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Hamlet

Mi celular suena cuando estoy en pleno baño. Maldigo entre dientes, porque estoy seguro qué sé quién está llamando. De alguna forma me las arreglo para poner un pie enjabonado fuera de la ducha, cuidando de no resbalarme, y atiendo la llamada del celular –que está encima de la tapa del inodoro– poniendo el altavoz

–¡Hamlet, asere*!¡¿Cuándo pinga tu va' a llegar?! –me grita Francisco al otro lado de la línea. Logró oír música alta y el bullicio de la gente que lo acompaña

–Llévame suave que vas deprisa, rubia –le digo bromeando

–Mijo, me tienes aquí castigado con la monga de Camila que no me deja en paz preguntando por ti –protesta él, pero sé que lo dice en broma. Le encanta molestar a Camila diciendo que yo le gusto, cuando en verdad, el que está muerto con ella es él*.

–Dile que tú y yo estamos casados, que no invente tanto –le digo, mientras me lavo el cuero cabelludo con champú.

–Mija*, Hamlet es mi jeva* ¿okey? Así que busca a otra –oigo que le dice a Camila, y ella se empieza reír.

–Esa es mi negra –hablo en voz baja

–¡Hamlet, es mentira, Francisco estaba sateando* con La flaca! –se defiende ella, refiriéndose por "flaca" a Gabriela, una de mis compañeras de año

–¡Francis!¡¿Me estabas engañando con Doña tabla?!¡Infiel! –dramatizo, poniendo la voz más aguda, como si fuera de mujer.

–No mi blanca, si yo solo tengo ojos para ti –bromea él–  Es la desteñida de Camila que está celosa

Reprimo una carcajada al recordar la piel cera de Camila. No por gusto le llaman la Novia Cadáver de la Facultad de Derecho. Es tan pálida que uno pensaría que está a punto de desaparecer; sus pómulos sobresalientes, sus ojos cafés, grandes y redondos, su cabello teñido de negro azabache porque tuvo la terrible idea de que ese color le quedaría bien. Además, que desde que empezamos casi no hemos pegado ojo en la noche entre los estudios por lo que le han aparecido unas bolsas oscuras bajo los ojos.

El teléfono me advierte con una vibración que me acaba de llegar un mensaje.

Cuando veo de quién se trata, me apresuro a despedirme de mis amigos, que de paso sea dicho, aún no sé por qué han llamado.

–Oye, mi negro, tengo que colgar.

–Dale dale, y no te demores en venir que esto se está llenando de gente. A ver si no te dejan entrar...

–Okey, dale.

Vuelvo a salir de la ducha, está vez secándome el cuerpo con una toalla y luego me envuelvo con ella la cintura. Salgo a mi cuarto con teléfono en mano

«Llámame» dice el mensaje de Unicornio, y la verdad, no sé en qué universo piensa que tengo tanto saldo como para realizar una llamada, o tal vez está confiada en que la llamaré. Si fuera otro no le haría caso, pero se trata de ella, y que quiera dirigirme la palabra ya es raro de por sí. Así que todo sea por la amistad tan bella –nótese el sarcasmo– que teníamos de niños. Amén.

–Hamlet –responde al cabo de un timbre

–Dime, unicornio ¿qué pasó?

–Es que me he perdido ¿Me puedes llevar a la fiesta? –suelta, dejándome perplejo, y a decir verdad, un poco preocupado.

No dudo un segundo en llevarla

–Claro ¿dónde estás?

–En la parada de guaguas de 41 y 42

El chico que enviaba mensajes de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora