Capítulo V

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Kakyoin había muerto en batalla, solo fue un instante en el que se separó de él, pero ahora estaba muerto, tenía tanto miedo de saberse culpable, estaba conmocionado por el terror porque se preguntaba el resultado de dicho encuentro si no se hubiera apartado de su lado.

Entró en un estado de negación en el que la catarsis empezó a tomar control de su mente, aunque sabía que no era momento de hacerlo porque casi frente a él se encontraba Dio, apenas escuchaba lo que su abuelo le decía, las cosas sucedían en cuestión de segundos, pero entonces lo entendió. Lo hizo porque no podía creerlo, todo había hecho un click en su mente. Él...de verdad lo amaba. Lo amaba muchísimo, más que solo muchísimo, lo que sentía por Kakyoin era simplemente indescriptible, no había palabras que lograran acercarse ni un poco a todo el torbellino de emociones que sentía por él. Porque su mente se nublaba cuando trataba de entenderlo, porque simplemente su interior se estremecía en un mágico regocijo si Kakyoin lo miraba con su característica mirada color púrpura, con sus lindos destellos llenos de una combinación de amor, pasión y anhelo, algo que simplemente no podía ni quería entender ya que el solo sentirlo lo hacía sentirse en un lugar tan abrasador que le quemaba por dentro.

Sus ojos se aguadaban mientras lo recordaba, todo el dolor que estaba sintiendo su alma quería salir en forma de lágrimas, las mismas que comprimían su corazón, sentía que no podría soportarlo más, pero estaba tan inmerso en salvar su vida que mordiéndose los labios aguantó todas las ganas que tenía de romper en llanto para evitar que los esfuerzos de Kakyoin se fueran por la borda debido a que este había dado la vida propia para salvarlos a todos, incluyendo a su madre. No podía echar a perder los objetivos de todo ese estúpido viaje solo por sus sentimientos egoístas, no obstante, la realidad lo estaba carcomiendo por dentro, por un momento mientras peleaba por ese frágil mundo que alguna vez lo abandonó al quitarle todo lo que quería, se olvidó por completo de lo sucedido, quizá porque no quería pensar en ello, quizá porque le afligía tanto que solo lo enterró en lo más profundo de su ser. Siendo por última vez ese típico estereotipo con un poder desmesurado que la situación ameritaba.

Después de terminar con Dio, devolver a la vida a su abuelo, regresar a casa con la finalidad de recostarse en cuanto tocara su cama, se levantó de madrugada al baño, sigiloso cerró con seguro la puerta para estallar en tristeza, en el llanto que se había negado todo el día. Lloró tanto que sus párpados apenas podían abrirse, ni siquiera habiendo hecho esto podía mitigar el dolor. No había día en el que no lo recordara, desde aquel suceso, nunca volvió a ser el mismo, era distante, demasiado duro.

Tras Kakyoin tuvo muchas parejas, pero no consiguió olvidarlo, hubo una ocasión en la que hasta decidió casarse, se comprometió con una mujer bastante agradable de la que tuvo una hija, Jolyne Kujo. Podría decirse que vivió unos agradables años acompañado de dos maravillosas personas que se volvieron su familia, aquellos días en los que por primera vez casi no pensaba en el pasado. Sin embargo, su obsesión por atar todos los cabos sueltos que había dejado Dio así como su intento por permanecer conectado al pasado del que persistía aquel horrible temor a olvidar todo lo relacionado con Kakyoin, lo estaban consumiendo, volvía continuamente al punto inicial, un punto en el que su esposa no podía seguirlo más, por esta razón su matrimonio no funcionó por más tiempo. Jotaro seguía viviendo de las sombras del pasado, de los recuerdos de antaño, de lo que alguna vez fue, pero no volvería a ser. Fue así como dedicó su vida a perseguir todos esos percances.

