Irritado.
El sonido de los neumáticos derrapando en el pavimento le irritaba; los destellos de las farolas que le impedían ver por una milésima de segundo le irritaban; la lentitud del gran portal metálico al abrirse... le terminó de sacar de quicio.
— ¡Joder, la puta puerta!
Después de la absurda reunión de casi dos horas que había tenido junto a la jefatura de LSPD y de la LSSD (de la cual la única conclusión que había podido sacar era que no les competía nada, ni el respirar ajeno) Volkov tenía ganas de arrasar con todo aquello que se cruzara en su paso.
Le dolía la cabeza, tenía los nudillos pálidos de apretar con tanta fuerza el volante y la sutil vena que reposaba en su frente estaba empezando a volverse más notoria.
Además, sabía que su compañero de piso se encontraba dentro de la casa, posiblemente en el salón, ya que una tenue luz asomaba por uno de los grandes ventanales que adornan la fachada.
No sabía ni siquiera si quería verle, pues en su estado de pura ira podría incluso llegar a arremeter contra él, aunque no tuviese ni un mínimo de culpa.
Aparcó el coche y, tras darle un manotazo al volante, salió cerrando la puerta tras él con fuerza, creando un pequeño estruendo que no sonaría más allá de un par de metros. Se acercó a pasos agigantados hacia la puerta y agarró con el puño las llaves, apaciguando levemente su furia con el vástago de muescas metálicas clavándose en la palma de su mano.
Abrió de forma descuidada y se adentró en el hogar, dejando caer, con algo de brusquedad, las llaves y su chaqueta de cuero sobre la encimera más cercana. Ni siquiera se dio cuenta de que su compañero se encontraba acomodado en el sofá, viendo lo que parecía, por lo que lograba escuchar de la banda sonora, una película de terror.
— Oye perro, un poco de cuidao', que me rayas el mármol. — alzó la voz Horacio, intentando sobreponerse al audio que emitía la televisión.
Volkov no contestó, seguía al costado de la puerta, dejando todas sus pertenencias en los diferentes cuencos de bambú que decoraban aquella encimera de mármol.
— Eh, ¿me escuchas? Que te estoy hablando. — el menor movía las manos con intención de llamar la atención del ex-comisario, sin éxito. — ¿Qué te ha picado a ti?
— Ni me hables, H, ni me hables porque solo tengo ganas de coger mi carabina y cargarme a todos, bueno, a todo el que sea de la LSPD. — bufó el ruso aún con la cara pintada sutilmente de tonalidades rojizas.
— ¿Y quién no tiene ganas de eso? Anda ven, siéntate y cuéntame qué coño ha pasado, porque creo que llevo años sin verte de tan mala hostia.
El rubio se hizo a un lado del sofá, dando una suave palmada a su costado derecho, indicándole a Volkov que se sentara ahí. En cambio, este simplemente se acercó y se quedó de pie cruzando los brazos.
— No, es que no quiero ni sentarme, Horacio, te juro que llevo una cantidad de estrés y de rabia encima, que no me la creo ni yo.
El salón se encontraba casi a oscuras, tan solo iluminado por la luz que emitía la televisión, la cual ya había sido silenciada en cuanto Horacio decidió parar a hablar con Volkov.
— Que te sientes, coño. — Horacio tomó el brazo de Volkov y le obligó a sentarse junto a él. — A ver... yo si quieres puedo ayudar a que te desestreses.
Volkov esta vez no notó el tono pícaro con el que su compañero había dejado salir esa frase, ni siquiera se había fijado en la sonrisa ladina que se formó en su rostro.
— Pues si sabes algún método efectivo que me ayude, en este caso, a dejar de estar tan sumamente enfadado, créeme que te agradecería que me lo mostrases. — el ceño de Volkov seguía fruncido, pero fue alisado por la yema del dedo índice de Horacio, que de un segundo a otro, se encontraba tan solo a escasos centímetros de él.