- Las primeras relaciones sexuales.
Se ha dicho siempre de refrán que, en la pura eternidad de los tiempos, la cualidad de los poetas siempre ha sido la de transformar los momentos más dolorosos; en las líricas más hermosas jamás leídas. Debido a eso, veo un día de tormenta el momento perfecto para escribir el capítulo más triste y deprimente del libro.
Os he dicho desde las primeras líneas que mi adolescencia consistió en una mezcla de amores literarios y ver el mundo correr desde la otra parte de mi ventana. No obstante, os he ocultado lo que hacía en mis momentos de protagonista; momentos en los que imploraba que me quisieran.
En el marco encuadrado de un pueblo, yo era una niña bastante inocente, alimentada, como, del amor romántico. Hay una enseñanza tan fundamental que apenas te la cuentan en el colegio, y es que, son muchos los hombres los que ansían el pastel de cereza de otra.
Y aquí viene en el cuarto párrafo de un quinto capítulo la primera verdad de esta novela corta. Yo perdí la virginidad -o al menos, lo que es considerado por la sociedad como virginidad- a la temprana edad de catorce años. Y no, sé que, por mi dramática metáfora de la cereza, parece que fui abusada sexualmente.
No lo fui, todas mis relaciones fueron consensuadas. La razón del dolor es lo que se esconde debajo de este gélido y monstruoso iceberg.
Mi primera vez fue con un amigo del pueblo, Él, alimentado del porno, me empezó a hablar de muchas de las escenas que habían sido vistas por él, en la oscuridad de su habitación. Estábamos solos en su casa y me preguntó si podríamos intentar algunas cosas.
Lo hicimos. Pero quiero dejar claro que no fue una relación sexual equitativa, ya que él solo se centró en su placer y no en el mío.
De un modo similar ocurrieron mis otras relaciones sexuales. Varios hombres del pueblo me buscaban discretamente para cumplir yo, de esa manera, sus deseos.
Hubo otro chico del que me acuerdo; Pablo. Él era un gran amigo de mi hermano.
Un día mostró su interés por mi y yo me acosté con él. Pero una de las escenas más significativas fue el día que me atreví a decirle que no. Él se enfadó, y me dijo que tenía que hacer lo que él me pidiera, que debería pensar siquiera, dejarle con el calentón.
Nos interrumpieron y no pasó nada, pero yo tenía tantos problemas y anhelaba tanto que me quisieran, que me seguí acostando con él. Cada vez más sumisa porque sentía que debía ser así
Esos chicos nunca me dieron un beso y nunca me hicieron llegar al orgasmo. Solo se fijaron en su placer.
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El arte de escribirte una oda
PoetryHacia ya tiempo de que Valeria dejó de pensar en que su valor personal dependía de en cuantas odas los hombres la veneraban. Después de una adolescencia de espectadora viéndolo todo al mismo tiempo que anhelaba vivir las mismas aventuras en el amor...