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No habré escrito testimonio alguno para cuando la inconsciencia haya inundado el hueco en mi pecho, no habré escrito palabra a quienes llorarán, a los convalecientes, a las cabecitas tristes que conocerán el color de mi sangre y el olor de mi cansancio. No, no escribiré a quien me acompañó, a quien me dio su mano, a aquellos que vieron esperanza en unos ojos apagados que predicaban su dolor. No escribiré carta, consuelo, despedida. No escribiré porque he aceptado la insensatez  de mis sentencias, el ruido blanco que hace mi corazón al latir, el sinsentido de mi búsqueda, felicidad y destino.

No seré más que polvo seco así decida acatar o no los imperativos que mi cuerpo ordena al dormir. Pronto habré sido, en toda su expresión, y así viva efímeramente en los lamentos de unos cuantos, no habrá más sensación que el vacío. Habré sido cobaya, quien le teme a los ojos, y en el calor de la sangre que derramaré estarán los últimos vestigios de quien escribió para nadie, lloró al aire y murió en el salón de su estudio.

Después seré olvidado, como es natural, y no habrá más rezago de mis memorias que los momentos que creé en mis fantasías desconocidas, esperando a que alguien, a quien nunca podré agradecer, reviva los sentimientos que murieron cuando decidí hacer de mi vida nada más que un recuerdo.

miro de lejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora