Insólita recaída

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Se separó de ella casi rechazando su abrazo y explicó.

- Deberíamos empezar a realizar los informes mensuales.

Beatriz sabía muy bien que por "deberíamos" Armando se refería con que ella debería. De pronto, recordó los inconvenientes con la empresa.

- Doctor, los números están bajando considerablemente. - Beatriz informó, a modo que una gran culpa le pesaba. - Es mi culpa, yo propuse reducir la calidad de los materiales.

- Nada de eso. Usted hacia su trabajo con respecto a lo que yo le pedí. - Armando dijo y puso sus manos en sus hombros para aliviar sus aflicción.

Dicho esto, ambos partieron a los lugares cometidos. Armando se dirigió a la oficina de Mario a través de la sala de juntas, mientras que, Beatriz fue a organizar los reportes semanales que englobaría el informe.

Abrió la puerta con tal ímpetu que hizo saltar a Mario Calderón de su silla.

- Hermano. - Dijo Armando con voz agonizante.

Mario sabía perfectamente lo que le ocurría. Habían hecho una revisión previa antes de la junta directiva. Esa mañana confirmaron, gracias a los números de Beatriz, que a pesar de los recortes y bajas a la calidad, jamás lograrían su proyecto. Salieron sin decir una palabra y hasta ahora, Armando no se comunicó con Mario.

Ni siquiera ahora lo hacía. Así que Mario Calderón permaneció callado, pensando en sus posibilidades, en lo que tenían y no tenían, y con esto, llegó a una resolución.

- ¿Se acuerda usted de la comisión de Beatriz Pinzón, su asistente?

De esa manera, se planeó la fechoría.

Armando Mendoza haría que Beatriz, su asistente, creara una empresa fantasma que embargara la suya, protegiéndola de ser tomada como prenda por acreedores y bancos y aunque no pudiera cumplir con su proyecto, al menos, salvaría a Ecomoda de sus propias acciones.

Los ojos del presidente brillaron; sabía que su asistente era su mano derecha, su sostén y la mujer más leal que jamás haya conocido. Pero esto era un mero sentimiento.

Beatriz Pinzón trabajaba con él desde apenas dos semanas, y si bien era cierto, que se había ganado su confianza con su inteligencia y perspicacia, también había hecho negocios con RagTela. Aunque después de todo, se lo contó con lágrimas en los ojos, y con una suma pureza que fue imposible de despreciar.

Veinte minutos más tarde, los caballeros emprendieron camino hacia su víctima.

Beatriz escuchaba atenta a cada palabra, a lo que una bola de preocupación crecía en su estómago y la hacía desfallecer.

Muchos pensamientos habitaron su cabeza; la necesidad de ayudar a su jefe; la culpa de aceptar la comisión de RagTela; el temor que su plan fuera básico y llano.

- Doctor, me permite contarle de alguien que puede sernos de gran ayuda...- Beatriz expuso pero fue abruptamente interrumpida.

- Esto es entre los tres. - Mario aclaró en tono severo.

- Lo sé, pero...

- Beatriz. ¿Cuál es el problema? - Armando preguntó.

- Si creamos la empresa con el dinero de la comisión de RagTela, cumpliremos con el fin de salvar a la empresa de quedar embargada por alguna entidad que no es de su pertenencia. Pero no podremos sacarla del estancamiento. Las pérdidas seguirán presentes y en algún momento, en el futuro, volveremos a encontrarnos en apuros.

Mario abrió sus ojos como platos, entendiendo que la asistente tenía razón. Sólo harían que los bancos no la embarguen, pero tendrían pérdidas y los proveedores dejarían sus lazos, los inversionistas desertarían y quedarían quebrados de nuevo.

Una Mirada Fría Donde viven las historias. Descúbrelo ahora