𝐈. PRIMER DÍA DEL RESTO DE TU VIDA

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Hablan de ti
Que no tienes reglas
La gente juzga y no sabe por qué

ORONERO de Giorgia

— ¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¿Estás loca?

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¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¿Estás loca?

Los herederos nacieron con una corona sobre la cabeza. Debían, para salvaguardar su propia dinastía, sacrificar sueños y esperanzas. Nadie imaginaría que existía tanta presión sobre ellos. Erróneamente, los más necesitados anhelaban vivir en ese extravagante mundo pensando que jamás sufrirían. Cuán ilusos resultaban.

Bueno —respondió la mujer a través del teléfono—, ¿y qué diablos quieres que haga? ¿Decirles a todos que eres una drogadicta? Por el condenado bien de nuestro imperio, quédate donde estás. Además, no necesitas graduarte con honores ni presentar exámenes.

¡Yo no me drogué por voluntad propia! —refutó, alterada.

Tienes responsabilidades qué atender, Venecia.

Venecia no podía, no quería entenderlo. Si la enviaron de vacaciones obligadas a Seúl, entonces tendría poco sentido obligarla a instalarse indefinidamente dentro de una preparatoria. No obstante, incluso tras colgar la llamada con su madre, estuvo maldiciendo en diversos idiomas hasta sentirse mucho mejor, bebiéndose una copa de champán.

Dieciocho años, un imperio por heredar y pensamientos suicidas incrementando conforme continuaba respirando. Sin embargo, por más excepcional que fuese su nacimiento, una terrible noticia persistía acompañándola: «Venecia Lo'Monaco Angellini, la heredera que fue hallada drogándose en la boda de su madre». Debido a ese vil escándalo su propia madre, Feliciana Angellini, tomó cartas dentro del asunto enviándola a Seúl, buscando silenciar rumores. Ahí, habiendo permanecido encerrada en su habitación, siendo verificada cada tres horas por un auténtico enfermero, Venecia halló paz.

Asimismo, sabiendo que ganar esa pelea resultaría imposible, volvió a tomar su teléfono para marcar un número bastante conocido. Las vacaciones fueron necesarias para entablar relaciones amistosas. Hubo cuatro tonos antes de que, con voz aburrida, él respondiera.

— ¿Qué te pasa ahora, enana? —dijo Lee Hyo Shin.

— Mido setenta centímetros, monstruo. —respondió.

— No estás llamándome para molestar, ¿cierto?

— Ya no aguantas bromas, ¿eh? Recuérdame dónde estudias.

Las reglas del juego serían impuestas por Venecia. 

 

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ORONERO | The HeirsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora