5: Pecado

21 6 2
                                    

—¡Don Bernier! —corrió por el campo al ver al hombre mayor recogiendo parte de su cosecha

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Don Bernier! —corrió por el campo al ver al hombre mayor recogiendo parte de su cosecha.

—¡Oh!, ¡Alex! —se secó el sudor con el revés del guante de cuero—. ¿Cómo estás, muchacho?

—Bien, bien... Recorriendo un poco el lugar, sintiendo un poco de nostalgia. ¿Necesita ayuda con eso? —señaló las zanahorias que estaban dentro de un cajón de madera—. Se ve pesado.

—¡Ja!, llevo haciendo esto toda la vida —tomó el cajón y lo colocó sobre una carretilla—. ¿Por qué no pasas? Tengo que llevar esto al pueblo, solo me tomará una hora. Podrías tomar un café con Edison, ¿lo recuerdas? Mi hijo. Necesita buena compañía, ha estado muy solo estos últimos años. Y ustedes tienen la misma edad...

Los ojos de Alex se iluminaron de inmediato, sin embargo con gran disimulo se mostró complaciente con el anciano.

—Creo que estaría bien, igual quería hacerle unas preguntas así que... puedo esperar a que vuelva.

Gilberto se mostró afligido de pronto.

—¿Preguntas...? —indagó y negó con la cabeza—. En este lugar... es mejor no hacer muchas preguntas, hijo.

Alex se sorprendió. Lo ayudó a colocar el resto de las cajas en el camión de reparto, y cuando lo vio alejándose por el camino de tierra, siguió hasta la casa de los Bernier.

Golpeó la puerta recargándose en el marco, estaba ansioso por verlo. Tan solo unos segundos más tarde, Edison lo recibió. Vestía un sweater verde oscuro y unos pantalones claros, de mezclilla. Se puso tan nervioso, que guió sus ojos enseguida hacia los galpones de la granja para cerciorarse de que el camión de su padre no estaba. Luego volvió la vista al hombre frente a él y se apartó, sin decir nada, permitiéndole el paso. La boca se le secó al pensar en lo que pasaría después. Desde su primer encuentro, cada noche cuando se tocaba, cada momento en la ducha, tenía el aliento de Alex y su perfume. Sabía que tras la charla con su padre, en la iglesia, él tomaría cualquier oportunidad de venir a verlo, porque tenía esa personalidad avasallante.

—Mi habitación está arriba a la izquierda —le indicó con voz temblorosa.

Alex sonrió; subió mordiéndose los labios ante la invitación. Edison puso la campana en la puerta y la cerró, suspirando con pesadumbre.

«Perdóname Padre... —pensó mientras subía detrás de Alex—, lava todos mis pecados, y limpia mi boca, y mis pensamientos de la suciedad que se ha derramado en mi corazón ennegrecido, sálvame de la lujuria, olvida mis impulsos, sáname de mi deseo, y recíbeme en tus brazos aunque no pueda resistir a la tentación, aunque no pueda borrar este sentimiento. No me niegues, no me condenes, bondadoso padre...» —recitó para sí, sabiendo que después lo perseguiría la culpa.

Alex se quitó la remera, mostrando su cuerpo esbelto y fuerte. Siguió por el pasillo donde identificó una habitación con varios cómics sobre un escritorio ubicado bajo la ventana. Entró y volteó a verlo. Edison cerró la puerta y se quedó parado contra ella, observando sin aliento la figura de Alex.

Soltó un suspiro.

—Edi... —Alex se acercó y lo tomó de la nuca—, desde que volví no dejo de pensar en ti.

—Yo nunca dejé de pensar en ti, estoy deseando esto desde hace mucho tiempo —susurró sobre los labios de Alex mientras su mano se deslizaba desde el vientre hasta su pene erecto, por encima del pantalón—. Sabía que vendrías a buscarme hasta mi casa, sabía que querías hacerme el amor, y eso me estaba volviendo loco.

Lo atrapó en un beso cargado de deseo, intercambiando miradas lascivas. Alex sintió las manos ansiosas de Edison sobre su trasero, mientras lo besaba pasional, quitándole la ropa de a tirones. Los gemidos no se hicieron esperar al saborear cada rincón de su cuerpo con exquisitos besos de lengua. Mordió delicadamente los músculos más sensibles y chupó con ganas sus zonas erógenas, deleitándose con sus pezones, lo que encendió a Edison hasta el límite. Cuando Alex lo depositó en la cama y se colocó a gatas sobre él, se estremeció febril. Las preparaciones seguían colmándolo de placer a tal punto que ya no podía pensar en la angustia del pecado, y pronto la máxima sensación llegó cuando Alex se hundió en él, arrancándole un grito de placer. Unas cuantas embestidas sin pausa, entre besos hambrientos, con los dedos enterrados en su espalda, y el clímax los sacudió por completo dejándoles una sensación de plenitud y cansancio que ninguno de los dos había experimentado antes.

Se acostaron de lado, uno frente al otro; Alex acariciaba el rostro de Edison mirándolo con admiración. Había caído en cuenta de lo que estaba pasando: aquel amor por él, que logró bloquear en algún punto de su vida, estaba de vuelta, más fresco que antes, más fuerte y más firme.

Cuando Gilberto volvió, ambos estaban recién acomodándose en el sillón de dos cuerpos de la sala de estar, con una jarra de café y tres tazas sobre la mesa. Edison sintió un nudo en el estómago en cuanto cruzó la mirada con su padre, perdió el aliento. No podía sostener esa mirada severa y acusadora de Gilberto, porque lo inquietaba la culpa.

—Al final esperaste aquí —dijo Gilberto y se sentó en uno de los sillones de un cuerpo—, espero que mi hijo te haya hecho sentir a gusto.

—Su hospitalidad es impecable —comentó Alex y Edison bajó la mirada—. Es un hombre educado y de bien, se nota la influencia.

—Mi esposa y yo lo protegimos tanto como pudimos —Edison le sirvió una taza de café—. Este pueblo ha vivido un período muy tormentoso, salimos adelante porque supimos no meter la nariz donde no nos convenía. Si te soy sincero, me hubiera gustado haber tenido la valentía de tomar otro tipo de decisiones en el pasado, pero lo hecho, hecho está. Fui joven e ingénuo.

—¿A qué se refiere? —Le dio un sorbo a su taza de café—, ¿se refiere a que se hubiera ido del pueblo?

—Tendría que haberme ido cuando me dijeron que mi esposa estaba enferma, y que a mi hijo... —Enmudeció de repente al ver a Edison a los ojos—. Estoy cansado, iré a recostarme un poco —se levantó y se acercó a Alex, puso una mano sobre su hombro—. Ve a casa pronto, es lo mejor que puedes hacer. Es mejor no revolver.

—Claro. Descanse, Don Bernier —contestó Alex y le sonrió.

El hombre se fue escaleras arriba. Edison suspiró pesado cuando se quedaron solos.

—Tú tampoco hablarás conmigo, ¿verdad? —preguntó deslizando la mano bajo su sweater hacia el medio de su espalda, tanteando las cicatrices con los dedos.

Edison se levantó rápido y se alejó.

—No me toques cuando mi padre esté cerca, por favor... —Negó con nerviosismo—. Lo siento. Es difícil volver atrás. Los recuerdos que tengo parecen fragmentos de mis pesadillas, y las pesadillas son la única forma de recuerdo que tengo de esto. Es aterrador porque no parece real. Ya pasaron diez años. Si lo pienso... —observó el suelo con la vista perdida, luego miró a Alex—. Es como haber visto una película de terror tan perturbadora que todavía puedo recordar algunas escenas.

Alex no insistió. Le contó a Edison algo de su vida en París, para matar el tiempo, y luego caminó de regreso. Cruzó por el campo, pensativo, sin volver la vista hacia la casa de los Bernier. Podía observar la parte de atrás del viejo granero de la familia, la madera estaba cubierta hasta arriba por una densa capa de barro seco. Pronto bajaba el sol por el horizonte, con la brisa fresca meciendo las espigas. Alex llegó hasta el granero, se apoyó sobre la pared para escarbar sus botas y sacar el exceso de lodo con la punta de una roca. Se afirmó, y el barro de la pared se desgranó, cayendo. Observó algunos rayones sucios en la tabla que había quedado al descubierto.

—Qué mierda... —pronunció mientras afirmaba los dedos en el barro para desprenderlo.

Pronto los rayones sucios, que parecían haberse realizado con un objeto filoso, comenzaban a tomar forma. Continuó descubriendo las tablas, limpiando con sus manos los dibujos y las letras. Eran varias niñas garabateadas de forma muy simple, por todos lados, grandes y pequeñas, y alrededor decía "Eli". La palabra "Eli" se repetía en todos los tamaños por doquier.

—Eli... —leyó en voz alta.   

Recuerdos de nuestra tierna infanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora