Carta V

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De Kalego
A Balam

Aunque no esté de acuerdo con tus recomendaciones, sabes que no soy hombre que se enfade con un amigo por recibir sus consejos. Me incitas a ser sociable y buen conversador, a pesar de que me conoces bien y sabes la suma dificultad que encuentro en ambas cosas.

Pues bien, me congratula poder darte la siguiente noticia: ya he acudido a mi primera velada.

Ocurrió que ayer por la mañana, antes de que tu carta llegase a mis manos, un coche de caballos pasó delante de la propiedad. El señor Sullivan observó que se dirigía a la morada de los Valac, una enorme propiedad vecina a la nuestra y que pertenece a una mujer viuda. A esta la ayudan sus hijos, una auténtica jauría de jóvenes que, además, son indistinguibles por tener el mismo rostro. Todos parecen retratos vivientes de su madre y comparten con ella las mismas actitud y conducta. Resulta que esta señora tiene también un sobrino en la ciudad y este, de forma similar a mí, aunque por distintos motivos, se quedará unas semanas en la casa de su tía.

Sullivan, naturalmente, no tardó en personarse en la casa Valac. Desconozco la conversación que mantuvo con la familia, pero lo cierto es que obtuvo de ellos una invitación para cenar esa misma noche. Como te podrás imaginar ya, esto me causó mucho disgusto y no hizo más que aumentar mi impaciencia, que ya había sido mermada por las bromas del mayordomo. Fue imposible eludir el compromiso y pronto me encontré - alrededor de las seis de la tarde - en la enorme casa vecina.

Cenamos poco después. Te alegrará saber que charlé educadamente con el joven venido de la ciudad. Robin Bars - así se llama - me pareció un hombre sumamente pueril y despreocupado, que sonríe sin motivo y tiene las más locas ideas acerca del mundo. He de confesar que me divertí rebatiendo sus débiles teorías sobre la moral y los hombres y observando sus ojos llenos de admiración mientras escuchaba mis respuestas. Parecía nunca haber hablado con un hombre culto antes y me resultó sumamente sencillo convencerle de mis opiniones. Se asemeja a un cordero perdido y con ansias de ser guiado. Es inocente y, como los otros miembros de la familia Valac, presta poca atención a las costumbres y las formas.

Tras la cena, nos dirigimos a la sala de estar; yo todavía llevaba al muchacho a mi lado y este me preguntaba sobre todas las cosas que pasaban por su pequeña cabeza. La hija mayor, de nombre Clara, interpretó por petición de uno de sus hermanos una pieza al piano de forma mediocre. Yo solo deseaba poder marcharme de aquel lugar y descansar. Robin enseguida abandonó mi costado y se unió a su prima, cantando. Tiene una voz suave y dulce cuando no la emplea en chillar o exclamar sorprendido. Permanecí allí, sentado, escuchándole durante largos minutos. De vez en cuando, sus ojos verdes se dirigían a mí y buscaban mi aprobación. Algo me llevó a asentir con la cabeza cada vez que esto ocurrió. Al finalizar la pieza, todos felicitaron a la joven Clara y también a Robin, que recibía los halagos con nerviosismo. Me vi obligado a dedicarle unas palabras amables y, desde ese momento, no se separó de mi lado hasta que terminó la velada y por fin pude despedirme.

Así que siéntete orgulloso de tu viejo amigo, que soportó serenamente una cena y una velada completas, sin quedarse solo en ningún momento. Espero que la narración de tan penosa noche al menos te arranque un suspiro de alivio, pues no estoy encerrado en mi soledad, sino siendo el ser sociable que querías que fuese.

Adiós, Balam. Sigue narrándome tú tu viaje.

Dolorosa panacea | KaleRobin |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora