Volkov pasea por las islas de comida del buffet del hotel con una bandeja metálica en las manos, añadiendo al plato principal un poco de ensalada y tiras de pollo por encima y, al secundario, un poco de aguacate y huevo.
Es el primer día que baja tan tarde a cenar, pues la redacción de algunos informes de casos ocurridos el mismo día de hoy le ha mantenido encerrado en la suite durante más horas de las que le gustaría, y a las once de la noche (cuando ya no queda casi gente ni comida en el buffet) ha podido escapar a saciar el hambre que se estaba apoderando de él y de su mal humor.
Se acerca a llenar el vaso de agua y analiza con la mirada el lugar en busca de una mesa alejada y vacía; camina entre la gente y, a lo lejos, divisa a un chico de cresta húmeda y despeinada ajustándose las gafas de ver en el puente de la nariz inmerso en la pantalla de su teléfono móvil. Muerde el interior de su mejilla evitando sonreír; el mal humor le duró diez minutos.
A paso lento se acerca a la zona y conforme avanza, por el movimiento de su dedo pulgar y las carcajadas silenciosas, asume que está en el bucle infinito de navegar por sus vídeos guardados como favoritos en Tiktok mientras alterna con cortar los canelones de su plato y llevarse pequeños trozos bañados en bechamel a la boca.
— ¿Horacio? — cuestiona al llegar a su mesa, aún con la bandeja en las manos.
Horacio alza la vista de su móvil y sonríe ampliamente al ver a Volkov, bloqueando al instante el teléfono y dejándolo sobre la mesa.
— Ey, ruso, ¿cómo tú por aquí a estas horas? — pregunta, ya que hasta el momento nunca han logrado coincidir en el horario de la cena del buffet.
— He estado ocupado con el trabajo, ya sabes. — suspira. — ¿Puedo sentarme?
Horacio asiente con la cabeza, evitando mostrar la genuina ilusión que le hace cenar con él, y Volkov descansa la bandeja en la mesa y toma asiento frente al menor.
— ¿Estás bien? Se te nota cansao' — conversa, mientras se lleva un trozo de canelón (frío, por la manía de sumergirse en un mundo paralelo cuando entra a Tiktok) a la boca.
— Sí, Horacio, estoy... eso, cansado. Pero estoy bien, ahora sí — murmura, pinchando la lechuga de su plato.
— Si es que... lo que no haga una buena compañía — bromea Horacio, mostrando el pequeño hoyuelo derecho que se marca entre la barba recién recortada.
Volkov le sonríe, con una mueca cansada, pero le sonríe, porque Horacio es el tenue rayo de luz que logra atravesar toda barrera de aura oscura que se forma a su alrededor en las noches más pesimistas. Y esta noche lo estaba siendo, pero tan solo ha bastado ver a Horacio como le solía ver en su casa a las dos de la mañana para que cada pedacito de su alma se cure.
— La compañía es lo más importante, sí — murmura, antes de llevarse la comida a la boca.
Horacio se sonroja; tantos años enamorado de él y sigue poniéndose nervioso ante cualquier comentario con matices cariñosos de Volkov.
Horacio comparte un amor de los que no se desgastan, sino que cada día quiere más, quiere más a Volkov y quiere más de Volkov, porque le gusta querer y que le quieran (y sabe que Volkov le quiere, aunque este nunca lo haya confesado). Horacio siente un amor tan puro por los que le rodean de los que ya no quedan, y Volkov es plenamente consciente de que topárselo en su camino es lo mejor que le pudo pasar en la vida.
Porque Horacio es la luz de Volkov, y Volkov es el mundo para Horacio.
Y Horacio se lo demuestra tirándole un poco de pan a la cara a Volkov cuando le nota distraído.
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