23| Atentados en el mirador.

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Nolan toma un desvío unas calles antes del camino a mi casa. Por un momento creí que me llevaría y ya estaba planeando que hacer si aparecía mi mamá. ¿Lo presentaría como mi amigo? ¿Mi novio? Sería la primera vez en llevar a alguien así a casa, es un punto clave, ¿no debería ser diferente?

Andar con Nolan me refresca la energía. No será difícil saber que hacer si llega ese momento.

Hacemos una parada en un abasto para comprar agua, un refresco y una buena bolsa de doritos y chocolates importados que no había visto jamás.

—¿Vas a invadir tu cuerpo con toda esa azúcar? —provoco.

—Puedo hacer una excepción hoy —dice sin más.

Conduce hasta llegar al mirador de la última vez. Sin decir nada, estamos de acuerdo en que un lugar privado será lo mejor hasta que vea que sucederá con Zek. Lo último que necesito es ser públicamente acusado de infiel.

Nuestra charla amena y risas de bobos quinceañeros embelesados se esfuman con el reparo de que no estaremos solos.

Un hombre de espaldas, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta ocre y una calva prominente contempla el atardecer que, en mi pensamiento romántico y egoísta, fantaseaba con que fuera solo nuestro.

—Siento que deberíamos dejarlo solo —susurra Nolan, aunque estando dentro del vehículo nadie afuera nos oirá.

Mis ánimos se consumen. De verdad deseaba compartir otro rato con Nolan, uno que fuera tan bueno como la última vez que pisamos este terreno.

Pero no podemos arriesgarnos.

—Sí, creo que tienes razón. Encontraremos otro lugar, vámonos —decido.

Nolan vuelve a encender el motor y el hombre se vira. Nos tensamos y alguno emite un sonido de espanto que nos hace incrementar los nervios.

Es Pope.

—Sí, mejor es dejarlo solo —insisto—. Vámonos, vámonos.

Él entorna la vista hacia mí. Me escurro en mi asiento como en estado líquido, evitando de forma inútil que vea mi rostro y me reconozca como ya lo hicimos con él. Nolan no es veloz para seguirme el paso, lo que nos delata sin dar más vueltas.

—¡Dijiste que me seguirías en mis malas ideas! —reclamo en un susurro.

—¡No estaba listo para intentar esconderme en mi propia camioneta! —contesta de igual forma agachandose para que al menos se diga que lo intentó—. ¿Y ahora qué?

Lo que se me ocurre es tentador.

—¿Crees que le llorarían si lo arrollamos?

—Estoy teniendo una cita con un psicópata —sentencia.

—Nadie buscaría a un profesor imbecil que ha molestado a tantas generaciones, yo digo que le haríamos un favor a cualquier persona que se lo haya cruzado —continuo.

Nolan lo considera con los labios fruncidos.

—O podríamos... avanzar lo suficiente para empujarlo al acantilado. ¿Quién no va a creer que solo le dio un infarto y se cayó? Además, atropellarlo sería tener que justificar la abolladura en el parachoques.

—Ya sé, ya sé, podemos...

Tres toques en la ventanilla y nuestros instintos maquiavélicos se extinguen y quedan dos niños chillones en su lugar.

—No puede ser... —murmullo—. ¿Crees que...?

—Rowan, ya sé que estás ahí, deja de humillarte y baja la ventana —dice Pope.

Impostores [𝓒𝓸𝓶𝓹𝓵𝓮𝓽𝓪𝓭𝓪]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora