Solo tiene que fingir, no enamorarse, sabiondo

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Con el almuerzo se produjo la invitación a salir de noche y ella aceptó. Tuvo que salir del trabajo e irse con Michel, puesto que si iba a su casa a arreglarse, tendría que darle explicaciones a su padre, y no tenía ganas. Además la primera impresión es la que cuenta, ¿no?

Las luces cálidas y los colores fríos del bar la cautivaron. No conocía este lugar. De hecho, no conocía la mayoría de lugares; y solo comentó.

- Es uno de los mejores bares que he visto.

- Permíteme enseñarte uno de los especiales. - Michel dijo, haciendo señas al joven que secaba copas. - Un 1982.

El cóctel azul acompañado con una sombrilla se depositó frente a Beatriz.

- ¿1982?

- Un año tan exitoso en cócteles, que al mejor de todos lo bautizaron con dicho año. Pruébalo.

Su sabor era dulce con un toque de amargor que le sentaba de maravilla; mientras más lo saboreas más te da pena tragarlo y acabar con la experiencia.

- Es esquisto.

La noche se pasó rápido, y sin darse cuenta ya eran las 12:00. Las miradas al reloj de pared eran indiferentes. Beatriz comenzó a darle poca importancia al pasar de los minutos y poco a poco, lo único que quería era seguir viendo el rostro de Michel.

Ese rostro atento, que cada que hablaba, lucía interesado y mostraba a detalle una expresión facial que se adecuaba a lo que ella decía.

El joven camarero limpió presuroso las últimas copas y se acercó a la risueña pareja.

- Perdón, pero vamos a cerrar.

Desconcertados por todo el tiempo que había pasado, rieron muy cómplices y salieron del lugar. Michel condujo el auto de Beatriz siguiendo sus instrucciones. La mujer le explicaba hacia donde girar, pues, estando ebria, olvidó su dirección.

Sonidos estruendosos emanaron del capó del auto, haciendo, que este frene en seco una calle antes de arribar a la casa de Beatriz.

- ¡Ay! ¡No!

Michel la sostuvo hasta el portón, donde Beatriz abrió la puerta y cruzó raudamente a través de ella.

- Gracias, Michel.

- ¿Puedo llevarte en mi auto el lunes?

- Pienso que hasta el lunes estará arreglado.

- Deseo llevarte aunque esté funcionando correctamente.

El fin de semana se la pasaron bebiendo en bares y paseando por parques. La compañía que los dos se hacían era necesaria, los dos eran sus pilares, sosteniéndose y riéndose cuanto podían de los problemas.

El auto se recompuso. Pero Beatriz decidió que Michel la llevaría, según ella decía, para hacer descansar a su auto.

El viaje estando Beatriz lista para ir a trabajar no fue lo incómodo que pensó que sería, todo lo contrario, la conversación fue amena, desviándose a lo formal y personal, hasta llegar a Ecomoda.

- Sé que es muy precipitado, pero, tengo algo que decirte.

Beatriz abrió sus ojos expectante, como si deseara leer en su mirada la oración que estaba a punto de soltar.

- ¿Quieres ser mi novia?

Sin pensarlo dos veces, solo dijo:

- Sí.

Al cruzar la recepción, se percató de que todas las miradas se dirigían hacia ellos. Con confusos ojos, ella, sonrió y saludó a sus amigas.

- Hola muchachas, hablamos en el almuerzo.

Michel besó su mejilla esperando una despedida bien recibida, Beatriz atrapó sus labios y profundizó el beso. En el área de producción no rondaba mucho personal, por lo cual, el espectáculo no tenía público.

- Nos vemos Michel. - Beatriz dijo y raudamente pulsó el botón para que el ascensor se active.

Entrar a la oficina de Armando Mendoza - que también alojaba la suya respectivamente - no se sentía como de costumbre. Una gota agria de culpa, que ni ella era capaz de explicar, la invadía. Culpa de besar a Michel y no sentir lo que quiso sentir; y culpa de besar a Armando y sentir lo que no suponía sentir.

¿Por qué el remolino de emociones diáfanas se presenció con su jefe y se desvaneció con Michel?

El estrépito de las puertas deslizantes la tomaron por sorpresa, aún cargando su bolso, saludó a Armando.

- Beatriz. No vi su auto en el garaje, pensé que todavía no llegaba.

- Vine con alguien.

- ¿Con su papá?

- Con Michel Doinel, señor. - Beatriz dijo. Abrió la puerta de su oficina y al borde de entrar, él la detuvo.

- ¿Por qué el ingeniero de producción la vino a dejar?

- Porque somos novios.

Beatriz cruzó y cerró la puerta detrás de sus espaldas. La electricidad de su cuerpo se consumió y pudo finalmente respirar con normalidad. Desconocía la razón de sus palabras. ¿Quería darle celos? ¿Por qué? Ella no lo ama ni él a ella. No existía lógica alguna para sus acciones y eso la irritaba.

Por su parte, Armando Mendoza caminaba a paso rápido hacia la oficina de Mario Calderón. Con un fuerte portazo franqueó la puerta y dijo.

- Beatriz tiene novio.

- Era de esperarse, con lo bonita que está. - Mario respondió sin quitar la vista de unos documentos.

- ¡¿Quiere callarse?! ¡Existe otra persona!

- ¿Y usted quiere calmarse? No queremos que toda la empresa esté adentro también. - Mario aclaró, parándose de su asiento.

- ¿Cómo? ¿Por qué? Mi Betty, ella...

- Le rompieron el corazoncito a mi presidente.

Armando dio una mirada cortante en respuesta.

- Mal. - Mario continuó. - ¿Conocemos al afortunado?

- Es el ingeniero de producción, Michel Doinel.

- Mal. No puede ser de la empresa, es más, no puede tener ningún cercano, solo su papá, pero ella ya lo controla, ¿No? - Mario decía agarrándose la sien con fervor. - ¿Usted no sabía de esto? Digo, usted es su jefe. Quizá escuchó que ella hablaba con alguien o algo.

- Hoy vinieron juntos.

- O sea que ya hubo fiesta. - Calderón dijo y se frotó las manos en señal de lo que quería transmitir.

Armando cerró sus ojos y pensó en lo sucedido. Beatriz sin novio, él besándola, ella con novio. Era obvio.

- ¡Callese! Yo lo estropee. Ella no tenía novio el jueves, ella me be... Nos besamos.

- ¿Qué? Señor, no se mete con la nómina, regla número uno de la empresa.

- Estaba tomado.

- Debemos asegurar que ella no soltará ni una palabra a su nuevo novio. Usted no sabe lo que una mujer despechada es capaz de hacer. Estamos en sus manos. Hasta el Nicolás ese es su amigo. Es que; nosotros no tenemos nada ni nadie a nuestro favor.

- ¿Y cómo aseguramos eso?

Mario Calderón soltó unas risitas torcidas y lo miró de arriba a abajo con mirada juzgadora.

- Deberá enamorarla.

- ¿Qué? ¿Usted está loco?

- ¡Vamos! La mejor manera de hacer que una mujer haga lo que queremos es a partir de los sentimientos. Las mujeres son muy sentimentales, señor mío.

- Amo a Marcela.

- Solo tiene que fingir, no enamorarse sabiondo.

Una Mirada Fría Donde viven las historias. Descúbrelo ahora