1. PRIMER AMOR

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EUGENIO

Cuando entro al la cátedra como todos los días, los ojos de mis compañeros se dirigen a mí, alzo la barbilla, mostrando la seguridad que realmente no tengo, Sergio está al fondo de la clase y me espera con la sonrisa burlona en sus labios.

—Marica. —Tose y entonces todos estallan en risas. Bola de pendejos.

Lo ignoro, mostrando lo que él y casi todo son para mí en esta sala, nada. Afianzo el agarre en mi maletín y avanzo al único asiento vacío en el salón.

Dejo caer el mochila al suelo, estoy con las piernas abiertas y los hombros caídos, siento los ojos de cierta compañera clavados en mi sien, pero ignoro ese hecho, ya que lo último que necesito es que también comiencen a molestar sobre eso. Entre el bullicio de las pláticas se escuchan los tacones de la catedrática golpear el piso, cuando aparece en mi visión, un compañero carga con los libros de nuestra superior y los pone sobre el escritorio.

—Gracias, Teo. —Dice la mujer de unos cuarenta años.

—De nada, mae... —La frase se muere antes de que termine de hablar porque el idiota se tira al piso, queda de perfil y comienza a fingir que está teniendo una convulsión. Empuño las manos y siento cómo las marcas en mis brazos comienzan a arder por la fuerza que estoy haciendo.

El lugar estalla en risas, la maestra grita por ayuda, pero entonces el imbécil se pone de pie, clava sus ojos burlescos en mí, trago y trato de relajarme, no quiero que los círculos que seguro ya están morados, comiencen a picarme más.

—Solo era un simulacro. —Habla con fingida inocencia.

—Simulacro de cómo ser un fenómeno. —Grita Sergio y tengo que hacer uso de todo mi autocontrol para no sacar la navaja que siempre llevo y cortarle la puta lengua.

—Desde que naciste estás en simulacro de ser un idiota. —Hablo y toso.

—Ese vocabulario. —Regaña la mujer al frente, pero aun así mis compañeros ríen ante mis palabras, la sonrisita burlona que tenía Sergio se le borra y cuando su amigo pasa por mi asiento, me golpea en el hombro.

Giro mi cabeza a un lado, la veo, está sonriendo. Mayela eleva los pulgares, le doy un asentimiento ligero, apenas perceptible.

La asignación termina, comienza otra, después otra, al fin puedo comer algo, tomo mi maletín, guardo los textos ahí, pongo la correa en mi hombro y me pongo de pie para salir.

—Fenómeno. —Tosen a mi espalda, los ignoro.

Estoy acostumbrado, paso por esto desde hace años, la mayoría tira mierda por la boca sobre mí, pero el grupo reducido de Sergio es quién llevó todo al siguiente nivel.

Soy de los primeros en salir, el timbre suena cuando llevo dos pasos fuera del aula, hay algunos compañeros en el pasillo, se me quedan viendo, junto las cejas, no bajaré la cabeza.

Entonces veo hojas pegadas por todos los lockers, fotos mías; en la imagen se ve un hombre tirado, castrado y tiene mi cara montada.

Las fotos están por todos lados, de un lado, del otro, escucho risas detrás de mí, avanzo, los dejo atrás, camino más rápido, siento que no estoy metiendo velocidad suficiente porque el pasillo no tiene fin, comienza a faltarme el aire.

No ahora, no ahora, no ahora, por favor.

—¡Eugenio! —Mayela, es su voz gritándome— ¡Eugenio! —Se posa a mi lado, con hojas en sus manos, arrugadas.

—¿Qué? —Pregunto a la defensiva.

—Vamos a comer a la cafetería, no les des el gusto.

Pasa su mano por mi brazo, sus yemas tocan mis venas saltadas a causa de la furia y estas se van relajando bajo su tacto cálido y reconfortante.

Un Gran ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora