1890

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Los meses pasaron, más o menos la familia se iba acostumbrando a la vida sin Edgar. 

La que peor llevaba la situación, volvía a ser Lady Rose. 

Con sus notorios mechones de pelo blanco, que cubría su pelo color avellana claro, y sus arrugas que se empezaban a notar mucho más a cada día que pasaba. 

Habían estado yendo a misa cada domingo, igual que hacían cuando vivían en la ciudad, pero trabajar en el campo e intentar vivir les quitó tiempo de adorar al creador. 

Justo hoy era domingo, y era momento de prepararse para ir a misa. 

Madre e hija se vistieron con sus ropajes negros, junto al pequeño Simon. 

Y los cuatro se dirigieron a la bonita iglesia del pueblo. 

Caminaron en silencio hasta el centro de pueblo, con Simon en brazos. 

Todos los pueblerinos ya sabían quién eran. Parece que los rumores vuelan en estos lugares. 

Y con un poco de vergüenza, les daban el pésame por su reciente pérdida. 

Ya todos estaban esperando en la entrada de la iglesia. 

La gran iglesia envejecida les daba la bienvenida a todos los fieles con las primeras campanadas del nuevo día.   

El cura salió de una puerta lateral y fue saludando a cada uno con un simpático "Buenos días, espero que haya amanecido con gracia"

Lady Rose no pudo evitar llorar, y confesarle que no lo estaba pasando del todo bien, desde la partida de su difunto marido. 

A lo que el cura le había recomendado que leyera la Biblia hasta que encontrara consuelo, y rezara por su alma. 

Todos empezaron a entrar en la pequeña iglesia para tomar asiento en los grandes bancos de madera. 

Cosa que Eloise agradeció, ya que su avanzado embarazo hacía que se cansara con rapidez. 

El cura empezó a recitar su misa de los domingos. 

Se mencionó la importancia de la familia, e hicieron varios rezos por las personas que habían fallecido hacía poco. 

Al cabo de unas pocas horas, parece que el pequeño Simon no soportaba estar más ahí y empezó a sollozar sin remedio alguno. 

Con el único remedio de que Lady Rose y Eloise volvieran a casa. 

Aunque Christofer se quedó. Tenía que aprovechar para vender las hortalizas de su huerto. 

Así que así lo hizo. 

Se fue a las paraditas de confianza del pueblo y ofreció lo que tenía, lo que le aportó una bastante buena ganancia por eso. 

En el camino encontró otros vendedores, la mayoría hijos de estos, que ayudaban con la parada, y le ofrecieron ir al bar a jugar a las cartas. 

Christofer jamás había ido a algún bar antes, pero parecía que la invitación llamó su atención. Aceptando casi sin rechistar. 

Los chicos pidieron vino tinto, a lo que Christofer se animó, ya que no sabía muy bien lo que tenía que pedir. 

Se sentaron en una mesa a jugar a las cartas, entre risas y graciosas anécdotas. 

Mientras tanto las chicas, ya habían llegado a casa. 

Se hicieron cargo de las tareas rutinarias, haciendo que pasaran rápidamente las horas, hasta el momento de tener que acostar al pequeño Simon, cosa que se encargó su abuela. 

140 páginas por escribir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora