EXTRA ÚNICO

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El pecoso entraba a su hogar después de un largo día en el trabajo, el aroma a comida inundó sus fosas nasales y con paso rápido fue hasta la cocina buscando a su amor de cabello rubio.

Pero estaba su esposa ahí. Sus ojos azules se encontraron y la chica sonrió con dulzura antes de acercarse a su marido y besar sus labios. Una sonrisa forzada fue lo que la mujer recibió, pero ella no notó la diferencia entre una real.

—¿Que tal el trabajo, amor?—preguntó una vez ya estaban en la mesa.

—Pues, estuvo bien— no encontró más que decirle.

La charla se limitó a la mujer contándole su día lleno de compras y lujos que el pecoso le brindaba gracias a su trabajo bien pagado y su destacado desempeño en el mismo.

Apoyó su mejilla en su mano analizando los movimientos en la boca de su esposa, como sonreía, como hablaba sin parar. Su mante divago hasta llegar a un recuerdo antiguo.

Katsuki, su primer matrimonio y amor, contándole con lujo de detalle como destruyó a un villano. Compartiendo opiniones y riendo entre ambos con comentarios tontos.

Rio al recordar eso, y su esposa rio con él al creer que disfrutaban de una broma que ni siquiera escuchó.

El tiempo corría y su ánimo bajaba, su vida se alejaba y sus lágrimas se acababan. Vivía con una piedra en el estómago, un dolor constante en el pecho y una memoria que lo destruía todas las noches.

Un recuerdo que despertaba cada noche donde dormía con una mujer ajena a su corazón entre sus brazos. La música que sonaba únicamente en sus sueños junto con los pasos torpes y las carcajadas roncas del que fue su esposo y dueño de sus amores.

Otro día en el trabajo, entró a su hogar siendo recibido por el aroma del único platillo que su mujer sabía hacer. Al asomarse vio como esta cocinaba con una sonrisa y tarareando una canción inventada.

Un deja vu lo inundó, el recuerdo de su cenizo cocinando mientras alegremente canturreaba una canción. No pudo ni siquiera acercarse a su mujer, simplemente se sentó en el sofá y suspiró con los ojos cerrados buscando disipar esa imagen mental.

—Zuku! Prepare Katsudon..— la chica se sentó en el regazo del mencionado y sonrió.

—Sí...lo supuse—contestó cansado, sin siquiera mirarla correctamente. Simplemente mirando el techo claro—No creo que coma hoy. No tengo mucha hambre..

—¡Oh! Entiendo, entonces guardaré tu porción— canturreo feliz antes de levantarse y volver a la cocina.

El tiempo pasaba lentamente y de forma cruel. Su castigo por su atroz crimen era sus propios recuerdos, esas memorias que su cerebro atesoraba y reproducía noche tras noche, mostrándole en lo estupido que fue.

Una tarde, Melisa entró a su oficina con una bolsa de plástico y una sonrisa de encanto. No pudo evitar devolverle el gentío y prestarle toda su atención como el hombre enamorado que es.

La chica se sentó en una silla y mostró el contenido de la bolsa. Broches, muchos broches lindos y brillantes.
Emocionada se los mostró mientras su rostro brillaba enamorada y deseosa de su aprobación.

—¿Te gustan? ¡Están realmente bellos, me los ha regalado Inko!— la sonrisa del pecoso se borró. Su madre estaba eternamente resentida con él, por el daño que provocó en quien ella consideraba parte de su familia—Se que no te llevas muy bien con ella después de...él. Pero, fui a visitarla y le llevé unas galletitas. Y me a dado estas..

El peliverde las analizó con detalle, su corazón detuvó su función un segundo y su sangre se convirtió en hielo. Una  explosión de plata teñida, de colores cálidos con un broche para poder ponerlo en su cabello. Lo recordaba..

Maldito sea el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora