Capítulo 11. Desastre.

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Abrí los ojos. Una luz cegadora estaba sobre mí, todo era muy blanco, oía pitidos agudos a mi alrededor. Pestañeé unas cuantas veces, con el fin de adecuar mi vista a la luminosidad del lugar donde me encontraba. Empecé a distinguir formas, una silla, una ventana, una puerta... 'No puede ser' pensé. Me miré los brazos, tenía unas vías puestas. Estaba en un hospital.

Miré alrededor, no vi a nadie más. '¿Dónde está Sandra? Por favor que esté bien'.

Llamé al timbre que se encontraba al lado de mi cabeza. Inmediatamente se abrió la puerta de mi habitación.

- ¡Alexandra, cariño!¡Estas bien!- mi madre entró gritando a la habitación seguida de mi padre - ¡Que susto nos has dado!- sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas, hundió su cabeza en mi tripa y comenzó a llorar desconsoladamente.

- Mamá...- comencé a llorar yo también. En ese momento entró la enfermera.

- Les voy a pedir que abandonen unos instantes la habitación, vamos a hacerles unas pruebas a su hija.

Me hicieron las típicas pruebas de consciencia, reflejos, etc. -¿Dónde esta Sandra?- le pregunté a la enfermera mientras me hacía el ejercicio de reflejos de la rodilla. -Su compañera está en la habitación contigua, la 210, podrá ir a verla en cuanto termine de hacerle pruebas- terminó la frase con media sonrisa compasiva.

Tras unos minutos pude levantarme, fui al baño. Cuando encendí la luz y me vi reflejada en el espejo miré hacia atrás para ver si había otra persona, esa que estaba reflejada no podía ser yo. Mi cara parecía un mapa, un puzzle, estaba llena de magulladuras, ni me había dado cuenta del dolor que tenía de la tensión que estaba acumulando. Pero en cuanto me vi reflejada se despertaron todos mis nervios. Tenía los brazos entumecidos y llenos de rasguños, me acababa de despertar del todo. 'Me da igual, tengo que ver a Sandra'.

Me fui apoyando en la pared hasta llegar a la silla de ruedas que había dejado la enfermera en la puerta. Me logré sentar sin que se fuera hacia los lados, a duras penas pude abrir la puerta y manejar la silla a la vez, pero lo conseguí.

Di un par de impulsos a las ruedas, me dolía todo el cuerpo al hacer fuerza. - Perdone, podría abrirme esta puerta, ¿Por favor?- le pregunté a un médico que justo pasaba a mi lado. Con una sonrisa el hombre me abrió -Muchas gracias- le respondí yo. Al cruzar el arco de la puerta mi sonrisa se cambió por una cara de lástima. 'Dios Sandra, ¿Qué te ha pasado?' mis ojos se llenaron de lágrimas, me acerqué con la silla al lado de ella.

No podía creer lo que veía. Esa mujer despampanante, atractiva, sexy, imponente... Estaba ahí tumbada, sin poder respirar por si misma, con la cabeza cubierta por una venda y llena de tubos. Estaba totalmente desencajada. Mis ojos se quedaron mirándola fijamente y poco a poco empecé a llorar como una niña pequeña, sin importar que me oyeran, necesitaba expresar mi ira, mi enfado.

Me levanté de la silla, me limpié las lágrimas y la besé. En ese momento sus constantes vitales empezaron a elevar su ritmo, en cuanto me aparté se fueron reduciendo. Me recordó al cuento de Blanca Nieves, que el príncipe salva a la princesa con un beso de amor, pero en este caso, éramos dos princesas y el beso no la salvó.

Me senté en la cama, a sus pies y me quedé observándola durante segundos, minutos, horas...

Alexandra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora