soy (20)

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Consagro mi vida al cambio y la esperanza de un futuro como el que siempre soñé. Martirizada es mi rutina, pero siempre pido más al conocer. ¿Qué sería mi vida sin saber lo que ella es? ¿Acaso no es el sentido de esta aprender a crecer?

He olvidado gran parte de mi identidad a costa de felicitaciones y abrazos. Ignorando mi condición tan humana he dejado de ver las lluvias de esta ciudad con la emoción de antes. Ahora, al ver los cerros y las playas y los campos y las calles no hay en mi mente más reacción que la de un autómata cualquiera al ganar una moneda para comer. Con el paso de los días más hermética se desarrolla mi habitación y escucho en las afueras el trino de los pájaros y la música del viento, aquellas notas romancistas dedicadas a aquel pianista cuarentón cuyo corazón fue consagrado a la eternidad. Hay veces que vagamente busco en la ventana solución a mi soledad y suplico a la copa de los árboles misericordia y días menos azules, pero al tocar la puerta la mujer que me vio crecer o el hombre que me enseñó a ser quien soy presiono la entrada y sello aún más mi existir. No sé qué quiero.

Cuando salgo a la puerta de mi casa deseoso de hallar la virtud que encontré en unos ojos celestes imposibles, me oculto tras las sombras y fachadas y así cual espanto deambulo solitario buscando una mente atormentada a quien traumatizar. Asustado miro la luz divina al acariciar al gato y temeroso espero el fin de este calor. Con la cabeza temblando maldigo el día en el que conocí la existencia, pero estos pensamientos suicidas se opacan al imaginar una vida irrealizable junto al olor de una deidad. De tanto pensar me acostumbre a ser yo mismo y a la vida que tengo en un tiempo instantáneo; de esta forma aprendí a consentir mi llanto y borrar mis penas, besar a mi amada y vivir en su corazón.  Sé de la historia de alguien que como yo vivió triste y se fue peor. ¿Me esperará ese mismo final?

A ser sincero estoy un poco perdido, no solamente porque mis días sean tan grises que ver demás colores parece una nueva experiencia o porque llegar a sentir calor alguno me da cierta incomodidad. Hace ya un buen tiempo que ando buscando en las calles lo que mis manos no pueden agarrar en casa, y cada visita a esa selva moribunda, donde aquellas personas morían felices bajo una llovizna airosa a la par que encerrado miraba las estrellas caer del cielo, no me deja más que cuestiones y vanos deseos. En los pasillos, callejones y parques encuentro algo que aún no sé qué es, me gusta, pero aún no sé, quizás el olor a césped y freno quemado, libertad y pobreza, salida o bucle; eso es lo que no entiendo. ¿Por qué tiene que existir ese contraste paralizante en las solitarias calles que camino? Y esto lo recuerdo cuando de los labios de mi abuela palabras salieron murmurando en su lecho de muerte: si todo fuera día no habría tiempo para descansar, hijo.

Tengo que dejar claro, y creo que bien lo estoy logrando, que el sol y mi piel no son muy amigos. Esto puede ser algo mucho más personal a la vez que culpa de cabecitas inciertas que merodean en el exterior. Es más bien una pequeña gran inseguridad que me devuelve al hogar cuando en mi sangre el miedo es el principal componente. Le temo a caminar y parar, así como a la bicicleta y al peatón; estos andenes no son más que una gran colección de rostros deformados y sonrisas de mala muerte, muerte. Y es sólo con pisar la plaza que el suelo se torna arena y los vehículos circundantes caballos de guerra a punto de provocar la última hecatombe en esta vida insignificante pero digna. Es pedir en la tienda un pan con un discurso preparado a la espera de tomar de aquella mano lo que Jesús en un gran recurso literario dio a sus fieles. Tengo miedo de los caminos paralelos, esos en donde lloro agotado en la tierra de un potrero y a la vez salté sobre la hierba alta en búsqueda de la cabeza de mi amada. Estas contradicciones en la vida, el bien y el mal, la ética tan moral y su presencia en el tiempo es lo que atormentará mi identidad. Sabia fue mi abuela, que perfectamente sabía que el diablo era hijo de Dios y me lo explicó aquel diciembre que en navidad una familia entera murió.

Pero en el fondo hay algo esperando en este profundo agujero por mí y por nosotros, los hermanos de palabra que buscan en papel al amigo que se fue y la madre que murió. Habrá algo en ese final terrenal que nos consentirá cada noche y cada día en la cabeza, un roce en las mejillas y un beso en la frente. Hay veces que tal consuelo llega tiempo antes de lo esperado cuando aún el tiempo tiene en su nombre el mío, y es ahí cuando la imagen de aquellos ojos te abre la mente y el deseo de acariciar tal cuello te inspira aún en los momentos más monocromáticos. Aquel amor del que muchos dudamos, los dedos temblorosos y esas mariposas, así como en un pueblo muy conocido ya, tan reales como mágicas son la alerta que has encontrado el cuerpo alado que guiará tu meditación y reflexión. Pero, así como la vida de Luz María no será más que un bonito recuerdo al final del día.

Y es que el amor es irracional, instintivo pero pensante, explosivo y ondulatorio, fluido y permanente. ¿Qué sería de nuestra felicidad sin haber una razón para compartirla? ¿Qué sería de nuestra especie sin el presagio de la vida? Este sentimiento es único y universal, santo y mortal. Lo que hago ahora es muestra de ello, el relato de mi fría Bogotá con sus olores y colores y montañas y calles son resultados de un amor absurdo, ¡el amor al arte! ¡el amor a la ciudad! ¡el amor al dolor! Y así lo hizo en la ciudad costera con bares y gatos trip trip trip un pobre muerto de hambre, así lo pensó el suicida incomprendido en el pasaje al cielo, el mago de la realidad y lo intentará, más a su modo, el niño llorón.

Así, soy un pobre cobarde que en cuya mente grandes paisajes se elevan tras  montañas verdes y campos arados por humildes campesinos, que en cuyos ojos una ventana refleja su miedo más real y le permite ver, un poco cerca y un poco lejos, el gran árbol en donde relajado se sentaba algunas noche y unas cuantas mañanas; que cuyas manos no son más que vivas herramientas de arte y ciencia que encierran las luciérnagas del ocho, los números del milenio y las palabras de un amor; que cuyo rostro es invisible y monstruoso, suficientemente imperceptible para sonreír sin nadie notar, pero lo perfectamente notorio para bostezar y dejar a todos mirar. No soy más que una muestra vaga de intenciones y pereza, metas incumplidas e inseguridades mortales, pero también soy un amante, un pensador y un literato que contará su historia e inmortalizará en el tiempo sus valles y cumbres, ojos e islas, letras y emociones. Ese soy.

Soy quien ama, quien escribe, quien llora en la oscuridad de su ventana y ríe valientemente cuando augura su morir. Soy el poeta urbano escondido en sonrisas y timidez, soy el revolucionario descontrolado que tiene miedo a la sencillez, soy el de las cartas, los mensajes y las flores desesperadas en busca de una mirada color miel y una respuesta de consuelo. Soy, fui y seré hasta que mi último escrito sea quemado, hasta que los caminos que pisé sean reemplazados y las palabras que dije pierdan su significado.

miro de lejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora