, permaneció ahí durante horas, hasta que el mal olor comenzó a tornarse fuera de la panaderia. De esa manera un pueblerino pudo darse cuenta que algo raro había dentro de la panaderia, junto con la ausencia del señor Paúl.

Las autoridades catalogaron su muerte como un suicidio provocado por el cargo de conciencia. Luego de eso lograron bajar su gran cuerpo, para ser trasladado a la morgue del pueblo.

El señor Paúl había fallecido en un suicidio inducido por el cargo de conciencia creado por el mal cuidado que había ofrecido a Aurora de León, esto lo llevó a la desesperación extrema y provocó locura en su ser.

Los pueblerinos recordarán al panadero como aquel hombre alegre que hacía los mejores panes, aquel señor que logró sacar sonrisas en personas tristes y sensibles. Una gran persona que cada persona del poblado admiraba. Pero también se tomaron esta muerte como causa de la maldición de León, nombre que habían colocado a la tragedia que había sucedido y que según ellos seguirá trayendo repercusiones al pueblo.

La tranquilidad puede ser aturdida sólo por un simple acto, solo hace falta un pequeño empujón para ser inducidos en ese cólera incurable. Añade un poco de caos en personas buenas y estas buscarán aliviarse ellas. De esa manera nos damos cuenta que no existe la paz total, sólo existe el momento de felicidad que te hace sentir tranquilo y protegido.

LA COSTA DEL SILENCIO. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora