Sarah miraba el horizonte pensativa, y yo a ella. Por mucho que la conociera, e igual que siempre, no podía averiguar lo que pasaba por su mente. En algunos momentos las comisuras de sus labios se elevaban y sus ojos risueños reflejaban la luz del sol. Con un rostro sereno podía apreciar hasta las pequeñas arrugas en sus ojos y sus largas pestañas. Era hermosa.
Sentados sobre el césped, justo después de salir de clases, veíamos el atardecer juntos, tal como cualquier otro día, con la boba excusa de que era una tradición, que no valía más que un momento de tranquilidad entre dos amigos, pero mi corazón latía con fuerza pidiendo tenerla a mi lado.
Mi mano entre nuestras piernas jugaba temerosa intentando tomar la suya, resultando de nuevo una misión fallida, justo como lo había sido desde hace 4 años, cuando decidí enamorarla, pero de nada habría servido porque mi cobardía era tal que no me atrevía ni a expresarle mis sentimientos.
Dió un suave suspiro y su mirada se volvió hacia mi. Estaba sentada a mi lado, tal vez no tan cerca como yo lo sentía, pero no ignoré como sus ojos detallaron cada centímetro de mi rostro. Me miró por unos segundos y estiró su mano temblorosa hasta colocarla en mi mejilla.
- Bésame - su petición me sorprendió.
Me volteé a verla completamente. Su mirada era dulce. Acariciaba mi mejilla con el pulgar, invitándome a hacerlo. No parecía una broma, y quería creer que no lo era, porque no podía rechazar tal petición. En un suave movimiento sujeté su rostro en mis manos y le planté un pequeño beso. Pequeño a la vista, pero dentro de mi fue un gran descubrimiento, donde mi corazón dió un vuelco entretenido y mi alma sintió paz. Ella se alejó un poco, decepcionada.
- bésame de verdad, James - tragué nervioso. Sin pensarlo me incliné sobre ella y la recosté del suave y verde césped que nos rodeaba. La besé, suave, pero sentido. Nuestro beso fué incrementándose y me sentí en un mundo superior. Ya no era solo amor. Se habían apoderado de mí la pasión y el deseo que se encontraban ocultos detrás de un capricho de niño pequeño. Más allá de lo que habría sentido nunca. Su perfume a miel, sus labios rojos, su cabello castaño, todo lo que fuera de ella me encantaba, tanto que sin ninguna razón había accedido a besarla, sin ninguna razón. Empiezo a sentir que con sus manos me empuja, me aleja de ella. No sé lo que pasa pero accedo a su petición. Se sienta rápidamente y me mira sonjorada - ya basta James, ¿qué te pasa?
- Te besé - dije frunciendo el ceño.
- Si, pero tú... - hizo una pausa pensativa y tocó sus labios - yo solo quería aprender a besar, ¡no quería que me comieras!
- ¿Y qué esperabas? - sus palabras me confundían.
- No creí que besaras así - se volvió e ignoró mi mirada.
- ¿Así cómo?
- Bueno...
- No balbucees Sarah, dilo, ¿tan cómo?
- ¡Tan espectacular! - mi cuerpo se calienta y una sonrisa traviesa aparece en mi rostro sin percatarme.
- Puedo darte otro si quieres.
- Cállate, olvida esto, fue una locura - se levantó mientras hablaba y tomaba su mochila - Te veo otro día ¿sí? Olvida lo que pasó - caminó apresurada, pero no pudo apartarse de mi lo suficiente como para no escucharme.
- ¡A mí también me gustó! ¡No te sientas apenada! - paró en seco y se devolvió corriendo hacia mí, rápidamente me golpeó con su mochila en la cara y se fue de nuevo. Sobándome con dolor la escuché decir: "¡Era jugando, fue horrible ese beso, solo lo dije para que no te sintieras mal!"
Reí un rato y vi mi reloj, sabía que era hora de ir a casa. De seguro me encontraré a Sarah en el estacionamiento porque siempre se va conmigo. Somos los últimos en irnos cada día, justo después de ver el atardecer, así que no le quedará otra opción. Llegué a la puerta del estacionamiento y escuché insaciables gemidos provenientes de un mural, me acerqué lo suficiente para reconocer aquella cabellera dorada repleta de rulos, igual que la mía. Jason hacía de nuevo su jugada con Leah, la mejor amiga de Sarah. Los dos estaban recostados detrás del primer mural, invisibles para cualquiera que se paseara por el pasillo principal.
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Sarah está prohibida
Teen Fiction"En una milésima de segundo me abalancé contra ella, dejándola sin escapatoria. Localicé sus labios rojos y decidí apoderarme de ellos, que habían sido de mi hermano en otros momentos, pero que ahora podían ser míos. Mi piel quemó al sentir la suya...