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Reprobé el examen. 

Reprobé el jodido examen de Química. 

Dos días después, el profesor Sanders se paró frente a mi banco, dejó caer suavemente la hoja frente a mí y me dijo: —Es una pena. Era un examen perfecto. 

Lo miré con absoluto desconcierto en busca de alguna explicación coherente de por qué, si había sido perfecto, había un enorme reprobado en color rojo en la esquina de mi hoja. Pero él solo me miró con desaprobación y continuó repartiendo los demás exámenes.

Repasé mis respuestas en busca de los errores que había cometido, pero no había ninguno. Y cuando digo ninguno, me refiero a NIN-GU-NO. Todo estaba correcto. Hasta que dos minutos después, cuando la bronca mermó un poco y pude ver más allá de la calificación y mis respuestas, reparé en una pequeña anotación al final de la hoja.

«La próxima vez que decida ayudar a un compañero, intente ser menos evidente». 

Daniel.

Me di vuelta en mi asiento y le lancé una mirada furiosa, justo cuando él levantaba su examen para mostrarme que también había reprobado. Su expresión era de desconcierto y enojo. ¡Él estaba enojado conmigo! Cuando sonó la campana que anunciaba el final del primer período fui la primera en abandonar la clase. No quería verlo ni tenerlo cerca. Sin embargo, él corrió detrás de mí y me acorraló en el pasillo. 

—¡¿No dijiste que te habías matado estudiando?! ¡Si hubiese hecho solo el examen seguro habría obtenido una mejor calificación! 

—¡Si lo hubieses hecho solo, yo habría obtenido una mejor calificación! —estallé—. Nos reprobó porque nos descubrió, imbécil. 

—Viejo zorro —masculló entre dientes—. Es que fuiste muy obvia cuando me pasaste la hoja. 

—¿En serio? ¿Me culparás a mí? ¡Se suponía que no debías copiar todo tal cual! Podrías haber cambiado algún número, fallar en alguna respuesta... 

Daniel rodó los ojos y soltó un suspiro. —Bueno, ya, deja de regañarme como si fueras mi molesta madre. Además, no sé por qué te pones así. Seguro en el próximo examen obtienes un sobresaliente. El que está realmente jodido soy yo, que...

—Dan, ¿vienes un momento? —interrumpió Eloy, uno de sus amigos—. Estamos discutiendo algo muy importante y necesitamos tu opinión. 

Me contuve de poner los ojos en blanco, pues ya podía imaginar sobre qué estaban discutiendo; con total seguridad, algo que incluía pechos y culos, porque así de profundos eran sus temas de conversación. 

 —Te veo luego. —Me besó y se alejó con Eloy. 

Salí al patio y me reuní con mis amigas, quienes hablaban sobre el maldito examen.

—Espero que esto te enseñe a no volver a ayudar a ese idiota que tienes por novio —me dijo Maia—. Sabes que la escuela no le importa, la única perjudicada has sido tú, y ahora...

—Chicas, volteen con disimulo y vean ese... —comenzó a decir Melisa, pero automáticamente todas nos dimos vuelta al mismo tiempo—. ¿Qué parte de «con disimulo» no entienden? 

—Oh, por Dios... ¿quién es él? —preguntó Bianca. 

—No lo sé, pero creo que deberíamos dejar de mirarlo como lo estamos haciendo. Es algo perturbador. 

Valeria tenía razón. Cinco pares de ojos estaban puestos en ese misterioso y atractivo joven que cruzaba el patio como si fuera el dueño del lugar.Alto, musculoso, cautivante. 

Un pequeño pedazo de Cielo ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora