"Amarás a Dios sobre todas las cosas"

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El listón rojo adornando tu cabello brinda vida a la monotonía de tu vestimenta; un faldón marrón y una camisa de lino con cuello alto ocultan la curvatura de unas finas y delgadas piernas, pálidos brazos y de secretos que sólo la bañera y tu espejo conocen.

Tus pies caminan tras los de tu madre recorriendo las calles de piedra, siguiendo las campanadas de la iglesia avisando a la pequeña provincia de la santa misa dominical.

"Señor, te oro a diario al despertar, al consumir los sagrados alimentos y al anochecer. ¿Por qué si estás en todos lados debo venir a un santuario lleno de los tuyos antes de que salgan los rayos de sol?" Preguntabas en tus adentros, aunque ya no te sorprenda ni asusta pensar así antes de ingresar al templo de Dios.

Fuiste recibida por una señora de baja estatura y grande de edad, quién te saludó y también a tu madre, agradeciendo por los arreglos florales que donaron un día antes para embellecer el templo del Señor. Flores que durante un año cuidaste con amor y esmero para verlas marchitar poco a poco sobre jarrones en repisas tras el celebrador y bajo el cobijo de figuras y pinturas religiosas.

"No, May. El Señor agradece este don tuyo con las flores para embellecer su hogar" repetías mientras caminabas junto a tu progenitora hasta sentarte en el frente del altar.

Murmullos apaciguaban el penumbral silencio que ensordecía tus oídos. Mujeres rezando y con rebozos cubriendo la belleza de las hebras castañas y avellana que el mismo altísimo les concedió. Se oían las cuentas de los rosarios moverse con calma entre las manos de sus portadoras y los pasos de los feligreses ingresar a la capilla.

Luego de minutos de un casi silencio un hombre regordete y de baja estatura entró tras abrir una puerta elegantemente pintada y diseñada. Tomó su lugar tras el altar cubierto por una manta fina en color blanco y la ceremonia inició.

La monotonía en que el celebrador hablaba en más de una ocasión te orillaba a bostezar oculta de la mirada de tu madre y presentes. Es algo que no podías evitar. Asistes a cada celebración parroquial puntual y sin falta, no hay sacerdote, obispo ni arzobispo que no conozca tu nombre o tu voz. Esa voz con la que entonas los más bellos cánticos y alabanzas hacia el poderosísimo, "la corista y florista del Señor" te apodaron deprisa.

Y es cuando se te pide acercarte al coro para acompañar los rezos de los seguidores que entre los memorizados rostros aparece uno inusual. Alguien nuevo.

Si lo comparamos con la estatura de el granjero Marco sentado a su lado podemos asegurar que es un hombre de baja estatura, algo no muy común en la provincia. Su rostro parece haber sido tallado por la mano de los mismos arcángeles del todopoderoso, de finas facciones y nariz bien perfilada. Sus hombros, anchos y de cuello fuerte. Se mantiene cruzado de brazos con una mirada frívola. Y es cuando conectan sus ojos que algo sucede.

Una electrizante y nueva sensación recorre tu espina dorsal y por reflejo retienes el aire en los pulmones. El desconocido tiene los ojos más oscuros que jamás imaginaste llegar a ver, pues todos en el pueblo —sin excepción alguna— poseían los ojos color avellana cual roble, pero él... Sus ojos eran un interminable negro donde ni siquiera se podía apreciar la pupila o el brillo que miraba entre los adoradores de Dios. Ese hombre estaba vacío.

"Hermana May, ¿Qué espera para cantar las alabanzas?" Fue la voz del celebrador regresándote de nuevo a la realidad que finalmente fijaste tu atención en lo que de verdad te es importante. Dios.


















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Los halagos llegan en compañía de miradas críticas y con un deje de envidia que finges no notar, prefiriendo orar mentalmente por la santidad de los hombres ante las tentaciones del maligno. Siempre siendo así.

Tu madre se ha adelantado para hablar con el celebrador sobre asuntos parroquiales. Aunque tienes claro que ellos hacen de todo menos hablar, pero oras en compañía de ella tras los encuentros para sanar su alma y explicar a Dios que ella es una simple fiel a su palabra y a la de sus allegados.

Caminas en completo silencio y total concentración hacia la humilde cabaña que llamas hogar desde que haces uso de la conciencia, preguntándote una y otra vez sobre el misterioso hombre que al parecer nadie notó.

"No había nadie a mi lado, May. Quizás lo imaginaste, pues quien me suele acompañar es mi madre pero bien sabes que por su salud no pudo asistir hoy" fue la respuesta que obtuviste tras cuestionarle y eso sólo te desconcertó aún más.

"¿Por qué nadie vio al hombre pero yo sí? Señor, de ser esta una de tus pruebas para fortalecer mi fe, ten por sentado que te demostraré mi devoción hacia ti" asegurabas hasta que tropezaste con un desnivel en el suelo y caíste de rodillas. El faldón se rasgó y ensució, dejando al descubierto las peladuras en las sonrojadas rodillas. Tus manos por igual quedaron rojizas por soportar parte de tu cuerpo y la manga de la camisa alcanzó a salpicarse del barro fresco por el sereno de esa mañana.

A punto de levantarte, un hombre te ha ofrecido su mano enguantada con elegantes movimientos. Sin siquiera levantar la mirada la has aceptado y con cuidado te has enderezado.

"Le agradezco tanto el ayudarme, soy algo distraída al andar" mencionaste antes de finalmente conectar miradas con el, ahora confirmado, más bajo. Era el desconocido que nadie vio en la iglesia pero tenías ahora enfrente.

Sus facciones son muy marcadas y maduras, con la apariencia de alguien maduramente joven, un par de centímetros más bajo pero no menos masculino. El porte con que se paraba y mostraba enviaba señales eléctricas a toda tu espalda y daba un cosquilleo extraño en tu vientre.

"Sólo mira bien por dónde vas, mocosa" finalmente habló, su voz siendo sensualmente grave y ronca causó estragos en tu ser y nuevamente te viste reteniendo el aliento, extrañada por tu reacción. "No aceptes ayuda de cualquiera, ¿No te enseñan en tu iglesia a no confiar en alguien retirado de la mano de tu Dios?"

"¿Qué tan alejado está de su camino, señor?" Has preguntado cuál cría curiosa, teniendo por prioridad simplemente agradecer y callar para retomar tu viaje hacia tu hogar preferiste continuar la conversación.

"Más de lo que podrías imaginar" fue la respuesta que obtuviste antes de que el hombre siguiera con su destino y caminara entre las calles hasta perderse tras doblar en una esquina.

"Señor mío, Dios mío..." Comenzaste a orar en silencio, cerrando tus ojos y juntando tus manos en señal de ruego. "¿Qué es este sentimiento que has despertado en mí? ¿No debía mi corazón y alma amarte y pertenecerte a ti en plenitud? Deseo ser sólo tuya y de la nobleza de tu corazón" rogaste para persignarte y retomar el camino hacia tu hogar.

Él no puede amar [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora