Luvsburg: una nueva vida

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Miro por la ventana del autobús que se acerca a la estación de Arizona, los árboles y montañas se vuelven más numerosos, sostengo mi teléfono para mirar la hora y pienso si este es el mejor lugar para comenzar de nuevo.

Cambio la canción de Lana del Rey convenciéndome de que volveré a casa y, que allí encontraré un descanso, nuevos horizontes, tranquilidad y soledad ya que mis abuelos partieron de este mundo, de una manera tan misteriosa que lo único que me queda de ellos es su hogar además de la carta que me envió la policía hasta Canadá.

Pronto el bus con pesadez frena en la parada, tomo mi tiket de salida y bajo para recoger mi equipaje; solo tuve que traer mi ropa algunas pertenencias de trabajo regalos, bueno, todo menos los muebles y electrodomésticos. Un taxista saca mis cosas, yo sostengo mi bolso subiendo a su auto, como era de esperar me pregunta dónde me dirijo aunque, exactamente me pregunta para confirmar si busco llegar a Luxburg asiento para mandar un mensaje de texto a Shawn y decirle que todo acaba de empezar.

En los últimos años este lugar ha llamado la atención a muchos turistas y le han hecho muchos arreglos al pueblo, es mucho más llamativo, moderno, me gustaba cuando era mágico pero bueno todo sea por los turistas.

—¿No es de por aquí, señorita?—. Me pregunta

Podría hacerme pasar fácilmente por una vacacionista más pero parece que llamo la atención con tanto equipaje.

—¿No parezco una turista, verdad?—Suspiro cansada guardando mi teléfono en el bolso.

—A sinceridad pareciera que viene a quedarse para el verano.

Miro con más detalle al conductor, lo que logro ver de su rostro me confunde porque creo conocerle.

—¿Conoce usted el lugar? Tengo años sin venir hasta aquí.

—Crecí aquí, me fui en la adolescencia, regresé, puede ser que sea otro habitante más, si eso cuenta—. Comparte un poco de información.

Veo el espejo retrovisor interno para ver su rostro está sonriendo yo Sonrío no puede ser él.

—¿Todavía no sabes quién soy, Lindsay?

¡¡No puede ser, es él!!

—¿Gabriel?

—El mismo.

—No puede ser. ¡Estás guapísimo!

El se ríe a carcajadas mientras sigue conduciendo.

—Debería halagarme pero simplemente diré gracias.

Gabriel es mi mejor amigo de la infancia, cuando se fue en la adolescencia me la pasaba leyendo y recibiendo cartas en casa, le reprochaba en cada una porqué se había ido, y pues, estamos en el mismo auto como si fuéramos desconocidos.

Romance MillonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora