3. INICIACIÓN

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EUGENIO

Al despertar, fui al baño, mi piel estaba cuarteada gracias a los rasguños, mis brazos y piernas lucían con líneas secas en tono vino tinto. Al menos esas heridas cubrían los estúpidos chupones.

Después de una ducha, tomé el agua oxigenada y la pasé por mi cuerpo, gruñí y tomé con fuerza el borde del lavabo, me ardía como el maldito infierno.

Mientras mi cuerpo terminaba de secarse, abrí el armario, tomé una playera negra de manga larga y un pantalón de pinzas del mismo tono, saqué una chaqueta a juego, entre más cubierto, más seguro me sentía.

Tomé un suspiro, estaba listo, no tenía ganas en absoluto de ir a mi lugar de tortura, sin embargo, debía de hablar con Mayela. Ayer los hombres de seguridad me dijeron que seguía alterada, pero que su semblante había cambiado cuando la vieron salir de su casa, porque sí, les hice montar guardia, ella estaba más tranquila.

Mayela me quiere, es normal que esté confundida, en shock, eso lo entiendo, y sé que al escucharme, todo se va a arreglar, le hablaré del tratamiento y sí ella quiere, la llevaré conmigo, hablaré con sus padres, ellos no se opondrán a mi petición, soy un Sada, casi puedo jurar que lo agradecerán.

Al cruzar las puertas, los pasillos lucen vacíos, pues ya se pasó la hora de la entrada, llego a la sala que me corresponde y entro sin anunciarme, ignoro como todos posan sus ojos en mí y me camino a mi sitio.

—Llega tarde, Eugenio. —Me recrimina la mujer al frente de la cátedra, mis ojos de inmediato buscan a Mayela, pero no está sentada en su lugar habitual, sino al fondo, en una esquina, sus ojos no me observan y la veo tensarse.

Empuño las manos al ver su cabello descuidado, su rostro sin una gota de maquillaje y ojeras bajo sus ojos, no para de morderse las uñas, me vuelve a echar un vistazo de un segundo un escalofrío le recorre y de nuevo vuelve la vista al frente.

Las horas pasan y se sienten siglos, cada dos minutos observo el reloj que está al frente mío en lo alto de la pared, me siento asfixiado y tengo que meter un dedo entre la piel de mi cuello y la camisa, mis heridas comienzan a darme comezón, la mujer al frente no cierra la boca y estoy llegando a mi punto límite.

El timbre por fin se escucha, salgo del encierro y me quedo afuera pegado a la puerta, cuando veo salir a la única persona que me importa.

—Mayela —susurro mientras tomo su muñeca con mi mano, ella se suelta y da un paso atrás.

—¡Déjame en paz! —Se abraza a sí misma y me doy cuenta de que el volumen de su voz atrae miradas hacia nosotros.

—Maye. —Suplico.

—Nada, nada, no quiero verte nunca... —Sus ojos recorren mi cuerpo, una de sus manos va a su boca. Suelto un suspiro y dejo que avance para no seguir siendo el espectáculo de nadie.

Cuando da unos cuantos pasos, entonces la sigo, cruza las puertas de la entrada y una vez que noto que no hay nadie, la acecho por atrás, pongo mi mano en su boca, callando sus gritos, la arrastro hasta el jardín trasero y la acorralo contra la pared.

—Debemos hablar. —Le pido con tranquilidad, su pecho está agitado, mis manos toman un mechón de su cabello y lo dejo detrás de su oreja.

—No quiero hablar contigo.

—Todo tiene una explicación, solo déjame...

—No quiero escucharte, solo quiero olvidarlo, olvidar que estuve contigo.

—Dijiste que me amabas y solo por esto ¿quieres alejarte? —me reí— Mayela, solo son marcas, no se contagian, no se pegan, no nada... —intento explicar y se mantiene en silencio— ¿Era mentira? —paso mi dedo por su mejilla, ella cierra los ojos y sonrío— ¿ya no me quieres?

Un Gran ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora