CAPÍTULO 2

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Ese sábado amaneció triste y nublado, no saldría a ninguna parte. Tomé mi desayuno al calor de la mesa estufa con  mi mujer y antes de las once ya llovía . Era la hora de ir a la compra, su madre bajó con el paraguas, y cara de circunstancias. Mi mujer las vio resguardarse tras descender las escaleras igual que yo, que por eso mismo no salí ese día a mi habitual paseo.

––¡Buenos días!––saludó, siempre educada y con un atisbo de sonrisa nerviosa.

––¿A dónde caminas con la que está cayendo?––preguntó mi esposa, limpiándose las manos en uno de los paños de cocina, saliendo de ella.

Madre e hija estaban a resguardo ahora en el enorme zaguán que era parte del patio de la casa, aunque cubierto y bordeado de macetas de aspidistras, costillas de Adán, geranios, gitanillas y más variedad de plantas que no sabía ni su nombre. Las dos cecinas más que vivían en el bajo, junto a mi señora las cuidaban con esmero.

––Se me olvidó ayer comprar algunas cosas en el supermercado y en la plaza. Su padre cuando venga del trabajo ya serán cerca de las tres y todo estará cerrado... Me falta algo de fruta para lo que él se lleva para su comida, y también leche para el cacao de a niña, a veces se me olvidan las cosas, está aquí todo tan cerca que no apunto lo que necesito.

––Nos ha pasado a todas, alguna vez. Llueve demasiado para salir con una niña pequeña, déjala conmigo, de todas formas,  tengo la comida casi preparada. Se puede sentar en la salita y leer un cuento o jugar con algo. Es tan buena que no nos dará trabajo––dijo mi esposa. 

Otras veces no había aceptado por no molestar, pero hacía mejor tiempo fuera.

––¿De verdad me harían el favor?––contestó su madre con tono preocupado por no incordiar..

Era también muy guapa, alta, pero bastante distinta a la niña, su color de ojos era oscuro en vez de los verdosos de la pequeña, su rostro del mismo tono claro y sonrosado.

––Por supuesto––dijo mi mujer, inclinándose apenas y tocando la puntita de la nariz chatita de la muñequita.

Hoy llevaba una falda escocesa plisada, con calcetines hasta la rodilla en lana roja, sus merceditas y un abriguito azul marino que se le estaba quedando pequeño. El otoño había llegado rápido y lluvioso, apenas hacia una semana del día de los muertos. Todavía se mantenían frescas las clavellinas que dejaba mi esposa bajo el retrato de mi hijo muerto.

La chiquilla saludó al entrar en la salita al verme,  dejó su abrigo  largo en la percha ayudada por mi mujer. Este le estaba un poco grande, su madre había sido previsora, crecía rápido. Ella misma le alcanzó un TBO que vino alguna vez con un diario que compré cierto domingo y dejé en el revistero sin prestar atención. La niña se sentó en la misma silla que solía hacer, casi al lado de la puerta. Yo estaba en el sofá de eskay marrón releyendo el ABC del día anterior. La muñequita abrió la revista infantil y la observó con detenimiento.

–– ¿Te gustan mucho los TBO?––le pregunté cuando mi mujer volvió a entrar en la pieza contigua, desde la cual ni nos escuchaba.

–– Sí señor, mis padres me compran algunos y los leo mucho––dijo meciendo los pies que no llegaban al suelo al sentarse en la silla.

–– Pero si eres muy pequeña para leer, a ver. ¿Cuántos años tienes?

–– Cuatro señor, y sé leer bien.

Siempre me trataba de usted, estaba tan bien educada que parecía mentira que fuese de tan corta edad. Palmeé el sofá a mi lado para que se acercase.

–– Ven, demuéstrame lo bien que lo haces. Yo nunca lo he leído, la letra es muy pequeña y ya soy muy mayor.

Relato de una muñeca rota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora