"Santificarás las fiestas"

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La venida de la fiesta patronal llegó deprisa cuál cause tras la lluvia. Los adornos por doquiera llenan de vitalidad la monotonía de la provincia y con ello las tareas. Se celebra la venida del Señor a esas tierras siglos atrás y con ello la renovación de las bendiciones a los residentes.

El sol está en su punto más alto y a lo lejos se oyen a las cigarras cantar, avisando de la cercanía de las lluvias. Las risas de los niños y sus correteos alegran el ajetreado día hasta llegada la tarde, donde se dará inicio a la celebración por la venida del Todopoderoso.

Tus brazos duelen y dedos arden por estar preparando arreglos florales a montones, todos por petición de tu madre, quién se comprometió a llenar la iglesia y plaza principal de flores en gratitud a Dios por haber convertido hace tiempo ese lugar en tierra santa.

"Oh, Señor. No me quejo de embellecer tu aldea, pero sí del dolor en mis manos, te ruego sugerirle a mi madre darme un momento para descansar" oraste en silencio mientras atas un ramo de flor de nube con jazmines y lo dejas a un lado junto a los otros casi sesenta arreglos.

Es cuando te permites un segundo para descansar que a tu mente llega el no tan vago recuerdo del, ya no desconocido, extraño en el campo. La marca sigue tatuada en tu piel y eso más que causarte molestia te causa terror. ¿Qué pensarían tus padres ante aquella abominación? ¿Cómo reaccionarán al saber que tuviste contacto con el maligno e incluso te parece algo más que atractivo?

Tocas con un sentimiento un tanto desconocido la venda en tu brazo, un recuerdo más de aquella alborada que aún causa estragos en tu ser. Desestabilizó tu mundo y obligó a hacer algo que desde hace años no hacías: confesarte en silencio y soledad en el templo.

El cosquilleo en tu ser al recordarlo no es normal, y lo sabes. Eres consciente de qué sentimiento despertó en ti y temes más a ello que a la misma aparición del maligno. No te causa incertidumbre su marca, su poder y dominio en la tierra de pecadores e imperfectos mundanos, sino su filosofía. Su modo de hablar y decir las cosas bañándolas en la más dulce de las mieles para tu solo deleite. Eso sí que te aterra.

Por ello tratas de redimirte ante la tentación, así tengas que cultivar y cuidar miles de flores para apaciguar la espina en tu corazón y alma sabes que lo harás sin rechistar.

"Soy la sierva de Dios y sólo a él le pertenece mi cuerpo, mi alma, mi mente y mi corazón".



























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Los anaranjados rayos de sol y las pomposas y rosadas nubes tiñen el cielo en colores pastel tras el inicio del festival.

La celebración en la iglesia fue espléndida, el coro que con semanas de antelación se preparó realizó un maravilloso trabajo y no se diga de la celebración, tan llena de jubilo por la emoción de los presentes. Todo el templo desprendía un dulce olor a las vivas flores que con amor y cuidado colocaste en el lugar y avivan los ánimos.

El celebrador te ha felicitado nuevamente aunque sus halagos vienen acompañados de un brillo diferente en sus ojos, no sabes si es realmente por la decoración o el largo del vestido que llevas puesto, pero decides no tomarle mucha importancia y sales deprisa del santuario para acompañar a tu madre y a la procesión hasta la plaza, donde se encuentra la gente mayormente reunida a festejar.

Caminas tras las señoras de mayor edad y junto a tu madre con un pañuelo blanco en tu cabello, tomas de tu bolsillo tu rosario y caminas a su par mientras oran en voz alta.

La escasez de luz de sol se ve reemplazada pronto por la blanquecina luz de luna junto a las lámparas en las calles. Los niños incluso corren por los alrededores con pequeñas varitas que irradian  chispas hasta consumarse.

"Dios Santo que esta tierra haz bendecido, llena de tu amor y gloria nuestros corazones..." Repites en sintonía de las voces de tus acompañantes anteriores y posteriores.

"—Soy todo aquello que tu religión y Dios aborrecen."

"... Para así ser merecedores de tu infinita misericordia y prepararnos para tu divina venida..."

"—... Lo que los mundanos como tú evitan y aquello con lo que pecadores duermen."

"... Porque solo tú eres Santo y sólo tú eres altísimo, Señor Dios mío..."

"—Para ti soy Ackerman, Levi Ackerman, pequeña May"

"¡May!" El susurro y pequeño empujón desde el codo de tu madre te ha sacado de tu ensoñación y ha provocado que sueltes tu rosario al suelo, cayendo justo en un charco de lodo. No dudas un segundo en detenerte a recogerlo y a punto de limpiarlo en la pureza del blanco de tu vestido, tu madre te detiene.

"Ve al pozo a limpiarlo, una vez que termines regresa. No demores mucho, pronto se dará la bendición" solo respondes con un simple asentamiento y te desintegras de la procesión.

Caminas a paso veloz hasta perderte entre las iluminadas y decoradas calles para dar con el mencionado pozo. Por gracia divina ya hay una cubeta con agua limpia y dispuesta para tu uso exclusivo. No dudas un sólo segundo más y te agachas a enjuagar el rosario.

"No has vuelto a frecuentar tu campo, ¿Puedo saber el por qué?" Su voz resuena del silencioso lugar y te eriza la piel y vellos del cuerpo. La punta de tus dedos de los pies se retrae y nuevamente sientes ese característico escalofrío recorrer tu espalda.

"He prometido a mi madre y a Dios no volver en la penumbra" respondiste, concentrada en limpiar la suciedad oculta entre las cuentas.

"Prometiste no ir pero no hablar conmigo aunque ya sabes quién soy" Sabes que tiene un buen punto y no hay nada que puedas decir para contradecirlo, tratar de explicarlo sólo lo volverá más complicado de lo que ya es. Así que te reservas a seguir enjuagando el rosario.

Te toma sólo un par de segundos más hasta que finalmente te pones de pie y al darte vuelta te topas con su imponente presencia, su mirada vuelve a ser fría y distante pero no menos curiosa. Gracias a la farola que evita que reine la oscuridad puedes finalmente observar un brillo en sus ojos —aunque sabes que es falso—. Notas que nuevamente lleva vestimenta en totalidad oscura y sus casi inseparables guantes negros.

La curiosidad te carcome y acabas por entregarte a ella.

"¿Puedo saber el por qué siempre usa guantes?"

"Te responderé si me acompañas al campo de tus flores" responde deprisa, camina un par de pasos en dirección contraria a la celebración y se gira mirándote. Espera una respuesta.

La parte más importante de la celebración es la bendición, se bendice a todos y todo lo que lleves, se agradece por tanto e incluso las mismas carencias. El momento más esperado del año y el más importante para tu religión. Escuchas las alabanzas ser entonadas con fuerza y sabes perfectamente que sólo se enuncian al presentarse el arzobispo que dará la misma.

'No' es la respuesta que tú boca y mente desean dar, pero tus pies y corazón avanzan hacia el hombre frente a ti, que complacido por tu elección te toma de la mano y te encamina al campo de flores.

Y es así como la fiesta del Señor deja de ser una prioridad.

Él no puede amar [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora