EPÍLOGO

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(Resumen(compendio novelado de la vida de varias personas, a vuelapluma de la escritora, muchas historias en una).

Llegó a la Universidad, una cercana a casa, no pude escoger la carrera que quería sino seguir la que podía según mi formación profesional. La que a mí me gustaba estaba en la otra punta del país y no había dinero para ello en casa. Tres años de estudio, de ir y volver, de meterme las horas sin clase en el último rincón, de dejar fines de semana de salir porque era difícil para mí, mi mente no estaba al cien por cien.

Suspendí algunas asignaturas, no nos prepararon como era debido o quizás mi cabeza no estaba a ello.

Fue mi primer intento. Mi muñeca aún están marcada, a duras penas se nota, pues con el tiempo la tatué para que no fuese reconocible. Yo misma fui al médico y fingí un accidente de motocicleta con mi vespino. Me avergonzaba de ello. Con diecinueve, ese mismo año empecé a trabajar los tres meses de verano en una pequeña oficina, en negro, por supuesto, sin contrato, pues en esos años era lo usual para conseguir experiencia. Y para que te explotaran por supuesto.

Al terminar la universidad seguí unos años más en ese mismo trabajo, a jornada completa. Sin contrato, esos años en España, eso era la moda. Trabajadores sin contrato por doquier, que después, a la hora de la jubilación lo veremos reflejado en nuestra miserable pensión, si es que llegamos a recibir algo. También conseguí mi carnet de conducir...

¿Había estudiado económicas? Pues monté mi propio negocio, una tienda que me quedé en traspaso, tenía clientela fiel, pero no era lo mío, tuve que aprender desde cero. Sabría mucho de matemáticas, de ciencias de la información, de contabilidad...

Pero el trato con el público tuve que aprenderlo día a día, tropezando, equivocándome a veces y otras acertando. Crisis, obras que nunca terminan y cortaron precisamente mi calle, hicieron que me plantease dejarlo, cerrar. No podía hacerme cargo de un sitio con pérdidas tras casi diez años de trabajo duro.

Así que me lie la manta a la cabeza y con más de treinta años dejé todo detrás, mi hermana empezaba los estudios en la capital, y nos fuimos juntas a un piso de estudiantes, ella a lo suyo, a su carrera, y yo a buscar trabajo con apenas tres mil euros en el bolsillo.

Suerte del boom de las inmobiliarias, en un mes ya trabajaba, incluso me permití el lujo de cambiarme a otra porque pagaban mejor. Una vez que te mueves, y conoces los sitios es muy diferente una capital a un pueblecito. La gente más abierta, menos hostil a mis ojos. Amigas nuevas, un coche que era una tartana, pero servía para trabajar. Diez horas al día, incluyendo sábados y domingos si el cliente quería ver una casa o un piso ese día que tenía él libre de su trabajo.

Al pie del cañón durante tres años. Con contratos de cuatro horas, cobrando cuatrocientos euros y teniendo que vender sí o sí para llegar a los mil con las comisiones y poder cubrir gastos.

Llegó la bajada de ventas, busqué otro trabajo, y lo conseguí en una pequeña oficina, hacía lo mismo de telefonista, que de recepción, que mil cosas. Hasta pasar la fregona dos veces por semana o si hacía falta antes. No se te pueden caer los anillos cuando necesitas trabajo.

La nueva crisis acabó tras tres años con este trabajo. Acababa de casarme; por suerte me quedé dos años en paro y volví a encontrar otro. No tenía nada que ver con lo que había estudiado, pero llegando a los cuarenta ya no puedes elegir, sino lo que te toque.

Acabo de cumplir medio siglo, aún no me lo creo, mi mente sigue pensando igual que cuando tenía treinta, mi rostro se ve como si fuese de cuarenta, cuando estoy bien, no parece que he llegado a los veinte, pero cuando no, me siento una anciana.

Relato de una muñeca rota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora