Capitulo VI: Un Jardín Y Una Habitación

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El cuerpo ya comenzaba a fallarte cuando llegaste a la calle del templo.

Tu cabeza parecía a punto de estallar, y el aire que entraba en tus pulmones se sentía como agujas desgarrando tu pecho a cada suspiro, lo que complicaba la titánica tarea de mantenerte erguida cuando el golpe en tu cabeza había averiado tu sentido de equilibrio.

«En lugar de sentir miedo, sientes rabia»

Hōjō tenía razón. Quizá por eso deseabas tan ardientemente descuartizar a ese maldito espectro bocón. Si no hubieras distinguido a lo lejos la puerta Torii* del templo de Kagome, el impulso por regresar a pelear te habría vencido.

Ya estabas llegando a las escaleras. Estabas a un par de pasos, solo un poco más y tendrías oportunidad de reagruparte con tu cerebro para armar un contraataque.

Y el espectro apareció ante ti.

—¡Maldita sea! —Rugiste sin detener tu avance.

Aprovechando que ibas encarrerada, saltaste sobre el Onryō con intención de pasarle por encima. Para tu mala suerte la maldita cosa se volvió intangible. La atravesaste y golpeaste las escaleras de concreto con la cara, tan fuerte que estabas segura de haberte roto un par de dientes, y solo no te desmayaste porque las oleadas de dolor no te lo permitieron. Cerraste la mandíbula con fuerza y agitaste la cabeza mientras te volvías a mirar, justo cuando el fantasma te sujetaba la cara con una mano como tenaza, y te embutía las tijeras con la otra.

El acero te mordió la carne, y el sabor metálico se regó por toda tu boca. Aunque intentaste patalear, y apartarla con las manos, su presencia inamovible se quedó cernida sobre ti sin distraerse de su labor maldita en tanto iba abriendo las terribles fauces de a poco.

El destello púrpura dentro de su boca te volvió a cegar, y sentiste estúpida al pensar que esa mujer tenía el mismo aspecto que la descripción de Sadako*.

Entonces se te apagó la luz.

Cuando pudiste incorporarte, el hecho de estar en medio de un inmenso cuarto negro ya no te sorprendió en absoluto luego de la tremenda jornada que habías tenido ese día, así que te pusiste de pie, sorprendida por no sentir dolor en ninguna parte. Diste un vistazo en la penumbra para ponerte en contexto, sin sentir ninguna debilidad. Algo se movió a tu derecha, entre la penumbra. Te volviste y lo que parecía un muro de vidrio inmenso que se activó como la pantalla de un televisor antiguo en un muro que técnicamente no estaba ahí, para dar paso a la vívida imagen de la Kuchisake-onna con la boca abierta, en animación suspendida.

—... No me jodas —Maldijiste, poniendo la frente contra el vidrio para ver mejor—. Si esto es lo que ven mis ojos, significa que estoy caminando dentro de mi cabeza... —Soltaste un suspiro, y te apartaste del vidrio con pesar.

Estabas verdaderamente exasperada.

—¿Por qué siento que todas las cosas raras que podían pasarme, justo me ocurrieron hoy? Bueno, supongo que es porque todas las cosas raras me pasaron precisamente hoy.

De repente escuchaste un forcejeo de madera y metal a tus espaldas. Al girarte fuiste cegada por el brillo de una misteriosa puerta abierta, derramando luz blanca sobre la oscuridad.

Alguien entró en la extraña alcoba.

—Ey, quien quiera que seas, lárgate de mi cabeza —Dijiste, corriendo hasta ahí antes de la puerta que volviera a cerrarse.

Cuando tus ojos se acostumbraron a la luz, te sentiste bastante sobrecogida. Aquella... ¿Era tu alcoba de la infancia?

Aunque tenía las paredes, techo y suelo pintados de blanco, te parecía que era la misma habitación que solías compartir con tu hermano mayor en la antigua mansión de los Toshikazu, en los suburbios de Tokio. Por supuesto, sabías que no era posible, porque ese edificio llevaba años en ruinas, pero no podías sacarte el parecido de la cabeza.

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⏰ Última actualización: May 05, 2023 ⏰

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