1900

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Los años han vuelto a pasar. 

Y se puede decir que la familia Dankworth es de lo más normal. 

El trabajo del campo da para vivir, y están muy orgullosos de los pequeños progresos que han dado. 

El trabajo de Christofer en la escritura es más que fructuoso, incluso su nombre ya se está empezando a oír fuera del pueblo.

Con el tiempo, Eloise se hizo amiga de las amigas de su difunta madre, a raíz de conocerlas en el cementerio. 

Esas mujeres estaban llenas de sabiduría y experiencia en la vida, justo lo que necesitaba Eloise en estos momentos.

Ese mismo día, una de las cercanas amigas de Eloise, invitó a esta a tomar el té en su casa. 

No era otra, que la mismísima Dilly Bean. 

Venía de una familia adinerada, del negocio de la costura. 

Y vieja amiga de Doña Rose, en la que había confiado sus últimos años de vida y sus desaventuras en el pueblo. 

Eloise con vista hacia el futuro, quiso llevarse a su hijo mayor, Simon con ella a la reunión del té. 

Y no era de otra manera, ya que ella sabía que Dilly contaba con una joven hija, un año menor que Simon, y cree que es una buena oportunidad para que se conozcan y vean si de ahí puede salir una boda. 

Al llegar a la casa, la mujer les abre la puerta con una gran sonrisa, junto a su hija, que los invitó a entrar y les ofreció unos pasteles. 

A Simon le creó un gran vuelco al corazón. 

Podían ser cosas de un joven de dieciséis años, aunque no pudo evitar sudar de los nervios, y que el corazón le fuera a mil por hora. 

Mientras las señoras hablaban sobre temas que para Simon no tenían ninguna importancia, aprovechó para sentarse al lado de la joven llamada Tilly. 

Los dos jóvenes se presentaron y empezaron a reír sobre las sospechas de sus madres de intentar casarlos, aunque Simon no rechazaba la idea, ya que veía a Tilly una joven realmente bella. 

Tilly era de una belleza muy peculiar, una chica delgada y con el pelo oscuro como el tronco de un pino, junto a sus ojos castaños, de forma almendrada y unos labios poco voluminosos que le hacía una expresión cariñosa. 

Llevaba el pelo trenzado y recogido, pero por la cantidad de pelo, se podía adivinar que le podía llegar por la mitad de la espalda. 

Se pasaron la tarde hablando y riendo sobre diferentes temas, por los tabúes que había y lo anticuados que les parecían, y alguna que otra cosa sobre cómo se quieren ver en el futuro, si prefiriendo un buen trabajo o una familia plena de felicidad. 

Al atardecer, fue hora de despedirse de los Bean y volver a casa, pero no sin antes saludar a una amiga vecina, que hacía mucho que no veía, a causa de sus jóvenes hijos y lo que cuesta criar a tantísimos niños. 

Nada más y nada menos que seis hijos.

También son una familia adinerada y con muchísimas comodidades, todo lo contrario a la humilde casa de los Dankworth. 

Lo que les hacía tan especiales era sus cabellos rojos, que compartían todos los hermanos y hermanas. 

Eloise no quiso entrar en la casa, y prefirió charlar en el gran porche. 

Los hijos salieron a saludar a Eloise, junto a la adolescente Florence, a la que su madre quería casar, pero ella no estaba muy interesada. 

Prefería vivir la vida un poco más antes de casarse y convertirse en ama de casa. 

140 páginas por escribir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora