5 ~ La Sirenita

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EL NIÑO Y EL MAR


Si había una palabra que pudiese definir a Luke Igneus, ese niño de doce años que creaba mundos con su voz y cuyos ojos brillaban con los sueños de mil estrellas, era "feliz".

Qué vueltas las de la vida, ¿no? Un momento estás en lo más alto del mundo, y al siguiente la tierra te traga, profundo, muy profundo, hasta que ardes en el fuego de sus entrañas. Hay quien se transforma en ceniza allí, y desaparece sin retorno; hay quien estalla en llamas y surge por un volcán, glorioso como un fénix que renace. Y hay quien queda a medias, gritando hasta que la garganta se hace trizas, sintiendo el incendio que empieza desde adentro y que destruye sin matar del todo, hasta que se hace tan insoportable que un día decide dejar de sufrir, así, sencillo, y cierra los ojos para siempre. Luke Igneus —nunca más adecuado un nombre— fue de esos últimos.

Era lo que llaman un "niño dotado", a los que las musas no han escatimado dones. Era agraciado y listo, las ideas no tenían barrera en su joven y amplia mente, su voz hacía exactamente lo que él quería, y sus sueños tenían más alas que todas las aves del mundo. Quien lo viera decía que ese niño tendría un futuro brillante.

La ironía de la vida se encargó de transformar ese brillo en un infierno.

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Había dos cosas que Luke hacía con destreza, y una tercera que, a pesar de sus dones, se le daba muy mal (aunque le pusiera todo su entusiasmo). Nadar, cantar y bailar, en ese orden.

Y es que en el mar se resumían las tres cosas, y Luke amaba el mar. El viento canta y sus olas bailan, y más de una vez el niño había encontrado la perfección en lo profundo de las aguas. Incluso allí, a un par de metros de la superficie, el mar cantaba y el mar bailaba, y Luke se sentía uno con la Tierra misma. Qué lástima que los seres humanos no estuviesen hechos para respirar de esa forma; si así fuera, él sería el primero en quedarse a vivir allí abajo.

Luke tenía también una novia, una niña muy mona de trenzas y grandes ojos morenos. Pero Luke no amaba a esa niña tanto como amaba al mar. Luke no amaba nada tanto como amaba al mar, para ser honesto. Incluso, si tuviese que hacer una lista de prioridades, el mar iría por encima de su hermana Isabel y de sus padres. Bueno, no tanto. O tal vez sí.

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Él se acordaba bien del día fatídico, precisamente porque al comienzo había sido el mejor día de su corta vida. Estaban de vacaciones en las Islas Baleares, y tocaba visitar el Cabo Formentor. ¡La cantidad de mar que había allí! Lo rodeaba por todos lados, y no le alcanzaban los ojos para mirarlo lo suficiente.

Su hermana contemplaba el cielo, y refunfuñaba por las nubes que se estaban acumulando. Luke insistía que quería ver el faro. Isabel rogaba que se quedasen en el hotel. A los padres no parecía entusiasmarles mucho la perspectiva de estar fuera durante la tormenta que se acercaba, pero Luke pidió, y pidió, y pidió, saltando por toda la habitación, hasta que sus progenitores lanzaron un suspiro al unísono, se miraron y sonrieron.

Es sólo algo de lluvia y no vamos a volver a este lugar por el resto del año, dijeron los ojos de su padre.

Puedo mojarme un poco por mi niño, contestaron los de su madre.

—Pues yo me quedo aquí —dijo Isabel en voz alta, entendiendo perfectamente esa conversación silenciosa. Luke le sacó la lengua.

Bajó corriendo las escaleras del hotel, mientras sus padres utilizaban el elevador. E incluso así, llegó primero que ellos a la planta baja, sin aliento pero con una sonrisa que no le cabía en la cara de lo grande. Refunfuñando se cubrió con la capucha del impermeable para llegar al coche, a pedido de su madre, y pegó la nariz al cristal de la ventanilla en cuanto comenzaron a circular por las calles, absorbiendo toda la vista y la lluvia con su mirada, con el corazón amplio, enorme. El mar lo saludó de lejos, haciendo que los ojos de Luke brillasen de emoción.

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⏰ Última actualización: May 09, 2022 ⏰

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