7: El otro niño

15 5 4
                                    

—¿Por qué estás llorando? —preguntó el niño rubio de ojos color caramelo que solía sentarse al fondo del salón, Elías Lambert

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Por qué estás llorando? —preguntó el niño rubio de ojos color caramelo que solía sentarse al fondo del salón, Elías Lambert. 

Todos lo conocían, era bastante popular por ser el hijo del Alcalde. Siempre estaba haciendo alboroto con otros niños: se lanzaban bolas de papel, o jugaban a la pelota a gritos en el patio de la escuela. No era un chico malo, todo lo contrario, tenía personalidad de héroe: mostraba predisposición a ayudar y a hacer amigos. 

—¡Es una estupidez! —exclamó Edison, con los enormes ojos azules inundados de lágrimas.

Elías se sentó a su lado. Edison se sorbía los mocos mientras lloraba a mares, sin consuelo.

—No parece que sea una estupidez… —Dio unas palmaditas en su espalda y se quedó allí, afligido. 

Ambos adolescentes corrieron por las escaleras de mármol en la lujosa casa, compartiendo risas y comentarios sobre las revistas que llevaban en sus manos. Pasaron la puerta de la habitación y se lanzaron sobre la cama de dos plazas, con el cabello revuelto por el sudor del verano tras una intensa carrera en bicicleta. 

—¡Es increíble! —exclamó Edison con la respiración agitada—. Ella lo atrapó a pesar de que había burlado a todo el departamento de detectives, ¡y por la más tonta de las pistas!

—Obviamente, ella es más astuta que el capitán, es la heroína. Al final no era tan inteligente, te lo dije —Elías rió, observando el rostro sonrojado de Edison. 

Edison cerró los ojos esperando regularizar su respiración. Cuando volvió a mirar, descubrió a Elías persiguiendo cada uno de sus gestos. Estiró la mano para acariciar su rostro pálido, sin evitar pensar en lo bonitas que se veían las pecas de su nariz, bajo esos ojos grandes y redondos como dos caramelos de miel. Cierta melancolía lo envolvió al dejarse enredar en la mirada enamorada del rubio, que juntó valor y se inclinó para besarlo. Apoyó los labios con los ojos apretados, fue el primer beso entre ambos. Al principio un beso tímido, luego uno profundo con las manos ansiosas recorriendo la piel mojada bajo la camiseta, dispuesto a ir un poco más lejos.

—¡Elías! —gritó Adam Lambert desde la puerta y ambos se separaron. 

Los jóvenes se bajaron de la cama con nerviosismo. Elías se atajó con ambas manos frente a su rostro cuando su padre entró a zancadas a la habitación. Lo agarró con brutalidad del cabello y lo enderezó de una sacudida. Edison no supo cómo reaccionar, apretó los puños y escapó corriendo. 

Los granos de maíz se enterraban en sus rodillas cuando intentaba acomodar el peso sobre las mismas. Tenía los brazos dolorosamente estirados, colgando de una soga gruesa. La poca visibilidad que le dejaban los agujeros en la apestosa máscara holgada que le habían colocado le permitía ver a la altura del pecho al menos cuatro hombres frente a ellos, armados con varas de mimbre. Oía el llanto lastimero a su lado, de quien estaba en sus mismas condiciones. El olor metálico del líquido viscoso que cubría su cuerpo desnudo era nauseabundo.

Recuerdos de nuestra tierna infanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora