Día 5. Secretos

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Midoriya estaba harto

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Midoriya estaba harto. Mucho más que harto.

¿Quién carajos se atrevió a decirle que el mantenimiento de una casa era sencillo? Puede que en aquel momento se tragase semejante mentira porque, Dios, no era mas que un mocoso patas de bambi, llorón e incrédulo.

Pero ahora. Ahora, que salió del nido hogareño y se fue a vivir en compañía de su preciosísimo y suculento novio a su propio departamento, no tiene de otra mas que maldecir mil y un veces al estúpido ser que le mintió de la forma más vil posible y le hizo creer que la vida adulta era sencilla.

Si alguien le hubiese dicho que la vida después del kinder sería un completo pedazo de mierda apestosa, le habrían ahorrado demasiado sufrimiento.

Vivir con Shoto en el mismo lugar no fue algo que realmente le costase, al contrario, muchos de sus allegados quedaron perplejos cuando vieron la rapidez con la que la pareja se adaptó a la convivencia diaria en el mismo espacio. Aunque si él lo piensa, resulta obvio que aquel paso para ambos sería mucho más sencillo de lo que se esperaba, claro, si tomamos en cuenta que desde adolescentes prácticamente se la vivieron como uña y mugre —además de que, luego de casi un año de noviazgo, las visitas del semi albino a la casa de los Midoriya eran tan continuas que prácticamente se podría decir que el chico ya vivía allí también—, conociendo las mañas del otro y acostumbrándose a la presencia ajena.

No lo malentiendan. Izuku adora la oportunidad que la vida le dio para mudarse con su pareja, no tiene ninguna queja en ese sentido. Llevan ya más de dos años viviendo juntos, y —gracias a todos los ángeles, arcángeles, serafines, deidades, All Might y santos en el cielo— jamás han tenido algún percance que haya provocado un problema real en su relación. Cualquier detalle que se presentase, era solucionado con un rato de charla y una posterior reconciliación que uff, uff y re contra uff.

Perfección en su más puro estado.

Sin embargo, existe una cosa, un detestable detallito que Izuku detesta con todo lo que su pequeño ser pueda guardar. Y eso no llegó cuando se fue a vivir por su propia cuenta, no; eso es algo que ha aborrecido desde que se encontraba bajo el techo de Inko Midoriya, donde tenía que hacer todo lo que su madre le dijera porque vivía de a gratis en su casa y, por lo tanto, ahí mandaba ella.

Él odia, detesta, aborrece con cada parte de su ser las labores domésticas.

Su madre, en algún punto de su adolescencia, mientras se quejaba de haber nacido y de la vida que le tocó, a la par que trapeaba como si la vida se le fuese en ello, le dijo que tratase de no ver solo el lado negativo y buscase algo que sí le gustara del quehacer para que así lo sintiera menos pesado.

Pero, ¿¡qué mierda hay de bueno en estar de chacho todo el santo día, limpiando una y otra vez, para que al poco rato ya hubiese desmadre en donde recogió de nuevo!?

NADA. ABSOLUTAMENTE NADA.

De ahí viene su fastidio actual. Ese día es sábado, fin de semana, sinónimo de "hoy es día de pasarte el día como Cenicienta en la casa, friegue y friegue los rincones para que se vea menos chiquero, hasta que te duela el coxis por tanto esfuerzo físico, ¡yei!".

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