He aquí el recuerdo que esta escena dejó en Raskolnikof. En la pieza inmediata aumentó el ruido rápidamente y la puerta se entreabrió.
-¿Qué pasa? -gritó Porfirio Petrovitch, contrariado-. Ya he advertido que...
Nadie contestó, pero fue fácil deducir que tras la puerta había varias personas que trataban de impedir el paso a alguien.
-¿Quieren decir de una vez qué pasa? -repitió Porfirio, perdiendo la paciencia.
-Es que está aquí el procesado Nicolás -dijo una voz.
-No lo necesito. Que se lo lleven.
Pero, acto seguido, Porfirio corrió hacia la puerta.
-¡Esperen! ¿A qué ha venido? ¿Qué significa este desorden?
-Es que Nicolás... -empezó a decir el mismo que había hablado antes.
Pero se interrumpió de súbito. Entonces, y durante unos segundos, se oyó el fragor de una verdadera lucha. Después pareció que alguien rechazaba violentamente a otro, y, seguidamente, un hombre pálido como un muerto irrumpió en el despacho.
El aspecto de aquel hombre era impresionante. Miraba fijamente ante sí y parecía no ver a nadie. Sus ojos tenían un brillo de resolución. Sin embargo, su semblante estaba lívido como el del condenado a muerte al que llevan a viva fuerza al patíbulo. Sus labios, sin color, temblaban ligeramente.
Era muy joven y vestía con la modestia de la gente del pueblo. Delgado, de talla media, cabello cortado al rape, rostro enjuto y finas facciones. El hombre al que acababa de rechazar entró inmediatamente tras él y le cogió por un hombro. Era un gendarme.
Pero Nicolás consiguió desprenderse de él nuevamente.
Algunos curiosos se hacinaron en la puerta. Los más osados pugnaban por entrar. Todo esto había ocurrido en menos tiempo del que se tarda en describirlo.
-¡Fuera de aquí! ¡Espera a que te llamen! ¿Por qué lo han traído? -exclamó el juez, sorprendido e irritado.
De pronto, Nicolás se arrodilló.
-¿Qué haces? -exclamó Porfirio, asombrado.
-¡Soy culpable! ¡He cometido un crimen! ¡Soy un asesino! -dijo Nicolás con voz jadeante pero enérgica.
Durante diez segundos reinó en la estancia un silencio absoluto, como si todos los presentes hubieran perdido el habla. El gendarme había retrocedido: sin atreverse a acercarse a Nicolás, se había retirado hacia la puerta y allí permanecía inmóvil.
-¿Qué dices?-preguntó Porfirio cuando logró salir de su asombro.
-Yo... soy... un asesino -repitió Nicolás tras una pausa.
-¿Tú? -exclamó el juez de instrucción, dando muestras de gran desconcierto-. ¿A quién has matado?
Tras un momento de silencio, Nicolás respondió:
-A Alena Ivanovna y a su hermana Lisbeth Ivanovna. Las maté... con un hacha. No estaba en mi juicio -añadió.
Y guardó silencio, sin levantarse.
Porfirio Petrovitch estuvo un momento sumido en profundas reflexiones. Después, con un violento ademán, ordenó a los curiosos que se marcharan. Éstos obedecieron en el acto y la puerta se cerró tras ellos. Entonces, Porfirio dirigió una mirada a Raskolnikof, que permanecía de pie en un rincón y que observaba a Nicolás petrificado de asombro. El juez de instrucción dio un paso hacia él, pero, como cambiando de idea, se detuvo, mirándole. Después volvió los ojos hacia Nicolás, luego miró de nuevo a Raskolnikof y al fin se acercó al pintor con una especie de arrebato.
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Crimen y Castigo
Ficção CientíficaCrimen y castigo (1866), considerada por la crítica como la primera obra maestra de Dostoievski, es un profundo análisis psicológico de su protagonista, el joven estudiante Raskolnikov, cuya firme creencia en que los fines humanitarios justifican la...