15. Antes del baile

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—¿Puedes cambiarte de una buena vez? —Sentí sus manos soltarme, pero aquellos ojos cristalinos siguieron acechándome—. No tenemos tiempo.

—¿Tiempo? ¿Qué? ¿Qué va a pasar esta noche?

Alexander se tomó un poco la sien, seguramente intentando pensar qué hacer conmigo. Yo tan sólo estaba ahí, en medio de la cama, pensando. Intentando imaginar lo que pasaría si me negaba a cumplir con las órdenes que me daba, pero aunque tal vez era osado de mi parte, si no me aclaraba qué sucedería, no me movería.

Él estaba frente a mí, mirando cada gesto que pretendía ocultar. Aquello me hizo bajar la mirada, incapaz de mirarle. El cuarto, que de por si ya ocultaba un suceso embarazoso, votó por una postura silenciosa. ¿Por qué tenía que recordar ese beso siempre que intentaba mirarlo? Volví a sonrojarme, indefensa y nerviosa por la respuesta de mi eterno acompañante.

—¿Puedes cambiarte y ya?

—¿¡Y qué quieres que me ponga!? —Le reté aún confusa—. ¿Tu esmoquin?

Era más que cierto que en estos momentos estaba desorientada, pero no veía un sólo vestido a mi alrededor. Lo que sea que fuera a suceder, él no tenía ropa para mí. Sabía que esa mordida en mi cuello me convertía, irremediablemente, en algo de su propiedad; pero todo era tan bizarro. Entendía que no debía de responderle porque era más fuerte que yo, que debía acceder a cualquier petición que me diera, pero no quería dar mi brazo a torcer. No quería darle el gusto de aceptar a sus demandas sin pelear. 

Alexander chistó al perder.

—Te llevaré con Clara —soltó serio—. Realmente no tengo tiempo para esto.

—¿Pero qué va a pasar hoy?

Su mirada fue la respuesta. Aquella mirada asesina que nunca se apartaba de nada ni de nadie parecía ya fastidiada. ¿Qué es que nunca sonreía? Desde que lo había conocido había usado un tono desagradable conmigo y me había lanzado comentarios nada caballerosos de su parte una vez recuperado el sentido del ver. ¿Alguna vez había sido amable con alguien? ¿Cómo era posible que fuera tan frio? Respiré ciertamente contrariada a mis preguntas mentales. Seguramente algo ocultada pero, ¿qué sería?

Me intrigaba su forma de ser, el por qué de su actuar y al mismo tiempo, me flechaba por sus encantos naturales. Volví a mirarle semi-desnudo. No quería aceptarlo, pero era muy guapo y le debía de cierta forma mi vida.

Me había salvado de varios intentos homicidas en aquella mansión. Me había regalado el don de poder observar los colores que yo tanto había anhelado y aunque no quería admitirlo, me atraía físicamente. Era insólito, pero mi sangre hervía cada que me sostenía entre sus brazos. Tragué saliva sabiendo que eso me volcaría algún día.


.

—Sólo entra ahí y se buena. —Un Alexander, ya vestido de traje, me lanzó una última mirada antes de dejarme frente a una puerta en el corredor—. Vendré por ti en dos horas.

Lo miré alejarse con recelo. Era como si me estuviera amenazando de que no causara más problemas. Y de cierta manera lo entendía. Si me atrevía a fugarme ahora, era probable que me topase con algún vampiro por el pasillo.

Mi corazón palpitó con miedo al pensar en lo que había pasado en esos tres días. El vampiro de los ojos rosas y una Diana de ojos rojos me hicieron tener un escalofrío. Sabía que, al menos hoy, no podría irme de aquí. Tenía que comportarme y trazar un buen plan para regresar a casa; así que eso significaba que tenía que seguir sus instrucciones y jugar mi papel esta noche. 

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora