A la mañana siguiente, Satoru tuvo que despertarse más temprano de lo usual para atender una circunstancia de la cual no quería hablar.
Las noticias corrían más rápido de lo que le gustaría aceptar. Su padre no tardó mucho en enterarse de su muñeca fracturada, aunque agradecía que su cuidador Ichiji, hubiese omitido acerca de cómo tuvieron que huir de una orda de pueblerinos furiosos a plena madrugada.
Claro que como era buen padre le llamó para averiguar sobre su estado, y sobre todo, no le pidió al responsable que le diera la cachetada en una video llamada que hicieron.
Porque disciplinarlo de esa forma era correcto, puesto que el título de: "decepción" era lo único que se ameritaba, como siempre.
No era como que no estuviese acostumbrado a ese trato, de hecho, simplemente no le importaba.
Dolían más las varitas de madera que usaba en casa, cuando la gente no lo veía.
Ahora tenía que tocar aún si su muñeca estaba rota, si dolía, era la única forma de quedarse con Suguru, era todo lo que importaba.
Si él estaba ahí, todo estaría bien.
Paso frente a su cuarto, en donde una adorable amapola decoraba el borde de su ventana.
Suguru estaba perdiendo la fe en que florecierá puesto que nunca tardaban demasiado en hacerlo como esa, sin embargo, fue él quien contempló en primera fila, como sus preciosos pétalos comenzaban a abrirse inesperadamente.
Por ello corrió entre los pasillos, con una alegría inconmensurable escurriendose de sí, olvidándose de sus propias penas.
¿Cuánto tardaba en abrirse por completo?
No quería que el pelinegro se perdiera el nacimiento de su hija.
Llegó a la puerta agitado, con la respiración entre cortada.
Se acercó a su novio, a pasos rápidos pero silenciosos para no despertarlo.
Tomó su mano, tibia, acercó su rostro al ajeno y le robo un beso, empezando a murmurar una que otra frase tierna para que despertará.
Su mano cayó en seco apenas dejó de sostenerla.
Sus respiraciones no chocaban, puesto que hacía mucho Suguru ya había dado su último aliento.
Acercó con cuidado su oído al pecho de su amado, tratando de calmar su ataque de nervios con la melodia se su corazón.
Nada.
No había nada.
Ni música en su pecho, ni sonrisa entre sus labios, o brillo en sus ojos como cuando lo veía.
No había dolor, ni vida.
No había amor u odio.
Solo vacío.
Se había ido.
Su amado se había ido.
Satoru se acostó a su lado nuevamente, cerró sus ojos y los abrió en repetidas ocasiones esperando toparse con una caricia, con sus preciosas iris amatistas.
El océano de sus ojos estaba tratando de no desbordarse, sentía un nudo en su garganta, por lo cual, se abrazo con el brazo del contrario tratando de que entrase en calor, puesto que Geto odiaba el frío.
Sollozo en silencio, temblando incontrolable a su lado. Hasta que comenzó a gritar tratando de despertarlo.
La desesperación en su voz era palpable, gritaba aterrorizado por lo que estaba sucediendo.