1890

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Los días no iban demasiado bien para Edgar. 

Intentaba hacer todos los esfuerzos posibles en estar atento con las tareas de la vaca y el huerto, pero un malestar y una fiebre se hacía presente en el cuerpo del hombre. 

Casi siempre tenía que desestimar lo que estaba haciendo y subir a su habitación a descansar, preocupando cada día más a Lady Rose. 

Eloise ayudaba un poco más con las tareas, su cuerpo empezaba a sanar de su corto embarazo. 

Por las mañanas le daba de comer a la vaca, y limpiaba el establo con esmero. 

Aunque un día, Christofer la ayudó, ya que aún tenía una fuerza limitada. 

El acercamiento surgió con miradas furtivas, risas nerviosas, y con pequeños juegos adolescentes. 

- Aún no hemos consumido nuestro matrimonio. Parece que Simon tiene toda tu atención. - dice Christofer con una sonrisa, mientras le guiña un ojo con picardía. 

- Tienes razón. El único hombre que me toca últimamente es nuestro hijo. - responde coqueta. 

Poco tiempo faltó para que Christofer se lanzara a los brazos de su nueva esposa. 

Dándole besos apasionados, mientras la agarra de la cintura, y le levanta la gran falda. 

Los jóvenes se metieron en el pequeño establo para tener su ansiada consumación. 

Con caricias, movimientos lentos, besos por todo el cuerpo. Parecía que era la primera vez que sus cuerpos se conocían en la intimidad, aunque al mismo tiempo, ya sabían más o menos todas las zonas de sus respectivos cuerpos, solo que ahora podían hacerlo tranquilamente, sin miedo a que los descubran, poniendo los cinco sentidos en cada sensación producida por la piel del otro. 

Por la tarde, Lady Rose se pasó tejiendo ropitas para su nieto, del cual estaba más que enamorada, era un niño precioso. 

Pasadas las horas, subió a ver como estaba Edgar. 

Subió con sigilo para no hacer demasiado ruido, pero al abrir la puerta, se preocupó mucho. 

Edgar llevaba casi todo el día durmiendo, sin comer ni beber nada. 

Lady Rose se sentó a su lado, y con su mano ligeramente cerrada, acarició la mejilla de su marido, haciendo que se despertase, abriendo lentamente los ojos. 

El pobre hombre no podía casi ni hablar, estaba realmente débil. Lo único que pudo decir, es que era algo que jamás había sufrido, y que era horrible.

Lady Rose sabe de inmediato que esto debería ser visto por un médico, ya que han pasado algunas semanas y la salud de su marido no ha mejorado, sino todo lo contrario. 

Ella sabe de un médico en el pueblo, el único que hay. 

Aunque es consciente que si le llama, perderán todo el dinero que tienen y sería catastrófico. Aunque ella lo haría con gusto. 

La única manera de saber si Edgar está de acuerdo con esto, es preguntándole. 

- Mi amor, creo que tenemos que pensar lo del médico. ¿Te sientes tan enfermo cómo para tener que llamar al médico del pueblo? ¿Quieres que lo llame? - 

Edgar se lo piensa por unos instantes, pero mira a su mujer con su cara blanca, y sus ojos cansados, que se cierran solos. 

- Lamentándolo mucho, creo que es momento de que llamemos al doctor. De verdad que no puedo soportarlo más. No me puedo ni levantar de la cama. - 

140 páginas por escribir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora