39. Dejándote solo

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Después de decir aquello, Rosette no pudo hacer nada más que ir a abrazarme, confundida e intrigada por el hecho. Sabía que debía de ser un shock para ella verme tras tantos años para luego verme refugiarme como una niña pequeña entre sus brazos.

—¡Ven, tranquila! —Me hizo pasar a su cuarto—. Matthew no ha regresado aún, así que está bien.

Sonreí intranquila y, sin saber realmente porqué, con tan solo sentarme en la grande cama matrimonial, comencé a hablar como si no hubiese un mañana. Le conté los detalles, el anillo e incluso lo que había pasado tras visitar a su padre, el dueño de esta casa.

—Me arrastró hacia su cuarto y bueno... —Le enseñé mis manos, gimoteando como loca—. Decidí irme.
—¡Oh Dios mío! ¡Déjame ver tus muñecas! —Gritó ahora enfurecida Rosse al estar enterada del todo.

Accedí a su petición y mostrando mis marcas, pude ver como Rossette escondía su asombró con sus manos. ¿Realmente se veía tan mal? Aparté la mirada de ella, cuando me hundí en mis pensamientos. ¿Qué iba a hacer ahora? Alexander estaba realmente enfadado y yo lo estaba de igual manera. ¿No vendría a pedirme perdón siquiera? Suspiré pesadamente al tiempo en que Rossette dejó caer un botiquín enorme sobre donde estaba sentada y sin hacer o decir nada más, rebuscó entre las millones de cosas que se encontraban escondidas por el polvo.

—¿Dónde está...? —Soltó aquello en voz baja mientras husmeaba la caja—. Estoy segura de verlo visto. ¡Aquí esta!

Rossette metió su mano entre píldoras y tubos y justo cuando la pensaba loca, miré entre sus manos un bote negro y tapado.

—¿Qué... qué es eso?
—Matthew lo hizo para mí cuando recién nos conocimos —Explicó—. ¡No te preocupes! No dolerá.

En menos de diez minutos de habérmelo puesto, las marcas comenzaron a desvanecerse. Intenté soltar en el aire lo maravilloso que era esto, pero al no estar de tan buen humor, simplemente le miré y sonreí.

—Sabes Nicole, Alexander sufrió mucho tras tu desaparición —dijo aquello como si quisiese que lo tomase en cuenta—. A veces, no llegaba a casa en semanas, se encerró en su habitación por meses y no habló con nadie que no fuese Matthew por años... pero eso no significa que tiene derecho de tratarte como un animal.

Bajé la mirada intentando no sollozar mientras le veía sobarme aún las muñecas, como si estuviesen heridas aún.

—No es que me duela físicamente. —Traté de hablar—. Es solo que, es solo que lo que él hace me lastima por dentro.

Mi mejor amiga me mostró aquella sonrisa tranquilizadora que cualquiera que la hubiera visto, se hubiera sentido en las nubes. Mojé mis labios en saliva, sonriendo con ligereza.

—¡Si seguimos así, la pijamada será muy aburrida! —dijo de repente Rossette para romper aquel silencio que estaba por emitirse.

Reí por aquel chiste.

—¿Puedo? —le miré como si fuera un perrito abandonado.

Rosse pareció nerviosa.

—¿Por favor? —Volví a repetir aquello de una manera seria y más como una súplica.
—No creo que Matthew se oponga si se lo pido, pero si Alexander se entera que Matt te acogió, seguro le mata...

Mostré una mueca de incomodidad. ¿Por qué había venido por auxilio a un lugar que estaba dominado por el poder de Alexander? Rossette me miró y entonces le dió un golpecito a mi nariz, sacándome de mis pensamientos.

—¡No te preocupes! No pasará nada, además, tienes que decirme, ¿por qué traes esas maletas contigo?

Me quedé en silencio.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora