Capitulo 7. ¿Te queres casar conmigo? (16 Años)

778 51 6
                                    

Sergio se marchó con mis padres muy preocupado de mi bienestar, según él había insectos peligrosos por este bosque, sin mencionar que era alérgica a todo tipo de cosas. Gonzalo lo molestó diciendo que me encontraba en buenas manos junto a él y Pablo.

A la semana, Sergio volvió. Había hablado con los encargados del campamento y consiguió entrar gracias a sus excelentes calificaciones. Lo que resultaría una aventura en el bosque con dos nuevos amigos que hice por accidente sin la compañía de Sergio, resultó ser siete semanas con un par de locos y un chico sobreprotector.

Para horror de Sergio habían sólo diez chicas en un campamento con 500 chicos. Casi se desmayó cuando supo que los cuartos eran mixtos. Exigió dormir en la misma cabaña que yo, donde por cosas del destino también dormían Pablo y Gonzalo.

Una vez le hicimos una broma y a costa de sus celos, me acosté en la misma cama que Gonzalo. Habíamos madrugado para que todo saliera de acuerdo al plan. Rasgamos la ropa y la dejamos tirada por cualquier lugar del piso, Pablo desordenó las sábanas de la cama mientras Gonza y yo nos despeinábamos y así nos metimos en la misma cama y esperamos a que Sergio despertara.

Nunca olvidaré ese grito.
Despertó a todo el campamento.
Primero comenzó a gritarnos, después me regañó, luego se peleó con Gonzalo y finalmente se fue con Pablo. Ahí entendí que el plan no era para hacerlo enojar, sino para que Pablo pudiera hacerlo su amante de una vez por todas. Y le resultó, casi.

No recuerdo haber estudiado nada, me la pasaba haciendo bromas con Pablo y nadando en el lago con Gonza. Cuando saliéramos de aquí teníamos que juntarnos en el año, eran demasiado divertidos como para dejarlos libres.

(…)

Una noche, en la que nos quedamos alrededor de la fogata, un chico que dormía en la cabaña vecina a la nuestra sacó unas botellas de su mochila.

— ¡Cerveza! —exclamó. Nunca había bebido antes y tampoco llamaba mi atención. Todavía no puedo comprender que me impulsó a tomar el primer trago.
Ya era medianoche cuando nos habíamos acabado todas las botellas, Pablo le cantaba a Sergio en el oído mientras Gonzalo y otros chicos bailaban a la luz del fuego.

Yo no sentía los pies, era como flotar sobre las nubes. El mundo daba vueltas y todo parecía más brillante a pesar de que el sol se había escondido hace mucho tiempo.
Me senté en el tronco en el que estaban los chicos, me acerqué a Sergio y pegué mi nariz a su cuello.

— ¿Qué estás haciendo,Florencia? —preguntó cuándo sintió mi respiración.
No sabía la respuesta, sólo sentía la necesidad de colocar mi nariz en su cuello, ¿tan difícil era explicar eso?
—Te estoy olfateando —le dije. Ahora el recuerdo de esa noche era vergonzoso, nosotros ebrios éramos una amenaza para la humanidad.

—Uhh, la pareja quiere estar sola… después vuelvo, Sergio—replicó Pablo con los ojos desorbitados. Se levantó a duras penas y se fue hacia Gonzalo, saltando y gritando que era el rey del mundo.
—Aquí te espero, pingüino—estallé en carcajadas al oír el apodo de Pablo.

Después de eso volví a oler su cuello, pasé mi mano por su cabello castaño y me convertí en la chica más cariñosa del mundo.

—Sergio, te quiero mucho ¿sí? También quiero a este tronco, a ese árbol, a la fogata, a Pablo, a Sergio…
—No, a Gonzalo no —su aliento apestaba a alcohol, pero no me importaba, quería seguir a su lado.

— ¿Por qué no? Es nuestro amigo.
—Él se acostó contigo —hizo una mueca con la boca y junto las cejas para dar el aspecto de estar enojado. Yo lo veía más tierno que temible.

—No fue verdad, era una broma… soy virgen, lo juro —hice una cruz con mi dedo sobre mi pecho y le sonreí tontamente.

—Bien, quiero que sigas así hasta que nos casemos.
Reí otra vez, recosté mi cabeza sobre su hombro y lo tomé de la mano, entrelazando nuestros dedos.
— ¿Te quieres casar conmigo? —le pregunté. Era muy tierno.
—Se supone que yo tengo que hacer la pregunta.
—Ok, entonces de nuevo.

Hizo que me pusiera de pie mientras llamaba a todo el mundo, los demás se acercaron aun cantando.
Sergio cortó una flor silvestre que crecía debajo del tronco en el que estuvimos sentados, se arrodilló frente a mí y me miró a los ojos.

—Florencia Vigna, desde el primer día en que te vi me enamoré de ti, me ponía nervioso estar a tu lado y me sentía feliz con sólo escuchar tu voz, por eso ¿te quieres casar conmigo? —todos comenzaron a gritar, me decían que dijera que sí, otros que no.

Estaba tan ebria que preferí seguirle el juego, porque después de todo yo se lo había preguntado primero –aunque por una confusión-.
—Sí quiero — Pablo fue el primero en aplaudir. Nos abrazó y nos dijo que ya estábamos grandes, que ya no éramos sus bebés que él crio con tanto esmero por los cuales se sacrificó por educarlos.
Gonzalo me tomó en brazos y giró hasta marearme más de lo que estaba.

— ¡Celebremos la boda! —escuché que dijo alguien, pero no podía distinguir si era conocido o no. Esa noche todos éramos amigos.
Gonzalo se ofreció como sacerdote, dio un discurso sobre lo problemática que fue la relación entre Sergio y yo, que habíamos tenido que casarnos porque yo estaba embarazada y un montón de estupideces más.

—Sergio Celli, ¿aceptas a Florencia como tu esposa para comprarle galletas, regalarle chocolates y jugar con su perro cuando ella esté durmiendo?
—Sí, acepto.
Me tambaleé un poco y sentí como mi estómago se revolvía. La boca se me puso ácida y la garganta me comenzó a arder.

-Florencia Vigna, ¿aceptas a Sergio como tu esposo para apoyar a su equipo de fútbol favorito junto a él, despertarlo con el desayuno hecho y darle la mejor luna de miel de la historia?

—Sí, acepto —y después de eso, simplemente vomité.

(…)

El último día de la escuela de verano nos dieron la lista de nuestro desempeño. Pasé gracias a la ayuda de Sergio, me dio todas las respuestas de los ejercicios para compensar la vergüenza que sentía por haberse emborrachado.

Yo también me sentía mal por eso, Pablo y yo fuimos los únicos en recordar lo que sucedió esa noche. O lo que pasó la mitad de ella, ya que después de que vomité perdí la consciencia.

Intercambiamos números con Pablo y Gonzalo y prometimos volver el año siguiente para hacer más locuras. Mis padres atribuyeron mi decisión de regresar como un avance en mi alergia contra los números. Nunca supieron que aquí bebí por primera vez.

En cuanto a Sergio, era mejor que él nunca supiera que estábamos casados. Aunque fuera de mentira.

Maratón 4/8

¿Enamorarme De Sergio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora