Capítulo IV

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Los días pasaban frente a sus ojos como hojas que recogía el viento, tan fugaces que le era difícil caer en cuenta que había pasado una semana desde que se volvió novio de cierto pelirrojo, nada fuera de lo normal, aunque día con día el cariño, aprecio y atención que se tenían aumentaba, así como las interacciones entre ambos, era bastante raro verlos separados pues gran parte del tiempo que les restaba lo usaban para estar juntos con la excusa de aprovechar cada segundo al máximo. Una de estas cosas que hacían se llevaría a cabo precisamente aquél día, que irían a hacer un picnic cerca de un curioso oasis en el desierto algo lejos de su posición actual pero que la palmera extrañamente torcida lograba captar toda su atención. Se prepararon lo suficiente para la ocasión con comida y una pequeña frazada que Jotaro llevaba debajo del brazo, caminaron un poco, aunque por su parte se sentía algo nervioso, tenía una especie de teoría en la que entre más serio o duro se viera alguien, era todo lo contrario por dentro, su caso no era la excepción.

El aire caluroso del lugar estaba empezando a incomodarlo, sus manos sudaban en demasía, al mismo tiempo que de su frente escurrían algunas gotas de sudor. Kakyoin debería estar en una situación similar, quería comprobarlo así que volteó disimuladamente a verlo como para sentir menos ese hueco formado en su estómago que parecía estar lleno de nervios. De pronto sintió una especie de descarga eléctrica que recorrió todo su ser, había rozado su mano por lo que en un impulso de adrenalina se armó de valor para tomarla, no sabía por qué, pero solo Kakyoin lograba ponerlo así de nervioso, al punto en el que sus sentidos se entorpecían. Su mano era firmemente gentil, tanto que al sentirla su corazón bombeaba sangre muy rapido cuya función parecía ser subir hasta su rostro para colorearlo de un rosa brilloso, podía sentir que su acompañante estaba nervioso también, aunque dudaba un poco que fuera siquiera comparable a los nervios ajenos. Además no es como que fuera la primera vez que lo tomaba de la mano desde que habían empezado a salir, tampoco era su primera cita, mucho menos era la primera vez que le expresaba todo su amor, pues aunque suene un poco increíble Jotaro ya había hablado de todos sus sentimientos con Kakyoin mientras lo abrazaba, pegándose tan cerca de su oído que las palabras románticas que susurraba podían sentirse a kilómetros, ya que un aura de cursilería inevitablemente los rodeaba, aquello era algo más que solo un enamoramiento, era algo que todavía no comprendían pero que no querían que terminara en ningún momento. Son demasiado compatibles, como en un cuento de hadas, de esos que parecen falsos por la ensoñación de los personajes por sus respectivas parejas o viceversa.

Por fin estaban en el lugar sentados viendo en la lejanía los camellos que pasaban, los inamovibles cactus que disfrutaban del clima como los otros seres pertenecientes a la fauna y flora correspondiente. No obstante, era importante recalcar cuanto les costó separar sus manos solo en el momento en el que se sentaron para después volverse a tomar. Sus labios se partían, secándose por acción del sol, así que tomaron un poco de agua. Algo que le había parecido entre tierno, gracioso y un tanto absurdo, era que Kakyoin había usado el agua para regar un pequeño cactus, realmente se sentía afortunado por haberlo conocido.

Prosiguieron a comer tranquilos lo que habían llevado bajo la palmera que otorgaba una sombra estupenda para Kakyoin, Jotaro traía puesta la gorra del uniforme así que el calor era mental desde su punto de vista, aunque para ser sinceros estaba dándole un poco de calor con la gabardina del uniforme, por lo que decidió quitársela para que no le incomodara más a futuro, pronto notó una mirada algo disimulada, sonrió satisfactoriamente pues había logrado captar la atención de cierta persona.

– Jotaro… ¿Puedo acostarme en tu regazo? – Aquello sí que lo había sacado de balance una vez más.

Estaba de más decir que acepto, no se veía así mismo negándose a alguna petición que le hiciera él. Tenía su rostro a una distancia demasiado corta del suyo, no sabía en qué dirección voltear cuando Kakyoin le hablaba así que verlo en sus muslos le causaba unas emociones impresionantes, pero como él podía hacer que todo estuviera bien, que las cosas fluyeran con tranquilidad, fue calmándose al punto de desenvolverse con naturalidad riendo de las ocurrencias que ambos expresaban.

Estuvieron un momento en silencio mirando el horizonte hasta que por un momento la mirada de Jotaro atrajo la de Kakyoin, mirándose como entrando en un trance del que no podrían salir a menos que alguno lo rompiera, esperando en vano ya que estaban tan cómodos que ninguno se atrevía. Sin embargo, pronto en el corazón de Jotaro nacían unos deseos que se ajustaban perfectamente con el momento así que tomó la iniciativa de acercarse cada vez más a su rostro, Kakyoin lo entendió al instante por lo que él también permitía que los carnosos labios de Jotaro se acercaran más a los suyos, así fue como ambos colisionaron en un beso que parecía una obra artística, pues sus párpados apenas cerrados provocaban que su atención se dirigiera a la zona en cuestión que estaba recibiendo dicha estimulación, fue un beso bastante largo en el que se dedicaron a conocerse un poco más allá de lo que hacían usualmente, este había sido su primer beso.

Se separaron porque las palmas de Jotaro levantaron el rostro de Kakyoin para que una vez estuviera sentado, pudiera besarlo nuevamente, como atesorando la forma de su mandíbula, como aprisionando sus pómulos mientras sus labios hacían el trabajo de acariciar su alma. Aquella experiencia había sido memorable para los dos, pero en especial para Jotaro pues le encantaba demasiado poder proyectar, sin la necesidad de usar palabras, todo el amor que guardaba para él.

Cuando por fin se sintieron satisfechos, se abrazaron recargándose en el contrario para permanecer conectados otro momento hasta que tuvieran que volver. Cosa que sucedió cuando el viento helado comenzó a soplar levemente así que Jotaro se acercó a Kakyoin para besarlo una vez más mientras corría con fuerza no sin antes haberlo retado para realizar una carrera, causando una sonrisa divertida pero traviesa en el pelirrojo pues estaba más que dispuesto a probarle que le ganaría sin lugar a duda.

Aún después de esto, con todos los momentos que estaban viviendo juntos, no pasó mucho tiempo para que el presente los devolviera a la realidad, a la razón de ser de todo ese viaje, estaban pasando tantas cosas que aterraban a Jotaro, más de lo que temía en un principio, realmente no podía comparar lo que estaba sintiendo en ese momento con lo que sintió ese día que, por primera vez, temía en serio por lo que pudiera pasarles a todos, especialmente a Kakyoin. Tampoco pasaron ni dos días para que encontraran de una vez por todas a Dio conforme perdían compañeros de batalla. Desafortunadamente el destino no distingue lazos de amor, mucho menos perdona momentos de descuido, momentos en los que por más que supieran que debían quedarse juntos, el estrés les había nublado la visión, los había separado su misma desesperación de acabar por fin con ese libro maldito que escribía las tragedias de los Joestar desde la llegada del vampiro. Aquella noticia le caería como un balde de agua fría.

Melodías en mi corazón (JotaKak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora