Capítulo V: Ichabod Crane

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Pasaste más allá de los torniquetes de acero luchando por contener las lágrimas.

«Cuando deberías sentir miedo, sientes rabia»

Recordar te hacía daño, y el dolor te causaba furia.

Abordaste el tren hundida en la desesperanza, repitiendo una y otra vez la escena anterior en tu cabeza hasta que se volvió insoportable, ardiendo tanto como el beso que había quedado marcado a fuego sobre tu mejilla. Ni siquiera te diste cuenta del momento en que arribaste a la estación Cuarta, y bajaste del tren.

Cuando caíste de regreso a la realidad, volviste a ver a esa mujer entre la multitud.

Ajena a todo el jaleo del andén, había apenas dos metros de distancia entre ustedes, y el peso de su siniestra mirada te contuvo en tu lugar dando la espalda al tren que partía. Las puertas se cerraron bruscamente. Había en tu entorno una atmósfera viciada, tensa, y tenías el presentimiento de que algo malo iba a suceder.

Entonces se movió.

Algo plateado cortó el aire entre la multitud y golpeó con violencia uno de los muros del tren detrás de tu oreja. Saltaron chispas tras el golpe de metal con metal, y tu mejilla sangró copiosamente por la herida que su proyectil fue capaz de abrirte. Había arrojado un par de tijeras de costura, tan grandes como tu cara, y las había dejado clavadas en la carrocería del vagón.

Ninguno de los transeúntes se dio por enterado.

—Tú no quieres matarme —Susurraste, mirando la sangre de tus dedos—. De haber querido, pudiste asesinarme mientras discutía con Hōjō, pero no lo hiciste, sino que esperaste a que me encontrara sola entre la multitud ¿Por qué?

Ladeó el rostro como lo haría una lechuza, y te dio la impresión de no comprender tus palabras.

—Mortal sin esencia. Encontrar.

Hasta el último de tus cabellos se erizó al oír su extraña voz.

—¿Qué?

¿Crees que soy hermosa?

De pronto el mundo comenzó a perder colores a tu alrededor, deslavándose como una acuarela mojada mientras la veías llevar las manos a la mascarilla médica que tenía en el rostro.

Estaba esperando tu respuesta, pero te quedaste callada deliberadamente. Estabas en peligro inminente, y dadas tus pocas ganas de morir esa tarde, comenzaste a maquinar una ruta de escape de la estación.

—... Kuchisake-onna* —La llamaste por su nombre, pero no hubo reacción.

Simplemente avanzó otro paso.

Despacio, casi en cámara lenta, viste cómo retiraba la mascarilla médica de su rostro para mostrar una herida espantosa que se extendía de oreja a oreja y a través de su boca, escurriendo entre de las hileras de dientes blancos, gruesas gotas de sangre negra que le mancharon la ropa. Gimió ahogadamente en un amago de suspiro mientras se acercaba a ti que, como no eras capaz de sentir miedo, tan solo pudiste identificar el inminente peligro golpeando algo entre tus clavículas, y echaste a correr, agradecida por tus cuatro campeonatos de atletismo.

Saltaste fuera de la estación en cosa de segundos mientras la aparición quedaba atrás, y no detuviste la marcha hasta topar con el cruce peatonal y girar en redondo hacia la esquina donde tomaste la primera desviación a toda velocidad.

—Esto definitivamente es una maldita alucinación —Dijiste en voz alta, hurgando en tu mochila hasta encontrar el libro que Hōjō te había devuelto esa mañana—. Primero las sombras, luego esos extraños sueños, y ahora un maldito fantasma. ¿Qué demonios sigue?

Y Yo... A Ti, KaoriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora