-Alfa, todo está listo para su primer día de clases aquí... ¿Está segura de que no desea regresar? -la voz de Sara era suave como la brisa.
-Estoy segura, Sara, gracias. Programa las entrevistas para después de las siete de la noche. -dijo Nadia cargando su mochila en un hombro y después salió de la sala, caminando hasta el instituto.
Miró a su alrededor. Si le hubieran dicho que iba a regresar a esta ciudad y que estaría de nuevo aquí, no se lo hubiera creído, pues ya se había habituado a vivir lejos de su tierra y de su gente.
Empujó las grandes puertas de la entrada y respiró el olor a cloro con el que limpiaban el suelo.
Caminó hasta las taquillas, esperando no perderse en el intento.
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No muy lejos de allí, saliendo de la cafetería del mismo instituto, se encontraba Verónica. Sí, su manada era la de Guadalajara, pero vivir en Chiapas era la forma en que ella tenía de recordar a aquella niña, su compañera.
Fue una forma de mantenerse cerca, aunque solo fuera para ir a pasear por los lugares favoritos de ambas y sentarse a hablar como si lo hiciera con ella.
Caminó en dirección a las taquillas y observó que los chicos y chicas se estaban dedicando a humillar a una chica que parecía nueva.
Ejerciendo de Alfa, Verónica gruñó y se acercó a ayudar a la chica, espantando a sus acosadores y acosadoras.
Pero, al agacharse a ayudarla a recoger sus cosas, la reconoció.
Por un momento quedó en shock, aunque pudo darse cuenta enseguida de que ella era Nadia, SU Nadia, SU compañera, ella no la reconocía. Es más, parecía no haberla visto nunca.
La joven frente a ella era hermosa, más de lo que hubiera podido imaginarse que sería cuando crecieran.
Su largo cabello rubio ondulado, sus petrantes ojos azul eléctricos, su perfecto busto, sus curvas bien definidas, su piel blanca como la nieve... Era perfecta. Y era su pareja. Y la tenía frente a ella.
¿Y qué si no la recordaba?, siempre podía volver a ganarse su corazón, y Verónica estaba decidida a ello.
En un intento por tenerla cerca y empezar a enamorarla, a Verónica solo se le ocurrió invitarla a la cafetería.
-¿Quieres que te enseñe la cafetería? -dijo con voz temerosa de un rechazo Verónica, pero Nadia asintió.
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-Soy Nadia, por cierto -ella extendió su mano y Verónica la estrechó.
-Yo soy Verónica... Y no dejaré que vuelvan a meterse contigo -aseguró la chica con una sonrisa mientras fueron llegando a la cafetería.
Nadia no sabía quien era esta hermosa chica que estaba a su lado sentada en la cafetería, pero supo de inmediato que era su pareja, fue tan pronto como se cruzaron sus miradas, pues los Alfas tienen ese don.
Pero, ¿Cómo le explicaba a una humana las reglas de los lobos?. No, definitivamente no. Era mejor esperar y dejar pasar el tiempo que ella se enamorase.
Nadia la miraba sin disimulo.
Verónica era hermosa. Tenía la piel morena, los ojos café y el cabello negro. Era bastante más alta que Nadia, su cuerpo era atlético, posiblemente porque prácticase algún deporte, sus piernas eran largas y perfectas, sus ligeras curvas y su no demasiado abultado busto, la hacían exquisita a los ojos de Nadia.
Nada más empezaron a entablar conversación, Nadia se fijó en que toda la gente de la cafetería tenía los ojos puestos en ellas.
-Parece que eres muy popular aquí -comentó Nadia mientras sorbía su café.
-Sí, soy la capitana del equipo de rugby femenino, creo que debe ser por eso -comentó ella restando importancia al tema de su popularidad.
Pero a Nadia solo le despertaba más curiosidad.
-Si quieres puedes ir a ver el entrenamiento después de clases, yo estaré ahí -invitó Verónica a Nadia justo después de sonar el timbre.
Ambas regresaron a sus respectivas aulas y Nadia notó que un grupo de chicas arrogantes no hacían más que insultarla y después que las clases terminaron, la siguieron molestando, hasta que un chico las ahuyentó.
El chico se presentó como Madison, amigo cercano de Verónica y llevó a Nadia hasta las gradas donde su vista solo se enfocaba en una jugadora... Ella, Verónica, su mate.
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LAS DOS ALFAS
WerewolfVerónica y Nadia eran dos amigas, ambas hijas de dos grandes Alfas de las mandas más grandes de México. A una muy inusual y temprana edad, ambas oyeron "la llamada Alfa" y descubrieron así que eran la mate de la otra. Asustados ante esto, ambas fami...