Aunque si bien era cierto que todo se olvida con el tiempo, su caso no fue la excepción, jamás podría olvidarlo, de eso estaba seguro, pero al menos ahora lloraba mientras lo recordaba con nostalgia, cada vez le dolía un poco menos así que estaba dispuesto a ser un mejor padre en cuánto se enteró de lo que estaba sucediendo con Jolyne en aquella prisión de mala muerte. No tardó en darse cuenta de que era tarde para hacer algo al respecto, había sido igual a su padre, realmente no podía creer que su vida había resultado en esto, era ya muy tarde para hacer algo, estaba muriendo, había decidido dar su vida por Jolyne justo como Kakyoin había dado la suya para descubrir el secreto del stand de Dio para salvarlos a ellos, unas personas que había conocido solo 50 días. Era un periodo tan largo, pero también bastante corto. Uno tan corto que le lastimaba tanto no haber pasado cada segundo a su lado, porque en ese tiempo pudo desarrollar tantos sentimientos, inclusive muchísimo más de lo que había hecho en todos los años después de su muerte, estaba demasiado avergonzado de todos esos errores que había cometido, pero al mismo tiempo pensaba que no tenía ningún caso hacerlo.

Su vida pasaba antes sus ojos, tantos recuerdos podía acumular una vida, eso realmente lo sorprendía, no entendía la naturaleza del ser humano, pero si pudiera reiniciar su vida, definitivamente volvería a hacer todo igual para conocerlo, para conocer también a todas esas personas que apreciaba como su propia hija. Se alegraba de haber hecho algo bueno antes de morir.

Los ojos comenzaban a cansársele de permanecer abiertos, su vista se nublaba tornándose cada vez más oscura, podía ver un pequeñísimo destello de luz muy a lo lejos, lejos de todo ese dolor que también se apaciguaba, caminó temeroso entre tanta oscuridad por un tiempo solo para encontrar aquello que lo llenó de una paz totalmente inexplicable, estaba tan tranquilo que las lágrimas brotaban de sus cansados ojos que ahora conformaban una mueca tan lastimera que el solo verla laceraba cualquier corazón.

Allí estaba una vez más, en ese susodicho campo de lilas, caminaba mientras las pequeñas flores se pegaban a su ropa, se sentía tan feliz que sus emociones se desbordaban sin su permiso, el sol acariciaba su rostro a medida que coloreaba todo el paisaje pues las florecillas adquirían otra tonalidad cuando el sol las palpaba dulcemente, se sentía como aquél chico de 17 años que alguna vez fue.

No tardó en visualizarlo más allá de su posición actual; corrió como nunca lo había hecho, su frente sudaba, sus piernas dolían, pero nada le dolía más que haberlo perdido, quería alcanzarlo, ansiaba tomar su hombro y llorar en sus brazos. Un tierno Kakyoin que también se había percatado de su presencia se giró rápidamente para darle un beso en los labios, era tan sublime que no podía describirlo, cerró los ojos para que sus otros sentidos prestaran más atención a lo que estaba sucediendo, ese roce tan suave era más maravilloso de lo que recordaba su vida carnal, se sentía cálido, como un abrazo a su alma, no podía describir ese hormigueo pero tampoco podía dejar de llorar, estaba tan aterrado de volverlo a perder que solo atinaba a abrazarlo fuertemente, pegándose tanto entre sí que casi parecían quedarse sin aliento.
Entonces por primera vez sintió como si pudiera entender absolutamente todo lo que Kakyoin sentía por él y viceversa. Ahora sus corazones eran uno solo, sus almas se complementaban, ellos habían alcanzado el cielo. Nada podía ser mejor a dicha sensación, había válido cada milisegundo que duró ese finito beso.

Se abrazaron tanto que la ensoñación se apoderó de Jotaro hasta que sintió esas dos palabras románticas que tanto había esperado, que anheló por un tiempo tan incierto, salir de los labios de Kakyoin a una distancia muy corta de su oído.

Por fin había ido por él y ahora estarían juntos para siempre...

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Bueno este es el final de mi pequeño fic, muchísimas gracias por leer, fue un placer acompañarlos hasta el final. En un principio dudaba si terminar con la muerte de Kakyoin pero se me hacía algo duro de asimilar. Espero que les haya hecho sentir de todo un poco, también que les haya gustado, cuídense mucho. Bye-bye ^^

Melodías en mi corazón (JotaKak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora