29. Giselle

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Había deambulado por la autopista por mucho tiempo, tal vez una o dos horas continuas. De tener un espíritu decidido al comienzo del recorrido había pasado a marearme, incluso a hiperventilar. Aunque no quería admitirlo, luchaba contra mis más oscuros deseos... esos que a pesar de haber prometido no sacar a luz, me estaban volviendo a llamar.

Era increíble, pero con tan solo pensar en el sabor de la sangre todo mi cuerpo se estremecía. Me daban pulsaciones en el pecho y me invitaba a desentenderme del pecado que seguramente volvería a cometer. Era indiscutible, pero muy en el fondo sabía que mis piernas ya no se movían para buscar a Alexander, sino para encontrar a quien pudiese calmarme tan solo un poco.

«La mansión podrá esperar», eso fue lo que pensé al caminar a un ritmo medio lento. Sabía que era una idea tonta, pero ya no podía más. Era cierto que deseaba ver a Alex cuanto antes, pero realmente ya no podía soportar la resequedad de mi boca. Necesitaba cuanto antes a alguien, quien fuera.

Así que, buscando con la nariz, una esencia fuerte llego a mi cabeza. No sabía cómo lo sabía, pero suponía que era el aroma de un hombre maduro que no andaba muy lejos de donde me encontraba.

¿Qué hacer? Una nueva víctima estaba muy cerca y mi cuerpo no me respondía. ¿Iba a hacerle lo mismo que al chico que había dejado en la vereda? Mordí mis labios intentando detenerme una última vez, sabiendo por consciencia propia que la respuesta era clara. Tensé mi mandíbula con un gesto de miedo. ¿Por qué no me podía dar la vuelta y ya? Respiré con fuerza intentando frenarme pero mis ojos se pusieron rojos al sentirlo más cerca. Mis pies no se detuvieron y justo cuando me di cuenta, el hombre estaba cortando leña frente a mí.

Maldición. ¿Por qué tenía que estar sudando? Agarré mi nariz con fuerza, intentando hacer lo correcto antes de que perdiese el control por completo; pero todo se desmoronó cuando el hombre tocó la madera. Una pequeña pero fina astilla se introdujo en su piel, dejando entonces un delicado y delicioso hilo de sangre a su paso.

Aquella fue la gota que desbordó el vaso de mi consciencia. Esa sed, la misma que había aparecido cuatro horas atrás, hizo que perdiera autoridad sobre mis músculos y una vez más, hacerme acercarme a la próxima víctima con una sonrisa coqueta sobre mi rostro pálido.

—Hola —solté transformada en quien aún no reconocía—. ¿Estás ocupado?

El señor desvío su mirada del roble hacía mi, quedando prácticamente hipnotizado por como venía. Y bueno, ¿quién no lo haría? Es decir, no era cotidiano que un hombre cuarentón se encontrase de pronto, en el medio del boscaje, con una mujer media alta y curvas prominentes, exponiendo su bien cuidada piel tras harapos de puta.

—Yo —tartamudeó—. No, yo... no.

Pensé que se había asustado por el color de mis ojos rojizos, pero al verlo pasar sus orbes por mi cuerpo, comprendí que no era precisamente miedo lo que le provocaba. Era extraño que la lujuria le tapase tanto los ojos a alguien, pero bien, eso ya no era problema mío. Tenía mucha sed.

—Tengo hambre. —Remarqué sutilmente mientras me le acercaba, divertida incluso de ver como recibía tartamudeos más intensos de su parte—. ¿Me daría algo de comer?

Quieran o no calificarme, inconscientemente chupé mis labios y, al cabo de los segundos, yo ya estaba encima de él. Era extraño aún que el hombre no dijera nada, pero cuando comenzó a toquetearme, me pude dar cuenta de aquello que hasta ahora comprendía: «Cualquier hombre se acostaría con quien se ofreciese», así le había pasado a Aaron y así le pasaría a él. Por querer tener sexo alocado en el bosque, terminaría más frio que el helado ambiente.

Así que una vez más, dejando que me acariciasen el trasero, me aproxime a mi objetivo. El olor de viejo me asqueaba un poco, pero no había nada más que estuviese a mi alcance. Aguanté la respiración unos minutos y, por segunda vez, actué. Enterré mis colmillos sobre aquel arrugado cuello casi al instante y, ante sus gritos de suplica y golpes de desesperación, succione sacando los primeros tragos de mi delicioso vino.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora