¿Qué puedo decir?
Me llamo Marina Alvarez, tengo 16 años y hace dos meses me mudé junto a mi madre a casa de su hermana (mi tía Lizeth) luego de que mis padres... Se separaran.
Pero no estoy triste por eso. Muchas niños viven con padres separados, y muchos pueden salir adelante sólo con uno.
Lo que en verdad me pega es haber dejado toda mi vida atrás.
Mi hogar.
Mis amigos.
Aún hablo con ellos, más ya no es lo mismo.
Ahora vivimos junto a mi tía y sus hijas (mi prima Eva de 9 y Mikaela de 15) en la casa dónde ella y mamá crecieron, lejos de la ciudad, a Miles de kilómetros de mi mejor amiga, a sólo un año de graduarme.
Más no debo decaer.
Puedo salir adelante. Yo siempre puedo.
¿O no?
La verdad no sé qué haré ahora.
Ya estaba acostumbrada a vivir en ciudad. Ya tenía un grupo de amigos cool. Era la consentida de los profesores. Una de las populares.
Ahora estoy en este lugar dónde a penas y conozco a mi familia.
Me costó tanto llegar tan lejos haya...
Si tan sólo papá no...
No.
No dejaré que eso me afecte.
Piensa Marina, piensa. Tú siempre tienes un plan. Tú siempre sabes que hacer. Tú siem-
—¿Sigues viva? —me interrumpen, y me trago el insulto que le quiero soltar a mi prima sólo porque no quiero discutir con la dueña del cuarto.
Porque sí, tengo que compartir habitación con ella ya que uno de los cuartos sobrantes lo agarró Eva hace un año y el que queda es de mamá.
Tuve suerte de que Mikaela tuviera una litera.
—No, me morí y es mi espíritu el que te habla —no escondo mi mal humor.
—Ah bueno, pues querido espíritu de mi prima amargada, le recuerdo su cama es la de arriba —responde ella, sin importarle en lo más mínimo mi humor—. Así que mueva ese culo.
Saco mi cara de la almohada y la veo con mi peor cara de fastidio. Más ella sólo se cruza de brazos y me observa a espera de que ve mueva.
—Asch —me quejo, y con cuidado me dejó caer sobre la alfombra de la habitación, obligándola a retroceder—. Ahora tendrás que pasar sobre mi cadáver.
Ella sólo bufa, y me rodea para luego echarse en la cama de lado y verme con cara de que le avergüenza llevar la misma sangre que yo.
—¿Cuánto más piensa estar así Marimar?
—¡Te dije que no me llames así! —le reclamo, y con ayuda de mis brazos me impulso para levantarme hasta quedar sentada a lo indio con los brazos cruzados quedando frente a frente— Y creo que tengo todo el derecho de estar así.
—Ajá, pero ¿Por cuánto?
—Hasta que me dé la gana.
—Sigue así y duermes en la sala —me advierte, aunque su tono aún es calmado.
—No podrías hacerlo aunque quisieras —me burlo.
Ella gruñe a la vez que rueda los ojos con fastidio.
—Juro que nunca creí que vivir contigo sería así de molesto —se queja—. Te la pasas todo el santo día encerra, con una cara que provoca matarte para así sacarte de tú miseria y una actitud que provoca hacerlo sólo por gusto.
—Yo también te quiero Mika, no tienes que ser tan dulce —mi voz es una mezcla de veneno y sarcasmo.
—Hablo en serio Marina. Llevas dos semanas así —su fastidio desaparece y ahora un tono preocupado se hace presente.
Me abrazo a mi misma agachando la mirada en ese momento.
—Sólo necesito tiempo.
—Y ayuda —añade—. Oí a mamá diciéndole a la tuya sobre llevarte con la terapeuta que nos ayudó —me hace saber.
—¿Qué? —suelto, perpleja— ¿Mamá quiere que vea a un terapeuta? ¡Yo sólo necesito procesarlo y ya! ¡Estoy bien!
—Eso también decía yo cuando papá murió —me suelta ahora ella, cortando cualquier queja de mi parte.
Aprieto los labios y ahora aparto la mirada con remordimiento y pena.
Aún recuerdo eso.
Cuando mi tío murió, nos pegó a todos. Él era una gran persona y murió de una forma injusta.
Eva era muy pequeña para entender qué sucedía, más Mika tenía el suficiente conocimiento cómo para que le afectara tanto cómo para deprimirse por semanas.
Y mi tía... Ni se diga.
La terapia la ayudó. Más no es lo mismo.
Su padre murió, el no quiso dejarlas.
Pero el mío...
—Por favor Marina —suplica, bajando de la cama hasta quedar sentada frente a mi y pone ambas manos en mis hombros. Puedo sentir su mirada, más no la encaro—. Nos preocupas, a todos, no puedes pedirnos que no lo hagamos. Y no es que diga que no eres capaz de sobrellevar esto, pero está bien aceptar ayuda.
Sus palabras están llenas de razón. Más mi orgullo me gana.
—Tómalo cómo una experiencia educativa ¿Qué tal? —sugiere entonces ante mi negación— Así cuando inicies tus estudios podrás tener hechos vividos en que apoyarte.
Medito sus palabras sin poder evitarlo, y la verdad es que suena tentador. Tratar con una profesional me daría ventaja. A demás de que siempre quise saber que se sentía estar en una sesión de terapia.
Rarezas mías.
—De acuerdo... —cedo, aún algo dudosa— Por la experiencia.
¿Qué de malo puede pasar?