28. Tentaciones

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No sé cuánto tiempo había pasado, pero yo aún estaba ahí, desnuda y empapada de sangre en el asiento del copiloto. Observando, con un rostro perdido, a quien había muerto por mí culpa.

Su mal trecha mirada, el pánico reflejado en los ojos de aquel cuerpo blanco y negro; ¿tan terrible había sido? Mordisqueé mis labios, pensando que aunque había asesinado, la deliciosa copa de vino había sido exquisita... creo que ahora no podía entender porque Alexander se había aguantado tanto para morderme. La sangre era el más vicioso y metálico dulce. Tan adictivo, tan delicioso como para volver a obtenerlo.

Cerré los ojos intentando rechazar las suplicas que mi subconsciente exigía. Repensé por enésima vez que debía parar por lo que, respirando con fuerza, empuñé mis manos para hacerme daño. Morder y comer para vivir era algo que estaba mal. No debería de volverlo a hacer.

Aguanté mi respiración unas cuantas veces al observar, por el rabillo del ojo, como las orbes sin vida de aquel ser, estaban todavía acusándome. Inhalé aire con fuerza al saber lo que ocurriría. Tal vez me iría al infierno, pero no podía quedarme con él mientras emprendía mi viaje hacia mi ser amado.

Con las manos temblorosas como la gelatina, me eché una última vez sobre el cadáver. Las manos tiesas del hombre crujieron. Pegué un gritillo de miedo y, ante la desesperación, salí del convertible sabiendo que había hecho algo imperdonable. ¿Qué pasaría el día de mañana, cuando alguno de los empleados del motel se topase con tan grotesca escena? Miré mis manos agitadas. No podía dejarlo así o me inculparían.

Me bajé del auto exenta de ropa y, sin mirar por algún testigo, tan solo empujé el coche hacia un árbol que estaba cerca de la carretera. Haría pasar esto como un simple accidente. Rompí las ventanas y, con cuidado, eche pedazos de vidrio sobre el cuerpo putrefacto. Lo sentía por él, pero no podía quedarme más tiempo ahí. Debía correr. Era la culpable de esto y no por eso, iba a dejarme atrapar. Necesitaba ir con Alexander a como diese lugar. Tenía miedo y creo que por eso no pensaba claramente.    

Caminé unos cuantos pasos, dudosa. ¿A dónde debería de ir ahora? Volví a mirar mis manos llenas de pecado, preguntándome si estaría bien el terminar por hacer el daño. Regresé aún indecisa a la escena del crimen y, mirando una vez más el cuerpo que reclamaba venganza, volví a poner mis manos sobre el cadáver, que con cierta pena en mis acciones, sentía una vez más mis manos sobre sus rotos y empapados pantalones. La cartera, palmeada por mis dedos, resplandeció pronto sobre mis manos.

A mi sorpresa, el chico a quien había matado, parecía ser un niño malcriado. Su monedero estaba lleno de billetes verdes que parecían reclamarme para ser tomados. Miré a mis costados antes de aceptar mi egoísmo y, pidiendo perdón, esconder la cartera vacía de vuelta en su lugar.

—Lo siento, Aarón. —Ensordecí el ambiente—. Me odiaras para siempre, pero lo necesito.

Respiré con fuerza, aceptando la excusa que proponía. Le había matado por apuro.


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Caminé por la carretera, esperando que pronto me topase con el siguiente pueblo cercano. Anhelaba que, aunque ya tarde, alguna tienda de ropa estuviese abierta a tan altas horas de la noche. 

Tenía planeado que, con el dinero robado, me compraría una que otra cosa para taparme.  Aunque no sintiese vergüenza, creo que ya no quería ver que más hombres sufrieran por el simple acto de la sexualidad y mis deseos incontrolables.

Deambulé entonces por las álgidas calles de fango. Los charcos de agua se estremecían con mí caminar sosegado. Parecía que no me importase que recién hubiera asesinado a un hombre exculpado pero no era eso, sino que estaba en shock. Miraba mis manos llenas de sangre y aún no comprendía lo que me había pasado. Yo, realmente le había matado.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora