1 Corintios 5:1

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"Ciertamente, se oye que hay entre ustedes inmoralidad sexual, y una inmoralidad tal como ni aun entre los gentiles se tolera..."

 1 Corintios 5:1

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En el presente

Asmodeo guardaba silencio, pero estaba casi seguro de que el leve temblor de su cuerpo lo delataba. Sariel no se encontraba mucho mejor.

Un conjunto de cuerdas negras que formaban un fuerte contraste con su piel pálida envolvían el tronco de Sariel, creando patrones hexagonales en la espalda y el pecho. En la parte delantera, dos de estos hexágonos rodeaban sus pezones, acompañados de una línea extra que pasaba justo por el medio de ambos. De este mismo amarre, surgían otras dos líneas que rodeaban sus brazos para mantenerlos elevados, sus muñecas unidas entre sí y las dos extremidades colgando de las cuerdas que llegaban al techo.

Rafael se tomaba todo el tiempo que quería para atar nudos y mover cuerdas a su alrededor, como si no se diese cuenta de que Sariel tenía la respiración pesada. Pero por supuesto que lo hacía. Le miraba de reojo cada poco tiempo e incluso comprobaba el pulso a través de su cuello.

Asmodeo se retorció un poco en su lugar, maravillado por una fricción momentánea, y Rafael lo regañó sin siquiera darse la vuelta para verlo.

—Te dije que estuvieses quieto.

Él emitió un sonidito frustrado, pero siguió viendo cada movimiento que hacía sobre Sariel y las leves reacciones de este.

El amarre de Asmodeo era diferente. Estando de rodillas en el suelo, las cuerdas blancas se envolvían como aros unidos por una línea en torno a sus muslos y brazos. La parte superior se juntaba con el patrón cuadrado en su pecho y espalda, mientras que la parte inferior se desviaba a su entrepierna y daba lugar a un hexágono que rodeaba su erección sin apretarle, como si fuese una exhibición.

Tenía el movimiento limitado por una cuerda que iba del centro de su pecho a un nudo en el poste de la cama. Su propia maldita cama con dosel. Sin embargo, esto no evitaba que si se retorcía un poco, su miembro rozase las cuerdas entre sus piernas y se le escapase un jadeo.

Sospechaba que la verdadera razón por la que había ángeles que no debían bajar al infierno no era por la seguridad de los seres celestiales, sino más bien por la suya como demonio.

Rafael lo escuchó cuando volvió a frotar la cuerda, esa vez sin intención, y ató el último nudo de Sariel. Luego se dio la vuelta. Asmodeo se quedó inmóvil y contuvo el aliento.

Durante un instante, el único "movimiento" de su cuerpo fue el preseminal en la punta de su miembro.

—Si tanto te cuesta quedarte quieto...—Rafael caminó hacia él con calma. Desató el nudo del poste de la cama y tiró de la cuerda, indicándole que se pusiese de pie.

Lujuria (Pecados #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora