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Despertarse a las 4 de la madrugada era una actividad cotidiana que solia hacer durante años, sin embargo, era la primera vez que le costaba demasiado tomar la fuerza suficiente para abandonar la cómoda y cálida cama en la que dormía.

Quizá era por el bulto a su lado que lo usaba como cojín de vez en cuando.

Se preguntaba si Nanami lo mataría lenta o rápidamente cuando se enterarse que mas de una vez ha sido obligado a dormir con su novio, y aunque en las mañanas este último lo empujase con fuerza, ninguno de los 3 tenía la capacidad de controlar su sonambulismo, por lo que no tuvo más remedio que acostumbrarse a ese tipo de cosas.

Aunque aveces solía ser gracioso, una vez se encontró a Yu durmiendo en el suelo de la habitación y desde ese entonces cerraba tanto ventanas como puertas con llave, pero claramente se olvido de asegurar la puerta del baño.

Todavía se preguntaba como pudo descolgar la cortina de la ducha porque tenía demasiado frío en la madrugada sin percatarse de que estaba durmiendo en el suelo.

Sonrió por los recuerdos colocándose sus audífonos en el autobus mientras esperaba pacientemente a Satoru, únicamente irían ellos dos por lo cual tenían todos los asientos para ellos. El viaje era algo largo, así que agradecía poder ir lo más cómodo posible.

O eso creía hasta que sintió como cierto albino dejaba caer su cuerpo de golpe sobre su hombro haciéndole quejarse en voz alta.

Quizá no pesaba demasiado pero sus huesos eran muy duros.

Estuvo a punto de reclamarle molesto por aquel acto, sin embargo, al bajar la mirada observó un tierno escenario.

Satoru tenía su boca ligeramente abierta, mientras que sus hebras despeinada cubrían su frente. Los ojos cerrados en señal de tranquilidad, como si apenas a esa hora pudiese haber conciliado el sueño y no quisiera dejarlo perder por nada en el mundo.

Inevitablemente, se quedó quieto, estático, como si estuviera tratando de respirar menos, aguantando por unos segundos el aire dentro de sus pulmones simplemente para no despertarlo.

Chasqueo la lengua ligeramente avergonzado, pero no incómodo, observando por el rabillo del ojo de vez en cuando al muchacho que babeaba a su lado.

Se preguntaba si su cabello sería tan suave como lo aparentaba, aprecia una pequeña bolita de algodón, esponjosa, sedosa.

Deslizó tímidamente su mano hasta la cabeza del albino, mientras acomodaba de mejor forma su hombro para que el cuello del chico no estuviese tan estirado y así se despertará sin dolor alguno.

Sus dedos se deslizaron sobre la nieve que su cabeza parecía ser. Era risible que Satoru pudiese aparentar ser tan gélido como el mismísimo invierno, sin embargo, su corazón era justo como el verano: cálido, con algunos días lluviosos, pero con gran vegetación a su al rededor, rodeado de emociones que florecian entre cada llovizna.

Deseaba saber que pesar yacía detrás de la tristeza de su mirada. Sabía que su forma de enfrentar esas circunstancias era haciendo chistes acerca de su día, o simplemente ignorando sus pesares, pero cuando alejaba la falsa imagen de perfección que proyectaba ese joven, podías toparte con una persona común y corriente.

Tenían apenas 18 años, Satoru todavía ocultaba mil y un inseguridades que si bien lo hacen continuamente ir en busca de alcanzar siempre su máximo potencial, también le hacían jamás ser capaz de simplemente vivir.

Atascado en lo que debería ser y no lo que quisiera ser, apresado en una jaula de oro, con un par de alas desplumadas que no eran capaces de extenderse a volar como quisieran.

Melodía EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora