PRÓLOGO

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EUGENIO

Me echo el maletín al hombro y le ajusto la correa mientras sacudo mi cabeza deshaciéndome del sudor que empapa mi cabello. La tela me pica en los brazos y tengo que soportar la incomodidad, el pantalón se pega a mis piernas como una segunda piel y no puedo pensar en otra cosa que no sea una ducha.

—¿De nuevo escapando? —Decido ignorarlo.

Sergio se me acerca junto con Teo, Byan y Enrique, sus amigos. Llegan a mí, irrumpiendo mi paso, el líder de este grupo de idiotas apoya sus manos en mi pecho y empuja con fuerza, así que doy un paso atrás.

—¿No te mide lo suficiente aquello y por eso nunca entras a las duchas? —Continúa y no respondo.

Trato de hacerme paso por un lado, sin embargo uno de sus compinches no me lo permite y el otro se pone al lado contrario.

—No te importa. —Digo con voz seria y firme, alzo el mentón demostrando que no les tengo miedo aunque sean más en cantidad, también más altos y fornidos.

En momentos como este; es cuando hubiera preferido que mis padres no lucharan por mantenerme con vida.

—Déjenme en paz. —Advierto y se ríen.

—¿Qué hará el chiquito de papi si no lo dejamos tranquilo? —se burla Sergio— ¿Qué hará? —Entre dos me toman, uno de cada lado detrás de mi espalda, sujetando mis brazos, oculto el hecho de que me estoy agitando.

Mi compañero me cachetea sin fuerza, solo dando palmadas en mis mejillas, forcejeo intentando salir del agarre en el que me tienen, pero solo les provoco risas. Y esa reacción de ellos, hace que mi cabeza quiera explotar, no puedo describir la desesperación, la impotencia, lo inútil y débil que me siento.

—¡DÉJENME EN PAZ! —Repito con furia y un tono mucho más elevado mientras un ataque comienza a llegarme, las venas me saltan en segundos y mi piel comienza a arder de coraje cuando me bajan el pantalón, quedándome solo en ropa interior, expuesto ante ellos.

Quisiera decir que es la primera vez que intentan meter sus manos en mis pantalones, pero no es así, cada vez la escena se vuelve más repetitiva. Cuando creo que por fin se olvidan de mí, sucede otra vez.

—Vamos a ver cuánto mide y por qué no se deja ver.

—Seguro que nació con un problema de esos donde les falta un huevo.

—O su pequeño problema es hereditario. —Habla Samuel y con una seña le da una una orden a Enrique y este pone su mano al filo de mi bóxer y me remuevo más, siento su tacto en mi piel y no hay nada que me moleste y asquee tanto como eso.

Odio que me toquen, que me vean.

—O es mujer y se operó para intentar ser un hombre. —Se burló otro.

—Yo creo que lo mejor debe quedarse para el final, ¿o qué opinan chicos? —Sergio alza la cabeza, esperando la opinión de sus amigos y la bola de idiotas asienten.

Me levantan un poco la camisa y eso si no lo permito, hago uso de toda la fuerza que tengo, la cual, no es mucha, logro quitármelos de encima, pero estoy tan nublado de odio que logro derribar al líder, caigo sobre él, mis piernas quedan a los lados de su estómago y le suelto puño tras puño.

—¡A MÍ NADIE ME TOCA! —Escupo palabra por palabra acompañada de un golpe, mi vista está por completo nublada, pero logro visualizar manchas rojas en su rostro. De pronto alguien me tumba, pone su mano en mi cuello tratando de inmovilizarse, pero logro mover mi cabeza a un lado esquivando un puño que se estrella en el suelo, sin embargo el segundo intento da justo en mi ojo y es cuando los brazos me comienzan a temblar.

Un Gran ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora