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-¿Estás seguro de que no quieres reconsiderar esto? -la voz de mi madre me sigue a cada habitación a la que entro

Vuelvo a rodar los ojos, y continúo recogiendo mis cosas para meterlas dentro de las dos pesadas maletas que he preparado.

-Que no, mamá, ya te lo he dicho unas mil veces -le respondo, y cuando ya tengo las cosas guardadas, salgo de la casa cargado de bultos.

-Pero...pero cuando te escasee comida habrán veces que no podré enviarte -me recuerda, por décima vez en la mañana, y se arrima más a mi como si fuera mi hermana pequeña-. Vas a pasar hambre si no estoy contigo

-¿Tú piensas que todo el tiempo pienso en comer? -inquiero, mirándola de soslayo-. Además, mientras trabaje en la cafetería de Maikel no me faltará el dinero -le recuerdo, pero entonces veo un atisbo de pánico cruzar su rostro

-¿Ves? Eso es exactamente lo que me preocupa -puntualiza, llevándose las manos a la cadera, entonces la veo asumir esa postura de madre sobreprotectora que siempre ha tenido conmigo- Júrame que no vas a dejar la universidad por el trabajo ese

-Que no, no estoy tan loco -le digo simplemente, para dejarla tranquila, porque sé que si no le saco esa idea absurda de la cabeza me estará llamando a cada rato para saber si se me ha escapado el poco juicio que tengo, según ella. Considero que es la mejor madre que podría pedir, pero a veces me tacha demasiado por inocente e irresponsable.

Salgo de la casa, y avanzo hasta el auto para guardar las maletas en el maletero, valga la redundancia. Mamá me entrega mi mochila cuando termino de acomodar los otros bolsos que ella ha insistido en que me lleve con cosas que he decidido mejor ni mirar, pero cuando voy a cerrar, me muestra otra caja

-¿Y esto? -pregunto, y ella me pone la caja en los brazos

-La olla arrocera de tu abuela -me dice, casi llorando, y se lleva un pañuelo a la nariz

-Mamá, te dije que... -quiero protestar, pero me detiene alzando una mano

-Cógela hijo, por favor, tu abuela ha insistido

Pongo los ojos en blanco sin que se dé cuenta, y antes de discutir prefiero hacerle caso y llevarme la olla conmigo

Cierro el maletero, doy la vuelta al auto y abro la puerta del piloto. Oigo los pasos de mi madre detrás de mi, y por alguna razón la garganta se me cierra, como si tuviera un huevo atorado. Por si fuera poco, los ojos se me empiezan a aguar. Me doy la vuelta y agarro a mi madre por el brazo para atraerla hacia mi y envolverla en mis brazos antes de que vea la expresión que tengo en el rostro.

En cuanto lo hago, rompe en llanto, y no me importa si los vecinos chismosos de nuestro barrio están mirando. Mi madre es tan pequeña y menuda que apoyo mi cabeza en la suya y la estrecho más contra mi pecho, mientras ella no deja de sollozar

-Te voy a extrañar, mi niño

-Lo sé, yo igual -me limito a decir, no quiero que oiga cómo se me ha quebrado la voz

Por un momento, pienso que no seré capaz de vivir solo durante cinco años, no si ella no está, pero luego me imagino su cara llena de felicidad y orgullo cuando me aparezca por la puerta con un título universitario en la mano, y toda la inseguridad que podría sentir desaparece en un chasquido de dedos.

El chico que enviaba mensajes de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora