CAPÍTULO 4

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Salvo los instantes breves que cruzaba ante mi puerta, no pude volver a tenerla ni un solo segundo para mí solo. Pero en los escasos momentos que entraba en casa, tenía el placer de observarla y servirle en una de las pequeñas copas de cristal lo que tanto le gustaba, una «palomita de anís». Le encantaba su sabor, y se bebía la copita de un trago, por lo que a veces le podía servir dos sin que nadie se percatase, ni mi señora, ni su madre. A veces charlaban un rato al volver de recoger a la pequeña por las tardes de su colegio. Aunque la dos últimas semanas o tres solo iba por la mañana al colegio, alargaban la jornada y no tenían que volver a la hora de la calor.

Yo la llamaba desde dentro de mi sala, aprovechaba esos diminutos instantes para darle su licor. Llegaba la nueva primavera y sus vestidos cada vez eran más ligeros y cortos. La muñequita bebía el néctar y tomaba uno de mis caramelos. Debía ser prudente ante todo, disimular es aroma no era difícil con el dulce, pero aún así siempre observaba a su madre por ver si notaba algo sospechoso.

––Este verano no lo pasaremos aquí––llegó la voz de la madre a mis oídos mientras servía otra copita dulce a la nena.

––¿Se van ustedes de la finca?––la pregunta de mi mujer, es la misma que me hacía yo en ese instante.

––No, que va, nos encanta esta casa, es pequeña, acogedora, con buenos vecinos... Pero el año pasado lo pasamos muy mal en verano. Vivir con la azotea sobre nuestras cabezas... Ese piso se calienta como un horno, desde las dos de la tarde hasta que se va el sol, si no corre brisa, aunque ponga el ventilador, es horrible. En la casa de los abuelos hemos preparado uno de los dormitorios con la cama de matrimonio, y otra de persona para la niña. Ya el año que viene habrá que agrandar esa antigua casa con otro dormitorio para ella, se va haciendo mayorcita y no es cuestión que duerma con nosotros. Este año porque no hay otro remedio...

¿Iba a desaparecer casi tres meses de mi vida? Temblé mientras guardaba la botellita de anís la cual estaba casi acabada. Mi mujer le dio la razón.

––Lo comprendo, esta casa sin embargo es fresca, el patio y estar protegido por el suyo, apenas usamos ventilador salvo los días de muchísima calor fuera.

––Mañana mismo tiene mi marido el día de libranza, esta tarde dejaré preparado la ropa y algún juguete que se quiera llevar la niña. Vendremos a verles, cada semana, seguro, tampoco nos gusta dejar la casa sola, aunque esta calle sea tranquila, ya me comprende.

––Yo le recogeré el correo, si eso le preocupa.

––Se lo agradeceré mucho, de verdad.

Me acerqué a ellas sonriente con la muñequita de la mano, esta chupaba su caramelo de anís con fruición concentrada en su sabor.

––Si tiene que hacer el equipaje, y hace hoy tanta calor, déjala aquí esta tarde.

––Se lo agradecería, así recogería, incluso limpiaría la casa, si no es problema. La niña bajaría después de comer y la recogería a la hora de Barrio Sésamo. (1)

A una mirada mía mi mujer asintió, sin poner objeción alguna. Yo sabía que ella tendría que salir a ver a su madre que apenas vivía cuatro cases más abajo, esa semana le tocaba a ella limpiar la casa, se turnaban entre sus hermanas para ello. Pero no dijo nada, solo sabía que ante ese gesto mío debía callar y obedecer como buena esposa.

Tendría apenas dos horas, pero ese verano no la vería, no podría escuchar sus pasitos, ni oler su colonia de bebé, ni robar caricias a la inocente muñequita. Debía resarcirme, acumular recuerdos para ese solitario tiempo que me esperaba sin poder acceder a ella.

––¡Claro, mujer! Y si le entra sueño, le prepararemos el sofá, yo suelo dormir un rato y mi mujer coser o hacer su crochet. Solemos cerrar la puerta, para que no entre más calor, así que cuando quieras recogerla, solo llama.

Relato de una muñeca rota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora